En el ocaso
de un sexenio
En menos de 40 días concluirá el sexenio del Presidente Andrés Manuel López Obrador y se va como llegó: con la polarización al máximo y dejando no pocos frentes abiertos.
Y es que aunque su partido Morena arrasó en las elecciones y gobierna y gobernará en la mayor parte del País, la realidad es que su sexenio lo concluye amado por muchos pero odiado por otros tantos más.
La sucesión se ha manejado tersa con la nueva Presidenta Claudia Sheinbaum, y todo indica que la próxima administración será una continuación de la actual, pero lo que sí no se puede obviar es que AMLO deja los frentes abiertos de la reforma judicial, por ejemplo, que al día de hoy mantiene parado el sistema judicial federal al rechazarla los trabajadores.
Y no se diga una gran parte de los expertos, que consideran absurdo el querer someter a ese Poder, al Judicial, al mandato del voto popular.
También deja el mal sabor de boca en el Legislativo, que un vez más quedará como un apéndice más del Ejecutivo dado que todo indica que se sostendrá una mayoría preponderante en las cámaras, dejando un Congreso dominado por el partido en el poder, al más puro estilo de la era del priismo, con una Oposición prácticamente desdibujada.
Ni qué decir las deudas que este sexenio deja pendientes en renglones tan vitales como la violencia generada por los grupos del crimen organizado, que mantienen bajo su control vastas zonas del País.
Los homicidios, las desapariciones, las extorsiones, el cobro de piso y el narcomenudeo en boga son la muestra fehaciente de esa gran deuda del amloísmo y el gran reto para la futura administración.
Así, en el ocaso del sexenio de López Obrador y el inminente inicio del nuevo Gobierno, los mexicanos sólo esperamos que al menos disminuya la polarización y la intención oficial de atizarla, y se contribuya desde la Presidencia a alcanzar un contexto de mayor entendimiento.
Difícil, pero no imposible.