Mariana, una nueva frontera
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Editorial
La muerte de Lucía Mariana no puede quedar impune, ni puede ser una cifra que siga alimentando la impunidad.
La desaparición y muerte de la joven de 17 años de edad se da en un contexto de hartazgo y de lucha en contra de la violencia de género, que su asesinato no puede pasar desapercibido.
Nunca en Sinaloa se habían decretado 16 días de activismo en contra de la violencia de género, del 25 de noviembre al 10 de diciembre, para que un día después una joven sea desaparecida y después asesinada.
Nunca el hartazgo por lo que parece una enfermedad demencial había calado tanto entre los sinaloenses, al grado que los innumerables esfuerzos que dedica la autoridad para crear un ambiente de seguridad entre las mujeres parezca un esfuerzo inútil.
Nunca habíamos contado con un organismo tan apoyado como el Instituto Sinaloense de las Mujeres y, sin embargo, ellas siguen muriendo, como si los esfuerzos que tanto se cacarean todavía sean incapaces de conseguir sus objetivos.
Es hora de pasar de los discursos a los hechos, de las campañas de concientización a la educación masiva y permanente para erradicar, quizá, el más vergonzoso de los males sociales de los sinaloenses.
En Sinaloa se presume a la mujer por su belleza, alimentando el estereotipo de un objeto de ornato, y después se le ofrece el peor de los empleos, se le hace responsable de los hijos, se le abandona, se le insulta, se le estigmatiza, se le golpea hasta el cansancio, se abusa de ella.
Y cuando finalmente esa mujer denuncia y acude a las autoridades para pedir protección, resulta que las denuncias son tantas y tan complejas, que no hay capacidad para protegerlas, así que finalmente están completamente solas.
Y después de que la autoridad y la sociedad le han dado la espalda, entonces el asesino la mata.