VIDEO | Viaje a la ballena jorobada frente a Mazatlán

Ariel Noriega
24 diciembre 2021

Frente a las costas de Sinaloa, decenas de ballenas jorobadas culminan un viaje de miles de kilómetros desde la costa Oeste de Estados Unidos que se ha convertido en un atractivo turístico para el puerto

A solo unas millas de Mazatlán, detrás de las tres islas, enormes cetáceos vencen la fuerza de la gravedad, elevan toneladas de grasa y huesos, y saltan sobre el mar: son las ballenas jorobadas que cada año celebran frente al puerto la maravilla de estar vivas.

Noroeste viaja mar adentro para atestiguar el viaje anual de las ballenas jorobadas en su etapa final, en un viaje gobernado por Óscar Guzón, el empresario que lleva 15 años construyendo un nuevo atractivo turístico en Mazatlán.

El viaje permitió a la Secretaria de Turismo, María del Rosario Torres Noriega, valorar una de las apuestas en turismo de aventura y ecoturismo que ofrece el puerto durante la temporada de invierno.

Pero ajenas a la política y al turismo, las ballenas jorobadas se regocijan en el agua tibia, al final de un viaje de 12 mil kilómetros, desde las aguas heladas de la costa Oeste de Estados Unidos y más allá, hasta el Pacífico mexicano, donde se reproducen.

Zarpar desde Mazatlán es la primera aventura, otear el horizonte en mar abierto, ver Mazatlán escoltado por las tres islas, esperar pacientemente a que aparezcan los gigantes marinos es la segunda, pero la principal es la de las ballenas, coronando un viaje que lleva 50 millones de años y que nos permite sentirnos diminutos ante su grandeza.

En busca de la ballena

El viaje comienza en los muelles de la Marina Mazatlán, donde nada más subirse a la panga y pisar el suelo movedizo de la embarcación lo convierte a uno en un marinero en ciernes, en prácticamente de una de las actividades más antiguas de la humanidad.

La aventura se siente en el aire, hay una mezcla de emoción y temor cuando se habla de los animales más grandes de la tierra, aún y cuando la embarcación sea dirigida por un veterano del avistamiento de los cetáceos.

Antes de partir, Óscar Guzón se sienta frente a los viajeros y explica en qué consiste el viaje, explicando que su empresa, Onca Explorations, además de realizar un viaje de ecoturismo realiza un trabajo de aportación científica, haciendo un registro fotográfico y documental de cada ballena que sea observada en el trayecto.

Defensor a ultranza de que se respete una normatividad en el avistamiento a las ballenas, Guzón explica lo que se puede hacer o no cuando se observa a la ballena jorobada, también llamada yoruba.

El primer miedo de los viajeros son los mareos, así que la Secretaria de Turismo, María del Rosario Torres Noriega, anuncia entre risas que ella va preparada, tomó pastillas para el mareo.

La panga cuenta con una cubierta que le da sombra a los pasajeros, afuera, mar adentro, el sol es el otro enemigo, pero al grupo de periodistas que completa el viaje no le importa, lo único que quieren es ver ballenas.

Cerca, muy cerca

Lo primero que sorprende de las ballenas jorobadas es que se encuentran muy cerca de Mazatlán, los pasajeros apenas han visto alejarse el puerto y las tres islas, cuando aparecen los primeros chorros de agua en el aire.

La emoción contenida estalla, cualquier bulto oscuro sobre la superficie en el mar se convierte en la posibilidad de las ansiadas ballenas, sin embargo, las primeras aparecen lejos y los pasajeros aguardan a que vuelvan a aparecer en la superficie.

Con la gente desesperada, aguardando el momento de que regresen los cetáceos, Guzón hace gala de su experiencia guiando grupos al mar y lanza al agua un hidrófono.

El aparato capta el canto de las ballenas jorobadas, haciendo lanzar un gemido de sorpresa a los pasajeros, de por sí emocionados por la aventura de cazar ballenas con sus cámaras fotográficas.

Guzón explica que la ballena jorobada es el único cetáceo que canta con esa desenvoltura, un sonido melancólico que inyecta de fantasía a los humanos que lo escuchan, es la prueba palpable de que uno navega sobre un mundo poblado de gigantes.

Persiguiendo la huella

De pronto, las ballenas emergen de nuevo, Guzón se transforma, da órdenes al timonel, parece un viejo marinero ordenando que la panga siga el derrotero de las ballenas, mientras muestran el lomo y él despliega la experiencia que atesora sobre el avistamiento de los cetáceos.

Después de mostrarse, dos o tres veces, las ballenas toman impulso y se sumergen, mostrando la cola, esa magnífica estampa que permite la ansiada fotografía y el anuncio de que las ballenas se despiden por un momento de nuestro mundo.

Guzón explica que las ballenas se han sumergido y que tardarán alrededor de ocho minutos en regresar a la superficie, pero en el lugar donde han desaparecido muestra la huella que han dejado sobre el mar, un círculo que desentona y al que llama “la huella”.

Después de que una ballena deja su “huella”, basta esperar a que salga de nuevo y ubicar su siguiente “huella”, así se conoce la dirección de la ballena y se puede seguir su rastro.

El estallido

El mar está en calma, el sol brilla a pesar del invierno, el cielo está despejado y seguimos persiguiendo las “huellas” de las ballenas jorobadas, algunas, incluso, se recuestan sobre el agua para mostrar sus aletas pectorales, las más largas entre las diferentes especies de ballenas.

Pero lo que está por suceder no puede explicarse a los turistas, de pronto el mar estalla, un cuerpo de ballena de más de 60 toneladas de peso y más de 15 metros de largo emerge del mar y permanece una fracción de segundo en el aire, el cuerpo cae y los gritos de los testigos se confunden con el estruendo del mar recibiendo al mastodonte.

Hay pocas cosas que se puedan ver en la naturaleza como una ballena elevándose hacia los aires en un viaje misterioso que aún no terminan de entender los científicos.

Guzón arroja unas hipótesis, quizá sea parte de un cortejo, a lo mejor es una advertencia para otras ballenas, tal vez una muestra de felicidad absoluta, nadie lo sabe con certeza, pero aquel que lo ve no lo olvidará jamás.