Los adversarios
El diario Reforma, Claudio X González, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Gustavo de Hoyos, Carlos Loret de Mola, Felipe Calderón y Carlos Salinas, siempre Carlos Salinas. La lista de los que Andrés Manuel López Obrador llama sus adversarios engorda o adelgaza según los vaivenes de la coyuntura y de la discusión pública, pero los arriba mencionados nunca han salido del campo de batalla que el mandatario tiene en mente. Algunos rechazan considerarse a sí mismos como adversarios del Presidente, pero ciertamente por convicción o por reacción han mantenido una línea crítica que, en algunos casos, llega a ser tan obsesiva como la del mandatario.
Habría que decir que, pese al radicalismo verbal de AMLO, que puede llegar al insulto al abordar las “infamias” que atribuye a sus rivales, hasta donde es posible saber, el Presidente no ha trasladado la confrontación a otros terrenos, ni utilizado los muchos recursos del Estado para perjudicar a sus rivales. Una lastimosa excepción es el de la revista Nexos, liderada por Aguilar Camín, que recibió una sanción a todas luces excesiva por parte de la Secretaría de la Función Pública. La dependencia rescató de un contrato de publicidad de 2018 por 78 mil pesos, un comprobante de aportaciones al Infonavit que no había sido entregado a tiempo entre los requisitos, y con tal pretexto asestó una multa que parecería exceder desproporcionadamente las cifras en juego: un millón de pesos y dos años de inhabilitación para recibir algún contrato publicitario del gobierno federal. La severidad de la decisión en contra de Nexos ha sido interpretada como un velado castigo por parte del gobierno a uno de sus críticos. Quiero pensar que el Presidente no fue consultado respecto a esta resolución y que se originó en el típico impulso de un funcionario deseoso de halagar al soberano atacando a quien percibe como su enemigo. AMLO terminó avalando la sanción a la revista en alguna Mañanera, lo cual dio pie para temer una escalada en contra de otros actores sociales que no entran en los afectos de Palacio Nacional.
No obstante, al parecer no ha habido otra medida puntual en detrimento de miembros de la lista maldita o, mejor dicho, de la lista de maldecidos en las famosas conferencias de prensa presidenciales. Algunos círculos consideran que la disminución de los ingresos publicitarios por parte del gobierno en diarios y televisoras durante el presente sexenio constituye una forma de agresión o, incluso, de represión. Pero es un tema por demás debatible. En primera instancia habría que valorar si lo que recibían los medios tradicionales en las administraciones anteriores correspondía al valor real de su participación en el mercado publicitario o eran cifras infladas para asegurar una línea editorial favorable a la autoridad. La versión oficial sostiene que la disminución de esos montos no es un “castigo” sino la supresión de un exceso.
De igual forma me parece que la eliminación de programas de periodistas y conductores como es el caso de Carlos Loret o de Brozo o los cambios de editores de prensa como Carlos Marín o Pablo Hiriart, obedecen a estrategias internas de los propios medios, que han buscado ajustarse a los nuevos aires políticos. Modificaciones sobre las cuales Palacio Nacional ha negado una y otra vez tener cualquier responsabilidad. En todo caso, en dirección opuesta medios como el diario Reforma o la estación de radio La Octava prefirieron deslindarse de periodistas independientes e incómodos a sus intereses políticos y comerciales, como René Delgado en el primero, o Alejandro Páez y Alvaro Delgado en la segunda, respectivamente.
Por supuesto que los presidentes siempre han percibido como adversarios a los críticos y a los actores políticos de oposición. En algunos casos la animadversión ha culminado en despidos e inhabilitaciones, como sucedió con José Guitérrez Vivó o Carmen Aristegui, o aprehensiones absurdas como sufrió el Dr. Mireles. La diferencia con esta administración es que López Obrador ha preferido hacer público sus desafectos. Puede incomodar lo rasposo del tratamiento pero al menos tiene la ventaja de ventilarse a la luz pública. La desventaja, desde luego, es que si bien el mandatario asume que subirlos al ring y mostrar sus diferencias es un ejercicio sano, no parece percibir que se trata de una desproporción enorme entre la capacidad de daño que puede provocar el poder presidencial contra la de un periódico o un intelectual. Entre otras cosas, porque al ser percibidos como adversarios del Presidente, quedan expuestos a ser víctimas de la severidad atolondrada de funcionarios con poder para dañar al “villano”, como fue el caso de Nexos. Y eso por no hablar de la variable suelta que supone el riesgo de una reacción rabiosa y violenta de parte de seguidores con iniciativa propia (algo que incluso el Presidente no está en capacidad de controlar).
Por lo que respecta a los empresarios que encabezan iniciativas opositoras, si bien AMLO ha estigmatizado sus motivaciones (básicamente acusándolos de defender intereses ilegítimos), también ha reiterado la premisa de que están en todo su derecho de defender su idea de país. Hasta ahora no parece que alguien haya cedido a la tentación de castigarlos con algún pretexto hacendario, área en la que por razones obvias todo contribuyente es vulnerable. Solo habría que esperar que hayan decidido participar en la política después de asegurarse de tener su conciencia fiscal galvanizada.
Por último, está el caso de los actores políticos profesionales como los ex presidentes Felipe Calderón y Carlos Salinas de Gortari, este último verdadera pluma de vomitar del actual mandatario. Contra el primero parecería abrigar una mezcla de resentimiento y desprecio; le atribuye el fraude del 2006 que le habría quitado la presidencia, pero en su ánimo lo perfila como un personaje menor de la historia nacional. No es el caso de Salinas, a quien considera el demiurgo mayor que entregó el país al odiado neoliberalismo, origen de buena parte de los males que aquejan al pueblo.
No es una lista exhaustiva de los adversarios con los que el Presidente riñe todos los días, pero sin duda son los principales interlocutores de sus cotidianas sesiones de box de sombra. Quizá es el combustible que necesita para trabajar un hombre que toda su vida fue un opositor. Más allá de eso, considero que en estos pleitos el Presidente pierde más de lo que gana. No solo es desgastante o limita la capacidad de un líder para hacer una convocatoria incluyente a todos los mexicanos y en esa medida disminuye sus posibilidades de sacar adelante su sueño. La objeción es todavía más elemental: con tanto por hacer y tan poco tiempo, ¿de verdad vale la pena que el Presidente pierda las horas invocando día tras día a Loret, a Reforma, a Krauze?