La bendita manía de hablar
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Editorial
A nuestro Presidente no le bastan las “Mañaneras”, esos monólogos cotidianos para hablar y hablar, mientras un País entero lo escucha, prácticamente todos los días.
Además tiene sus viajes, desde donde también habla, aprovechando a los medios de comunicación a su alrededor, a los que agrede, insulta y regaña, pero que finalmente utiliza como intermediarios.
Y si sus charlas no fueran suficientes o las entrevistas en la provincia, le quedan sus redes para seguir hablando, en un eterno discurso que no se detiene nunca, como si al parar de hablar se fueran a desmoronar los castillos que ha construido con puro discurso.
Sus temas no tienen límite, Andrés Manuel López Obrador puede hablar prácticamente de todo, de cualquier tema, todo lo que puede abarcar un País con enormes necesidades, con una larga historia y un futuro incierto.
También puede crear escenarios inexistentes, de los cuales se puede hablar y hablar, legislar incluso. Su última puntada fue hablar de “golpe de Estado”, claro, para después decir que no hay condiciones para que exista uno, para dejar en claro que una gran mayoría lo arropa, lo cuida, lo quiere.
El asunto es que después de un año seguimos escuchando discursos, un gran discurso, quizá el mismo discurso de las campañas presidenciales, de cuando su llegada al poder era un sueño lejano.
El Presidente habla mucho, pero se hace poco, y comienza a dar la sensación que pasaremos seis años escuchándolo hablar y después seguirá de largo, en su mismo discurso, mientras en el País no pasa lo que tiene que pasar, no se hace lo que se tiene que hacer.
La economía permanece estancada, esperando su señal para seguir adelante, pero nuestro Presidente está muy ocupado, no escucha, solo habla, en una perorata interminable.
La inseguridad sigue en las calles, la pobreza continúa en las casas, la corrupción prosigue, mientras el Presidente habla y sigue hablando.