Pedir la renuncia

Guillermo Osuna Hi
28 abril 2015

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Pedir la renuncia de un funcionario, au­toridad o directivo, se ha convertido en la manera de reaccionar fren­te a los problemas.
A veces, eso está justifica­do, como cuando Alejandro Martí, padre de un mucha­cho asesinado, ante la falta de resultados de las investi­gaciones dijo aquella frase de "si no pueden, renuncien", o cuando se cometieron fal­tas, como la del director de la Policía Bancaria e Indus­trial que hizo una fiesta en las oficinas, o la del director de Conagua, que usó vehí­culos oficiales para asuntos personales.
Pero no siempre es tan clara la justificación. En ocasiones lo piden quienes no están de acuerdo con algo y no se les ocurre otro cami­no, o quienes tienen intere­ses distintos y les conviene quitar del camino a ciertas personas o grupos.
Andrés Manuel López Obrador, por ejemplo, dice muy seguido que tal o tal de­ben renunciar. Otros grupos lo hacen también. Después de los hechos de Ayotzina­pa, exigieron la renuncia del Presidente Peña Nieto. Y esa demanda ha seguido viva. Recientemente, un pe­riodista mexicano afincado en Estados Unidos, exigió lo mismo en razón, dijo, de la corrupción por el tema de las casas del Presidente y del Secretario de Hacienda y del despido de la comunicadora Carmen Aristegui.
Hay funcionarios a quie­nes se quiere obligar a renun­ciar porque se descubren sus relaciones con la delincuen­cia, su corrupción, malos manejos o falta de atención adecuada a sus obligacio­nes. Esto está sucediendo ahora con el Gobernador de Sonora y sucedió hace po­co con el comisionado para Michoacán, además de que sucede mucho en clínicas y hospitales, como los casos recientes de Tehuantepec, Mérida, Acapulco, Hueta­mo, Ciudad Victoria.
También se exigen re­nuncias en empresas esta­tales, como es el caso de la Exportadora de Sal, cuyos trabajadores la exigen para el director de finanzas, o de medios de comunicación públicos, como acaba de suceder con el director del Canal Judicial acusado por algunas trabajadoras, o en instituciones de educación superior. Los conflictos en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y en el Instituto Politécnico Nacio­nal llevaron a las renuncias de la rectora y la directora respectivamente, y en este último, el nuevo director, por presión de los estudian­tes, hizo renunciar a varios directores de escuelas. Tam­bién en la UNAM acaba de renunciar el director de la escuela de cine por presio­nes de los estudiantes que tomaron las instalaciones, algo que ya habían hecho ha­ce dos años con un CCH, con cuya dirección pelearon por planes de estudio, y el direc­tor de Radio Universidad por presión de los trabajadores.
Los casos mencionados no son todos, por supuesto, pero bastan para llegar a lo que quiero llegar.
Me pregunto si hacer renunciar a un funcionario resuelve las cosas o las com­plica. Primero, porque el que se va ya no tiene que presentar cuentas. Segundo, porque las razones para exigirlo pueden ser puras, pero también pue­den ser turbias. Es muy fácil inventarle a alguien acusacio­nes, y hasta sembrarle prue­bas. Tercero, porque no nece­sariamente que alguien deje un cargo es lo más adecuado, pues los que entran pueden ser peores por los compromi­sos con que lo hacen. Y cuar­to, porque eso no resuelve los problemas, pues aunque se supone que al aceptar una renuncia se contiene la in­gobernabilidad y se le baja la pila a los conflictos, también puede ser que, al contrario, sirva para estimular la idea de que si unos cuantos se juntan y hacen ruido se les va a con­ceder lo que piden, con lo cual se manda un mal mensaje de que cualquiera que se le ocu­rra puede exigirlo. Y entonces ¿quién va a gobernar si a todos se les puede renunciar?
Por supuesto que no se debe sostener a funciona­rios corruptos, incumplidos o incapaces, pero tampoco es posible aceptar que exigir la renuncia sea la manera de resolver los problemas. Y el "renuncien" se ha convir­tiendo en un mantra.

Escritora e investigadora en la UNAM
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com