Infraccionados
Parece que a todos ha quedado claro que la educación es la base para que una sociedad pueda transformarse. Sin ella, los rezagos se acumulan y expanden y la calidad de vida de una comunidad se deteriora.
Cómo hacer que esas aspiraciones se hagan efectivas es donde se encuentra uno de los principales obstáculos, pues mucho se habla de la necesidad de educar más y mejor pero cómo llegar a ese nivel es donde nomás no se avanza.
Y hablar de educación no solo significa la enseñanza-aprendizaje que se ve en las instituciones escolares, sino también de otros asuntos de la vida cotidiana, como la convivencia en uno de los espacios públicos más elementales: las calles.
Cada semana, se están reportando accidentes viales y algunos de ellos con resultados letales y cuando se revisan las causas, casi siempre se termina respondiendo con las consecuencias: que si hay que infraccionar, que si hay que quitar permisos, que si un semáforo es la solución...
Pero poco se han detenido las autoridades y la misma sociedad, en la forma en cómo se ha educado en términos del respeto a ese espacio público, el de las vialidades.
Y ahí está uno de los problemas, porque todos asumen que el derecho primario lo tiene quien está frente a un volante, sea el conductor de una unidad del transporte público, el que conduce un vehículo particular, una motocicleta o una bicicleta y hasta un peatón.
Sí, es verdad que existen lineamientos y ordenamientos legales que establecen que el peatón tiene prioridades en la pirámide de la movilidad, pero si no se le ha explicado cómo funciona y en qué momento se ejerce ese privilegio, de nada servirá.
Y los resultados de las últimas semanas, de los últimos meses, de los últimos años, debería llevar a pensar cómo se reeduca a la población en términos de cultura vial. Mientras eso no ocurra, mientras no haya la determinación de llevarla a cabo, la sociedad toda seguirá padeciendo las consecuencias de haber omitido una parte de la formación cívica: el respeto a las reglas. Y se están tardando.