Los espías consentidos de Nazar Haro
Prácticamente desconocido hasta ahora, una investigación de Quinto Elemento Lab revela que el C-047 era según la versión oficial el grupo mejor preparado para realizar inteligencia y contrainteligencia; para otros, sólo un equipo construido sobre mitos y leyendas. En cualquier caso, una sola coincidencia: fue el grupo consentido de espías de su creador, Miguel Nazar Haro
Por Jacinto Rodríguez Munguía y Susana Zavala / Quinto Elemento Lab
El sonido de las pesadas teclas de la máquina de escribir se pierde en el murmullo de una gris oficina. Es el 29 de agosto de 1980, cerca de las nueve de la noche. Un hombre escribe, dejando caer, una a una, las maltrechas letras: “El señor Julio Scherer García, director de la revista Proceso, en convinación con la editorial Nueva Imagen, se han hechado a cuestas la labor de organizar un concurso de historia narrativa sobre el militarismo en Latinoamerica”.
A esa hora no le importa mucho cuidar la ortografía. Este agente comienza a escribir sobre una hoja donde se lee: “Reporte”. Dirigido a sus superiores, les pone al tanto de sus pesquisas de los últimos días.
Les informa que desde hacía cuatro días (el 25 de agosto), en el hotel Hacienda de Cocoyoc, se reunían Gabriel García Márquez, Teotonio Dosantos, Julio Cortázar, Jean Casimir, Rafael Pérez Gavilán, Carlos Quijano, Ariel Dorfman y Julio Scherer. ¿La razón del encuentro? Definir los lineamientos para el concurso sobre militarismo.
Sin decir quién se lo dijo o cómo obtuvo la información, sabe que los escritores reunidos han analizado, “desde su propio enfoque ideológico”, los acontecimientos recientes en El Salvador, Bolivia y Guatemala, y, además, valoran la posibilidad de elaborar una declaración pública.
En su escrito de apenas cinco párrafos, el agente-espía agrega detalles de interés: comenta que a las reuniones también ha asistido Sergio Méndez Arceo, el obispo de Cuernavaca. No dice cuánto tiempo estuvo ni lo que éste dijo, pero el dato es importante. Méndez Arceo, conocido como el “obispo rojo”, siempre ha sido un hombre crítico de los poderes y cercano a movimientos sociales y populares.
Agrega, además, algunos datos generales de los personajes: que García Márquez es escritor; Dosantos, periodista y catedrático brasileño; Quijano, periodista y escritor uruguayo; Cortázar, escritor argentino...
Sigue el protocolo y llena el formato para identificar su reporte:
Dirección Federal de Seguridad.
Departamento: C-047.
Sector: Especial
Localidad: DF
Cerca de las nueve de la noche (20:45) ha terminado y, sin detenerse a revisar nada, concluye con la firma clásica del burócrata mexicano, esa palabra mágica que reafirma sumisión a los superiores e indica, a la vez, la satisfacción del deber cumplido: “Respetuosamente”.
Clandestinas, confidenciales y secretas
Minuto 4:47. Capítulo IV de Así era la DFS. La voz en off del narrador hace una pausa para imprimir un énfasis dramático:
“Todas las actividades que realiza el Departamento de Operaciones Clandestinas son confidenciales y secretas. Su misma ubicación en el mismo edificio está aislada de todos los departamentos y el nombre que se utiliza es en clave... Esta, si llegara a trascender, no sería clasificada”.
El narrador, que no es un profesional, sino un agente de la DFS de nombre Pedro García Bello, sigue con la descripción, tan puntual y precisa que resulta en realidad una lectura ensayada que ha perdido intención.
Los matices de voz suenan tan forzados como inverosímiles: “Los agentes de esta área han sido seleccionados por su valor y su inteligencia. El propio director de la Federal de Seguridad se ha hecho responsable de su formación y desarrollo de sus actividades”.
La narración convencería a cualquiera si no fuera por algunos detalles: mientras se transmite el mensaje de secrecía y misterio, la cámara se posa, primero, en el organigrama de la DFS y, cuando menciona al “director”, enfoca el nombre: Miguel Nazar Haro.
Y luego, cuando el locutor dice que el nombre del departamento secreto está en clave, aunque no lo menciona, la lente se mueve hacia una puerta café con un letrero en el que, a pesar de la imagen desenfocada a propósito, se alcanza a leer con facilidad: Departamento C-047.
Según el locutor-agente, las actividades que realizaba el Departamento de Operaciones Clandestinas –se refiere al C-047–, eran “confidenciales y secretas”.
En primer plano, las tareas de “inteligencia”, a cargo de una sección especializada en recabar información política, económica, social y militar que pudiera afectar los intereses nacionales.
Esta información, se explica, se obtenía a través de la vigilancia de la conducta de gobiernos y la población de países cuyas tendencias ideológicas “no eran acordes” con las de México. Por razones de ubicación, Latinoamérica era una de las áreas de constante observación y seguimiento.
A partir de la inteligencia de muchos años, según el narrador, se habían conocido los problemas de Chile, Nicaragua, Cuba, El Salvador, Guatemala, República Dominicana, Colombia, Uruguay o Argentina, por lo que la información que se obtenía era utilizada para prevenir al gobierno mexicano sobre sus repercusiones en nuestro país.
La otra pieza clave del C-047 era la sección de “contrainteligencia”, que se nutría de datos de la inteligencia y se dedicaba a identificar y seguir a personas de otras nacionalidades que hacían labores de espionaje en México al servicio de sus países, y también a aquellos extranjeros que utilizaban suelo mexicano para hacerlas en otros países.
“Es preciso, para que los agentes no sean descubiertos, cambiar su fisonomía cuando asisten a eventos de sujetos investigados o de aquellos elementos que ya tienen un contacto personal con éstos”.
Además de coordinar las secciones de inteligencia y contrainteligencia, el jefe de este departamento tenía bajo su mando el control de asilados políticos y de extranjeros, por lo que su vigilancia era clave para evitar que violaran las leyes mexicanas.
Así que el C-047 se encargaba, por tanto, de detectarlos y por medio de la Brigada Especial (un grupo paramilitar antiguerrilla), eran conducidos a las procuradurías o a la Dirección de Asuntos Migratorios de la Secretaría de Gobernación.
El eje DFS-Nazar-C-047
La historia del Grupo Especial C-047 no se puede contar sin la de su creador: Miguel Nazar Haro; y la de ambos, sin la de la Dirección Federal de Seguridad.
Primero, la DFS. Su origen se remonta a 1947. Un par de años antes había acabado la Segunda Guerra Mundial. El entonces presidente mexicano Miguel Alemán Valdés, con la guía del gobierno de Estados Unidos, promueve la creación de una versión a la mexicana de la Agencia Central de la Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).
Aunque en su origen la DFS tenía como prioridad garantizar la seguridad física y personal del presidente y su familia, un video rescatado hace un par de años de los archivos cinematográficos establece una primera versión oficial de la función de la DFS: se trataría de una “institución policiaca moderna que, con los elementos materiales y humanos de que está dotada”, estaría capacitada para “figurar entre las primeras organizaciones de su género en el mundo”.
Pero la visión romántica expresada en el video, producido en 1948, tomaría otro rumbo; la Dirección Federal de Seguridad adquirió un perfil más ambicioso, a partir del cual buscaba sentar las bases de un sistema de vigilancia y control de personas y grupos sociales en beneficio del gobierno en turno.
Hacia los años sesenta, la DFS había incorporado ya a su misión una agenda política-policiaca con la mirada puesta en el control de los movimientos sociales. Las masivas protestas estudiantiles de 1968 se convertirían en unas de las prácticas de campo, en las que el C-047 consolidó sus tareas de espionaje.
Incluso, uno de los reportes casi míticos lo elaboró el mismo Nazar Haro en una de sus incursiones a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El reporte del 20 de septiembre de 1968, un par de semanas antes de la matanza de Tlatelolco, indicaba en esencia que en las gavetas donde se acostumbraban guardar los cadáveres se había localizado lo que para ellos era un “arsenal”. Y hace una descripción de las armas de fuego presuntamente localizadas: cinco pistolas, un rifle calibre 22, cuatro decenas de cartuchos útiles...
A ese, seguirían miles de reportes que dan cuenta de las labores de espionaje de todos los departamentos y grupos de la DFS, entre ellos el C-047, cuyas tareas estaban guiadas por un “espíritu de servicio a la patria” y de lealtad al gobierno legalmente constituido y a sus instituciones, “ya que la fatigas y los peligros por los que atraviesa no son fáciles de superar”, según el discurso del documental.
Concepción y creación del C-047
La historia de la DFS no puede entenderse sin el papel de Miguel Nazar Haro, quien, junto con Fernando Gutiérrez Barrios, fue el director que imprimió las huellas más distintivas de esa corporación.
Célebre desde años antes, después de haber detenido y luego liberado a Fidel Castro y a Ernesto El Che Guevara, quienes partirían entonces a liderar la Revolución Cubana de 1959, Gutiérrez Barrios dirigió la DFS entre 1964 y 1970 cuando Luis Echeverría era titular de la Secretaría de Gobernación.
Gutiérrez Barrios ya había visto para entonces a Nazar Haro como uno de sus alumnos más destacados, alguien a quien habría que pulir y perfeccionar en la práctica de campo y las clases en la academia.
Una de las habilidades de Nazar Haro, fundamental para acercarse a Gutiérrez Barrios, es que supo detectar una de las carencias de la DFS: la falta de trabajo sistemático, de clasificación y análisis de la información que proporcionaban los agentes e informantes.
Por ello es que fue enviado a instituciones del extranjero a prepararse en materias de contrainsurgencia y temas afines. En la oficina de sus hijos cuelgan, enmarcados, los diplomas y reconocimientos que las academias militares y policiacas de Estados Unidos le otorgaron.
A su retorno de uno de esos viajes de “formación”, después de tomar durante seis meses un curso de contrainsurgencia en Washington, Nazar Haro pudo conformar en noviembre de 1965 el Grupo de Investigaciones Especiales, conocido como C-047.
Las tareas centrales del Grupo Especial C-047, en palabras de Nazar Haro, eran el espionaje y contraespionaje: recabar información y crear un “ejército inconsciente” de información política mediante redes de informantes.
“Partí de cómo lograr datos e información para establecer un principio de investigación. Les señalé (a los agentes) que la base fundamental eran las relaciones públicas; hacer amigos en los diferentes sectores de la población para obtener información”, según le contó al periodista Jorge Torres, quien lo cita en su libro Nazar, la historia secreta.
Aún más: en una de las raras entrevistas que concedió a medios de comunicación, Nazar Haro comentó a El Universal que un equipo especializado en la utilización de disfraces en operaciones encubiertas vino a capacitarlos desde Nueva York y que las agencias de Israel transfirieron tecnología en decodificación de mensajes cifrados.
En esa entrevista dio algunos datos más, en específico uno: que la DFS tenía 13 departamentos, entre los que se encontraba el más secreto de todos, separado incluso de otras áreas, conocido como C-047.
Justo de esos años, cuando se reclutaban a los primeros agentes de ese grupo, existe un testimonio personal:
“En un principio éramos seis agentes y Miguel. No dependíamos operativamente de Control de Agentes. Teníamos una relación directa con el director. Éramos chaparritos y pasábamos desapercibidos porque nuestra función era investigar y juntar información. Teníamos infiltrados en muchos grupos subversivos”, le comentó un ex agente al académico Sergio Aguayo, quien lo cita en el libro La charola, quizá el trabajo de mayor alcance y profundidad sobre la DFS.
La última frase del testimonio resultaría clave para los años que vendrían.
Dos meses antes de haberse creado el C-047, el 23 de septiembre de ese mismo 1965, un grupo guerrillero intentaba asaltar el cuartel militar de Ciudad Madera, en Chihuahua. La acción insurgente terminó en un rotundo fracaso, pero sembró la semilla de la lucha armada.
Cerca de una década después, en marzo de 1973, un grupo de organizaciones guerrilleras formaron la Liga Comunista 23 de Septiembre, sobre cuyos integrantes se desataría después una cacería sin cuartel: cientos de ellos fueron torturados, asesinados o desaparecidos.
En ese contexto de incipientes acciones guerrilleras, Nazar Haro tejía y lanzaba su red de espías y agentes al mar de los movimientos sociales existentes. El C-047 sería la primera fase.
La segunda fase se desplegaría, tiempo después, con el surgimiento de la Brigada Blanca, cuyo diseño y creación en junio de 1976 se le atribuye a Nazar Haro.
La Brigada Blanca, cuyo nombre oficial era “Brigada Especial”, fue un grupo integrado por agentes de la DFS, militares y elementos de diversas corporaciones policiacas que serían responsables de miles de detenciones ilegales, torturas, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas cometidas en contra de campesinos, sindicalistas, estudiantes, opositores y militantes de organizaciones guerrilleras.
La creación de ese grupo surge en respuesta a la formación de la Brigada Roja, el cuerpo encargado de la dirección nacional y coordinación política y militar de La Liga Comunista 23 de Septiembre.
La propia DFS dejó constancia de ello en sus archivos. Un documento fechado en junio de 1976 sostiene que la Brigada Blanca, o “Brigada Especial”, está “destinada a investigar y localizar, por todos los medios, a los miembros de la llamada Liga Comunista 23 de Septiembre, con el propósito de limitar sus actividades y detenerlos”.
Pero, a todo esto, ¿por qué el nombre de C-047? “El nombre es en honor a la fecha de creación de la DFS”, responde José Luis Nassar, hijo de Miguel Nazar Haro, al equipo que realizó esta investigación.
El primer éxito del C-047
La primera acción “exitosa” del C-047 consistió en desmantelar los intentos del periodista español Víctor Rico Galán por organizar un grupo armado, algo que detectaron desde finales de 1965. Sus agentes se ganaron con cierta facilidad una estrella en el pecho.
Si bien hicieron un primer ejercicio de investigación e infiltración, al revisar con detenimiento el expediente del caso resulta obvio que la organización de Rico Galán no había alcanzado el nivel de una estructura guerrillera. Demasiada pública su intención de enfrentar al gobierno con las armas; demasiadas explícitas y abiertas sus pretensiones.
En una de las miles de cajas de documentos administrativos, oficiales y reportes policiacos resguardados en el Archivo General de la Nación y consultados para esta investigación, se puede localizar el informe completo sobre el caso de Víctor Rico Galán y el plan para detener al grupo.
El nivel de la infiltración era tal que los agentes del C-047 conocían las claves para tener acceso a las casas de seguridad. En una de ellas, la que tenían en la calle Golfo de Tehuantepec, en Tacuba, la clave de acceso estaba cifrada en morse: largo, largo, corto, largo, largo.
Sabían además que en la azotea se localizaba un cuarto habitado por uno de los integrantes y que en la casa solía haber 30 personas; que un tal Rolf Mainer Hufner, alto, rubio, era el profesor de guerrillas, que cargaba una pistola calibre 45 en su maletín y que era “sumamente peligroso”.
El objetivo marcado con el número 3 era la casa de Rico Galán. La información que había provisto el C-047 es que funcionaba como una especie de escuela de adoctrinamiento; que ahí habitaba “el objetivo, la Sra. Madre y la hermana”, además de tres niños. “No se considera que haya resistencia”. Incorporaron un apunte casual: “Hay discos con canciones revolucionarias de Judith Reyes”.
El documento incluye una lista de nombres vinculados a la organización Movimiento Revolucionario, con sus respectivos datos: dirección, teléfonos y señas generales.
Con esa información de las personas, los croquis de las zonas y de las casas (habitaciones, recámaras, estancias), se tomó una decisión: “Los asaltos a los objetivos, las aprehensiones de personas en ellos y las detenciones, se efectuarán a las 13 horas del 12 de agosto de 1966”.
Esta acción había tomado en cuenta al menos tres elementos:
1. La presencia dentro de los objetivos de las personas más importantes del movimiento.
2. La hora más crítica en la preparación de los miembros del movimiento.
3. La hora menos vulnerable para personas ajenas al movimiento en las calles.
Para orgullo de su creador, quien probaba sus teorías, la primera acción del C-047 había sido un “éxito”.
Los papeles del C-047
Los años dorados de la DFS se ubican en momentos muy identificables: los años sesenta, setenta y principios de los ochenta. El surgimiento de movimientos guerrilleros luego de la matanza de Tlatelolco 68 le permitió a la CIA nacional desplegarse a sus anchas en un territorio nacional marcado por la oscuridad y la ilegalidad.
La preservación de la “Patria” y la necesidad de afrontar supuestas conjuras comunistas que colocaban en riesgo al sistema político mexicano fueron los pretextos para que la DFS ejecutara el exterminio de quienes desafiaron con las armas al régimen del PRI.
Las operaciones clandestinas de la agencia encontraron un punto de quiebre a principios de los años ochenta con dos asesinatos de alto impacto en los que estuvo implicada la estructura de la DFS, como ya lo estaba en el incipiente negocio del narcotráfico: la ejecución del influyente columnista Manuel Buendía (30 de mayo de 1984) y la tortura y asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena (9 de febrero de 1985).
Un documento de esa época final, hasta ahora inédito y obtenido por Quinto Elemento Lab, revela en 29 páginas una radiografía muy detallada de la DFS de esos años y de toda la infraestructura y el aparato logístico con que contaba.
Ahí, de manera inesperada, aparece en un lugar prominente el grupo de muchachos consentidos de Nazar Haro. El C-047 se ubica jerárquicamente apenas abajo del director de la DFS y de sus asesores.
Elaborado en junio de 1984, el documento muestra las entrañas operativas de ese aparato de espionaje. El grupo especial C-047 había sobrevivido a su creador, quien dejó de formar parte de la DFS en 1982.
José Antonio Zorrilla Pérez, el entonces director de la policía política, avalaba el reporte, cuyo fin era solicitar un mayor presupuesto para 1985, sin saber que poco después sufriría el coletazo del impacto causado por la tortura y homicidio de Enrique Camarena, en el que sus agentes tendrían un papel destacado.
La descomposición se aceleró el 30 de mayo de 1984, cuando Rafael Moro Ávila, sobrino nieto de un expresidente y uno de los elementos destacados de la DFS, se acercó por la espalda a Buendía, el columnista más influyente de la época, le levantó la gabardina negra y ahí, en plena avenida Insurgentes Centro, lo ejecutó.
Las plantillas de personal incluyen columnas con datos específicos: los nombres de los departamentos, el número de elementos que los conformaban; el nombre, función, categoría de cada uno de los integrantes de la nómina (director, jefe de departamento, agente); clave del Registro Federal de Causantes, sueldo que percibían y compensaciones económicas.
Por ejemplo, el director Zorrilla Pérez, quien después sería encontrado culpable de haber participado en la planeación del asesinato de Manuel Buendía, percibía como sueldo directo anual poco más de 685 mil pesos y se pedía una compensación adicional de 470 mil pesos, lo que daba un aproximado de más de un millón de pesos de esos años.
Entre los cuadros estadísticos, se encuentra uno que aporta pistas para ubicar el contexto del documento. En un diagrama de barras se describe cuál había sido el incremento en recursos humanos (personal) entre 1977 y 1983. De acuerdo con este esquema, se habría multiplicado rápidamente: de 459 a 3 mil 008 integrantes. Poco más de 3 mil agentes de la DFS repartidos en todo el territorio.
En la primera hoja del documento, aparece la columna de agentes del C-047. A la cabeza, con el cargo de comandante se lee el nombre de Félix Martín Lozano Rangel, seguido de Fernando de la Sota Rodallaguez. Luego, decenas más hasta llegar a 35 elementos. Entre todo el equipo, una sola mujer: Amalia Jaimes Corona.
El C-047 había sobrevivido hasta el último día de la DFS. A partir de los documentos, además del testimonio de dos ex agentes de esa policía que pidieron resguardar su nombre, se puede elaborar un perfil del tipo de trabajo que realizaban los agentes del grupo.
Entre muchos de los papeles rubricados con la clave del C-047 se encuentra el registro minucioso de las salidas e ingresos de extranjeros a través del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
La vigilancia de extranjeros era una de las tareas más comunes que realizaba la DFS. De acuerdo con el libro Nuestro hombre en México. Winston Scott y la historia oculta de la CIA, estas actividades formaban parte de una colaboración entre la DFS y la CIA conocida en la nomenclatura de las operaciones de la agencia estadunidense como “LIFIRE” para vigilar a quienes volaban a Cuba:
“En el aeropuerto de la Ciudad de México, Anne Goodpasture regularmente recogía el producto de un programa conjunto con las fuerzas de seguridad mexicanas conocido como LIFIRE, manifiestos de pasajeros y fotografías de los pasaportes de los simpatizantes que viajaban a la isla”.
Decenas de miles de reportes se generaron sobre pasajeros que entraban y salían del aeropuerto. Observar y seguir a los extranjeros era una de las principales funciones del C-047.
Sergio Aguayo confirma el interés particular que la DFS tenía por la información relacionada sobre los grupos guerrilleros de América Latina y, en particular, por los temas relacionados con Cuba.
“Los teléfonos de ciudadanos rusos, cubanos y polacos, estaban permanentemente intervenidos; se fotografiaba a toda persona que entraba y salía de la representación diplomática. Lo mismo se hacía en el aeropuerto internacional con los viajeros entre México y La Habana... En una casa ubicada en la calle de Shakespeare, en Polanco, los agentes de la DFS entregaban a la CIA los informes de dichos seguimientos e, incluso, en esa casa estaba una base de seguridad integrada por entre 10 y 20 agentes de la DFS al servicio de la CIA”, escribió el especialista en su libro La charola.
Un ex agente de la DFS consultado para este trabajo recuerda que una de sus tareas era vigilar el ingreso de extranjeros en el aeropuerto internacional y luego darles seguimiento. “Me tocó ir al hotel Versalles, que ya no existe, cerca de la Secretaría de Gobernación, a apoyarles para vigilar a un grupo de visitantes bajo el control de Gobernación. Era un grupo árabe-palestino, muy importante; nosotros hacíamos labor de vigilancia, incluso con los asilados”.
La salida de mexicanos al exterior también era monitoreada de manera cercana. Hacia fines de 1969 el equipo del C-047 detectó a un grupo de estudiantes que viajaba a la Universidad Patricio Lumumba, en la entonces Unión Soviética.
En ese momento, no lograron saber mucho de los 60 estudiantes que volaban a Moscú; sólo que viajaban becados con el respaldo del Instituto Cultural Mexicano-Ruso.
Una vez detectado el grupo, los agentes hicieron su reporte correspondiente. Otras áreas de la DFS daban seguimiento y armaban un mapa más amplio de información sobre lo que consideraban la radiografía de la subversión.
Los archivos de la DFS consultados muestran cómo operaba el mecanismo de espionaje y vigilancia. Un reporte sin fecha localizado en el Archivo General de la Nación puntualiza sobre los viajeros a Moscú:
“A finales de 1969 y principios de 1970, los mexicanos que se encontraban estudiando en la Universidad Patricio Lumumba, de Moscú, Rusia, Fabricio Gómez Sousa, Alejandro López Murillo, Candelario Pacheco Gómez, Camilo Estrada Luviano, asesorados por sus consejeros de Clase, buscaron la forma de hacer contacto con la Embajada de Corea del Norte en Moscú, en la que consiguieron una oferta para 50 estudiantes mexicanos, los que recibirían entrenamiento de guerra de guerrillas, con duración de seis meses, pagando el gobierno de Norcorea los gastos...”.
El documento incluye cuando menos 36 nombres, con un registro que seguía las normas de clasificación de la DFS y que indicaba que cada uno de ellos ya tenía su respectivo expediente.
El #1: Félix El Güero Lozano
Minuto 6:16. Capítulo IV. Toma en plano general de Así era la DFS: el hombre, de unos 50 años, camina hacia la cámara. Camisa azul, sin barba y con una pequeña bolsa en las manos. Un corte abrupto de edición: el mismo hombre batalla al tratar de colocarse bigote, barba y peluca postizas; lentes y corbata. En unos segundos, se ha transformado.
Voz en off del narrador:
“Es preciso, para que los agentes no sean descubiertos, cambiar su fisonomía cuando asisten a eventos de los sujetos investigados, aquellos elementos que ya tiene un contacto personal con estos... Antes de esa etapa, se ha realizado todo tipo de vigilancia, y se tienen perfectamente conocidas las actividades de los elementos y de sus contactos, sus aficiones y defectos”.
El personaje que transforma su imagen, lo que era una práctica común en los espías de esa época, es Félix Martín Lozano Rangel, mejor conocido como El Güero Lozano.
Las huellas de El Güero Lozano fueron diluyéndose en los laberintos de la desmemoria. Para quienes lo conocieron de manera cercana, fue el hombre de todas las cercanías de Nazar Haro, quien le tenía confianza plena y encargó la dirección del C-047.
En los archivos de la DFS existe una colección de fotografías de sus agentes. Son fichas de nómina y tarjetas administrativas del personal adscrito. Corresponden a los años 1971-1972.
Entre las imágenes, se encuentra la que corresponde a Félix Lozano Rangel. El copete le hace un ligera curva sobre la frente; ningún cabello se encuentra fuera de lugar. Bajo sus tupidas cejas, los ojos se ven más pequeños de lo que quizá eran.
Los músculos de la cara y la quijada inclinada ligeramente hacia delante reafirman la dureza del rostro y el resultado de la disciplina del ejercicio. Podría ser la imagen típica de un burócrata con altos ingresos económicos antes que la de un agente de la DFS desaliñado que usualmente viste trajes baratos.
“Él es Félix Martín Lozano”, confirman dos ex agentes cuando miran la foto y la imagen del video.
Los testimonios escritos y personales dejan ver con claridad que el jefe de los agentes consentidos de Nazar Haro llevaba la compleja responsabilidad de la comunicación con las agencias estadunidenses de espionaje.
Esa relación “se gestionaba por medio de un cómico y fantasioso departamento crípticamente llamado C-47, contraparte de la CIA y de la embajada en general. El departamento estaba constituido por una sola persona: El Güero Lozano”, escribe Jorge Carrillo Olea, ex director del Centro de Inteligencia y Seguridad Nacional (Cisen), el organismo creado luego de la extinción de la DFS, en su libro Torpezas de la inteligencia.
Y es todo lo que comenta sobre el C-47. Posteriormente, vía correo electrónico dirigido a los autores de esta investigación, un brevísimo apunte, casi anecdótico, sobre El Güero Lozano: “Lo único adicional sería que fue jefe de la escolta de (Mario) Moya Palencia cuando éste fue secretario (de Gobernación); hombre amable, de buenos modales, que era apreciado”.
De la historia de Félix Martín Lozano no existía ningún rastro público, nada que lo vinculara con la DFS y menos con el C-047. Hasta ahora, que se han localizado los documentos que se publican junto con este texto.
De su vida pública posterior, sólo hay un documento fechado muchos años después: 1999. Es un reporte oficial de la Organización de Estados Americanos (OEA) que ha sido subido a internet.
Lozano Rangel, en su calidad de subdirector para Asuntos Nacionales del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), formó parte de la comitiva mexicana que asistió al Encuentro Interamericano contra el Terrorismo convocado por la OEA. A la cabeza de la delegación, aparece el contraalmirante Wilfrido Robledo Madrid, entonces comisionado de la Policía Federal Preventiva.
Para muchos de quienes integraron la DFS, sumarse y ser absorbidos en las filas del Cisen fue el camino natural en su vida, en la ruta del espionaje y la clandestinidad.
Luego de su asistencia al encuentro interamericano, la presencia pública de Lozano Rangel se esconde en una capa imposible de superar.
Veintitrés años después, una de las personas más cercanas a Nazar Haro confirma que Lozano Rangel, el consentido del antiguo director de la DFS, vive, pero lo hace en tan precario estado de salud que resulta imposible tener contacto con alguien que no pertenezca a su familia.
Nada que ver con aquel hombre de mediana edad que se caracterizaba para despistar a sus objetivos. El Güero cumplirá 90 años en este 2023. Y lo más probable es que ya no hable con nadie y sus historias como comandante del C-047 se vayan con él.
Es 1969 y el C-047 apenas va por su cuarto año de existencia. De manera inusual, quizá por la curva de aprendizaje, Félix Lozano firma un reporte de sus actividades con su nombre, algo que difícilmente volverá a ocurrir en los años posteriores.
El informe muestra el marcaje casi obsesivo que se hacía a los visitantes, en este caso a quienes llegaban al país en el vuelo 464 de la aerolínea Cubana de Aviación.
El documento describe lo que sería todo un estilo del espionaje mexicano: subrayados especiales en los casos “sospechosos” ya fuera por su cargo diplomático, por su país de origen o, simplemente, por su apellido.
Hacía una distinción entre los pasaportes ordinarios, especiales y oficiales. Entre estos últimos, se anotó el de Michel Nicolas Greg Demidof, ciudadano belga y funcionario de la ONU. También quedó registro de diplomáticos de Canadá, Japón e Italia que habían salido de La Habana.
Ninguno de los viajeros quedaba sin anotar. Y sobre algunos, se hacían apuntes. Les llamó la atención, por ejemplo, Rose Marie Davis, estudiante norteamericana, “persona que no recordó el hotel (donde se hospedaría). Andaba con Mirabal de la embajada de Cuba”.
Ahí quedaron también anotados los nombres de otros pasajeros: periodistas franceses, religiosos, amas de casa, profesores, comerciantes, médicos y editores.
Tres cuartillas que remataban, como pocas veces ocurría, con los nombres de los agentes asignados al aeropuerto: Esteban Guzmán Salgado, Alejandro Mogueira y Félix M. Lozano Rangel.
El Ayatola, torturador de alta escuela
Uno de los ex agentes de la DFS que accedió a hablar con el equipo de periodistas recuerda que en una de las sedes de la DFS existía un área a la que llamaban La disco. Dependía del C-047 y la operaba un personaje apodado El Ayatola, un árabe alto, muy delgado y muy culto, que hablaba varios idiomas.
“El creó esa área, La disco. Era un lugar de tortura profesional. Cuando torturaba a alguien, lo único que se escuchaba era la música de esos años, música disco, y la que se conoce todavía como sicodélica. Una de sus torturas preferidas era la falanga. Consistía en aplicar golpes muy bien calculados e intermitentes con una tabla sobre la planta del pie; despacio, ni fuertes ni violentos; tan suaves que el torturado apenas lo percibe, pero termina fracturándote las rodillas”.
Esa práctica era una de las empleadas recurrentemente por el ejército y los agentes de la DFS en su lucha contrainsurgente. De hecho, un informe de Amnistía Internacional de 1980 denunciaba que la falanga o falka se seguía aplicando como método de tortura.
José Luis Moreno Borbolla, miembro de la Brigada Roja de la Liga Comunista 23 de Septiembre, describe cómo se la aplicaron. “Me amarraron a una tabla para meterme en un abrevadero para caballos, el famoso pocito, combinado con toques eléctricos en todo el cuerpo, además de golpearme con una tabla las plantas de los pies”, recuerda en su libro Testimonios de la guerra sucia.
Edward Peter, autor de La historia de la tortura, describe así este método: “El azote continuo de las plantas de los pies (...): cada golpe se siente no sólo en las plantas, que se arquean dolorosamente cuando el palo aplasta los delicados nervios de las plantas de los pies; el dolor se dispara a lo largo de los músculos de la pierna y explota a través de la parte posterior del cráneo. Todo el cuerpo sufre y la víctima se retuerce como una oruga. Se reduce el movimiento de los tobillos, pies y dedos de los pies. En la mitad de los casos examinados, las secuelas crónicas de la falanga permanecieron entre dos y siete años después de su aplicación”.
En una ocasión, uno de los jefes de la Brigada Blanca escuchó los aullidos que salían de La disco y le dijo a uno de los ex agentes:
–Diles que se dejen de mamadas, que nos den a ese güey.
–No, jefe, venga, le explico lo que les hace.
–¿Y para qué le hacen tanto a la mamada?
–Pues para obtener lo que quieren saber...
–Dile que te lo den, nosotros le sacamos la información.
El ex agente explica a los reporteros que El Ayatola hacia cosas más sofisticadas, de alta escuela. Era seguro que quien cayera en La disco la iba a pasar mal. “Hablaban porque hablaban. Metían y sacaban detenidos, estaba en la planta baja, apartado, restringido el acceso”.
Un día, cuenta, le pregunté a El Ayatola qué sentía cuando atormentaba a sus víctimas. “¿Qué sientes cuando aplicas esas torturas? ‘Deja de preguntar mamadas’. Esa fue su respuesta”.
–¿Qué pasó con El Ayatola?
–Tomaba café como loco y fumaba muchísimo. Y luego se comenzó a hacer bolas porque se hizo adicto a la cocaína. Se acababa todo su dinero en drogas e incluso un día, urgido de dinero, le robó un reloj al comandante Juventino Prado Hurtado, el jefe de la Brigada Blanca. Le ha dado una madriza.
El #2: Fernando de la Sota
Los documentos de la DFS confirman que el comandante Félix Lozano Rangel era el número 1 del C-047 y el también comandante Fernando de la Sota Rodalleguez, el número 2.
De él existe un rastro que hoy se encuentra en un lugar destacado: en una vitrina montada en el edificio de la calle Circuito Morelia, colonia Roma. En el lugar en el que se ubicaba una de las sedes de la DFS hoy se resguarda una charola, una credencial con la que la Secretaría de Gobernación acredita a De la Sota como jefe de Servicios Federales adscrito a la DFS.
De su paso por esa corporación no existía ninguna huella. Su “reaparición” pública ocurrió en uno de los momentos trágicos que marcaron los últimos años del régimen priista.
El 23 de marzo de 1994, el día en que asesinaron al sonorense Luis Donaldo Colosio, De la Sota lideraba el grupo de seguridad privada Omega, cuya tarea central era proteger y garantizar la vida del entonces candidato presidencial del PRI.
El papel del ex agente de la DFS en los hechos ocurridos en la colonia Lomas Taurinas, en Tijuana, quedó envuelto, como el crimen mismo, en una maraña de contradicciones e hipótesis que nunca pudieron o quisieron ser aclaradas.
Las fotografías de la época lo ubican a menos de un metro de distancia de Colosio en el momento del atentado y en sus declaraciones insistió desde el primer momento en que hubo sólo un autor material y que el aún preso Mario Aburto hizo los dos disparos que abatieron al candidato del PRI, y que vio el cuerpo de Colosio boca arriba, sangrando del abdomen.
La investigación pericial, sin embargo, concluyó que el cuerpo estaba boca abajo. Por esas y otras contradicciones, De la Sota fue detenido en febrero de 1995, pero la sospecha de su participación en un complot para acabar con Colosio se diluyó y un juez lo dejó en libertad poco tiempo después.
Un reporte de The New York Times publicado en agosto de 1995 reveló que De la Sota había sido un informante pagado de la estación de la CIA en México de 1990 a 1992.
Como otros, el número 2 del C-047 sobrevivió a la desaparición de la DFS y al crimen de Colosio. Y aunque después de eso ya no se supo mucho de él, mantuvo siempre el orgullo de haber pertenecido a la policía política.
Fundó un despacho de detectives privados y mantuvo una cierta presencia en redes sociales, particularmente en Facebook, en la que abrió al menos tres perfiles, uno con su nombre, otro con el alias de El Conde de Montecristo y uno más a nombre de la Dirección Federal de Seguridad.
Entre una abigarrada colección de fotos familiares, de tigres de Bengala (el emblema de la DFS) y muchas charolas de esa y otras corporaciones policiacas, aparecen algunas imágenes que aportan información de su paso por el C-047 y algunos momentos de los que poco o nada se sabía.
El 6 de septiembre de 2011, por ejemplo, subió una fotografía en la que aparece, de traje y con la corbata aflojada, en su oficina del C-047, revisando documentos. Acompañó la imagen con este texto: “Trabajando, que recuerdos de ese tiempo!!! Ahí aprendí a ser hombre, amar a mi patria y esto: Morir es fácil... Difícil es vivir, con hombría, vivir con libertad y vivir con dignidad!!! Así pensábamos en mi añorada DFS” (sic).
En otra fotografía, de acuerdo con lo que el mismo De la Sota escribió, se encuentra acompañado de Félix Martín Lozano. Ambos flanquean a Edén Pastora, el famoso “Comandante Cero”, uno de los dirigentes de la guerrilla nicaragüense que luego se levantaría en armas contra el régimen sandinista.
Existen dos fotos del mismo momento. En una de ellas, De la Sota escribe: “Que diferente se ve el Cmdte. Edén Pastora (a) El Comandante Cero, vestido como persona decente y yo entrevistándolo, claro después de detenerlo, hace un buen rato. Edén Pastora libero a Nicaragua del dictador Anastacio Somoza. Murió de un bazucazo a su automovil. Son recuerdos. Por cierto me cayó muy bien el Comandante Cero, diríamos es hombre de palabra y muy cabr......! Héroe de Nicaragua!!”. (sic)
En la otra, que sube al perfil de la DFS, aporta otros detalles: “Esta fotografía es histórica para mí. Estamos el Cmdte. Félix Lozano Rangel, quien nunca entendió la lealtad del colaborador o de cualquier personal a sus órdenes. También está el Cmdte. Edén Pastora y yo, subjefe del depto. C-047. Vamos en una sala móvil del Aeropuerto Internacional de la Cd. de México”.
En ese mismo perfil, De la Sota presume sus cursos en la CIA, el FBI y el adiestramiento que recibió del Mossad o en Alemania, por ejemplo.
El 27 de enero del 2012, un día después de la muerte de Miguel Nazar Haro, De la Sota subió a su perfil de Facebook una foto del ex director de la DFS con dos frases: “Descanse en paz jefe”, “Bengala era su nombre en clave”.
El número 2 del C-047 también compartía fotos de las reuniones que aún realiza la hermandad de ex agentes de la DFS, en donde recuerdan sus experiencias y a Nazar Haro, a quien consideran el mejor director de la DFS.
A través de esa misma página de Facebook el 27 de agosto de 2017 llegó la noticia de la muerte de Fernando de la Sota. “Desgraciadamente, recibimos una mala noticia... Se va un gran comandante de entre nosotros, ícono de la DFS y PJF”.
El C-047 operó desde dos oficinas. Una, en el edificio de Circular de Morelia No. 8, en la colonia Roma Norte de la Ciudad de México. Hoy ese lugar ha sido rehabilitado como uno de los llamados sitios de memoria. En el sótano se ha montado un pequeño museo.
Como parte de la museografía se han colocado unos acrílicos sobre la pared. En uno de ellos se lee: “Grupos Clandestinos Contrainsurgentes. C-047. Creado en 1965 por Miguel Nazar Haro (...), su misión fue la de infiltrar y aniquilar a grupos armados que operaron en el país. Posteriormente, el gobierno decidió crear más grupos clandestinos que se enfocaran a exterminar a cada organización que se les asignara, quedando el C-047 como un grupo permanente de la Dirección Federal de Seguridad encargado de tareas de contrainsurgencia”.
José Reveles, director de este sitio de memoria, cuenta que un detalle que aparece en la fotografía de un detenido fue la clave para demostrar que esa persona había sido retenida en ese edificio, pues coincide exactamente con la huella que quedó en el zoclo de uno de los muros de ese lugar.
En uno de los lienzos que cuelgan en el sótano del edificio, se lee que el Grupo C-047 tuvo ahí su sede principal. La DFS operó ahí entre 1972 y 1978. Efectivamente, el C-047 tenía ahí oficinas. Pero no fue el único lugar.
Muy pocas cosas permanecen como en los tiempos de auge de este centro de operaciones de espionaje y tortura. Una de ellas es el diminuto elevador gris, individual, de apenas un metro cuadrado. Ese elevador era de uso casi exclusivo para Nazar Haro. Sólo conducía a su oficina del cuarto piso.
La otra sede del grupo especial estaba localizada en Plaza de la República número 20. La puerta con el letrero C-047 que aparece en el documental Así era la DFS corresponde a ese edificio.
Según el testimonio de uno de los ex agentes, el acceso del personal se hacía por la puerta ubicada en la calle de Ignacio Ramírez. Ahí, previa identificación y clave, el vigilante autorizaba la entrada. Las credenciales no eran igual para todos los departamentos. Las del C-047 eran rojas, mientras que las de la Brigada Especial eran blancas con azul.
Apenas cruzaban la puerta, los caminos se bifurcaban. En el centro, comenzaba un pasillo que terminaba en una rampa de cerca de un metro de alto. Aparentemente, topaba con un muro.
Sin embargo, a su lado izquierdo había una puerta secreta. “Tenías que presionar de cierta manera para activar un mecanismo y que esa pared cediera. Atrás de ella, se localizaba el C-047. Así como entrabas, a un lado, una bajada llevaba a un sótano y ahí estaba la discoteca. Nadie tenía acceso a ese lugar más que El Ayatola”.
En esa época, el C-047 ya no aporta mucho, se apodera de espacios clave, como el control de las aduanas en el aeropuerto de la Ciudad de México, sólo para obtener recursos económicos para sus integrantes, aprovechando la red de corrupción que había tejido durante más de una década y con la sensación de que se acercaban sus días finales.
La escena ocurre el 1 de febrero de 1980. Son las 17:30 de la tarde en la Ciudad de México.
El agente-espía, de quien no se consigna ningún dato en el reporte que hoy se encuentra en el Archivo General de la Nación, informa que Gabriele Heisler, miembro del Comité Latinoamericano de Bremen, Alemania, se ha puesto en contacto con la Fundación para los Derechos Humanos que dirige Gabriel García Márquez.
Reporta además que tiene la dirección del domicilio de ambos personajes, mismos que incluye, aunque lo más importante era que tenía conocimiento de que el Comité de Bremen pretendía obtener de la fundación encabezada por el escritor información sobre los desaparecidos en México, Guatemala, El Salvador, Argentina, Uruguay, Chile y otros países de la región. El propósito era elaborar un libro sobre las desapariciones en América Latina.
García Márquez había anunciado en diciembre de 1978 la creación de Habeas, una fundación para los derechos humanos. Más que la denuncia de las atrocidades, el propósito de la organización era lograr la liberación efectiva de las víctimas de la violencia de los Estados latinoamericanos. “Más que poner en evidencia a los verdugos, procurará, hasta donde le sea posible, clarificar la suerte de los desaparecidos y allanar a los exiliados los caminos de regreso a su tierra”.
La fundación operaba desde México; de eso tomó nota el C-047 y dejó registro en un reporte que incluye la dirección donde se ubicaba, la cuenta bancaria en la que García Márquez recibía las donaciones; con qué organizaciones internacionales intercambiaba información y una larga lista de personajes que la apoyaban: Amalia Solórzano de Cárdenas, Nicolás Guillén, Julio Cortázar, Ernesto Cardenal, Michael Manley y Matilde Urrutia, la viuda de Pablo Neruda, entre muchos más.
Según las fichas de la DFS, Habeas se había creado bajo la dirección y patrocinio conjunto de la Unión Soviética y Cuba y tenía como objetivo proteger, apoyar económicamente, proporcionar asesoría legal y medios a guerrilleros con ideología marxista-leninista, en realidad “terroristas e ideólogos”, que se escudaban bajo el concepto general de perseguidos políticos.
Nazar Haro siempre estuvo convencido de que su papel era salvar a la nación, al gobierno y a los buenos ciudadanos de sus enemigos.
“Éramos los ‘malos’ de la sociedad que tanto nos necesita y tan mal nos paga, pero créanme hijos, da gusto servir a los demás y nos sentíamos importantes cuando salvábamos una vida, protegíamos a un inocente o deteníamos a un criminal”, escribió de su puño y letra en una carta dirigida a sus hijos, que hoy cuelga de las paredes del despacho de su hijo José Luis, quien autorizó a este equipo a citarla.
En un par de párrafos les cuenta por qué estaba convencido de su misión y los inconvenientes que traía consigo:
“A veces tenemos que morir defendiendo la vida y propiedad ajena. Me gustó ser policía y luché con mis compañeros para que ustedes y otros niños, jóvenes y adultos pudieran desarrollarse con seguridad y pudieran caminar por las calles y llegar a la escuela libres de sobresaltos y de miedo por las calles.
“No importa que ahora me ataquen y que la gente me acuse...”.
Y se despide de ellos, apelando a su perdón:
“Hijos, quiero que me comprendan y que sepan que porque fui policía no pude atenderlos como se merecen ni darles todo lo que necesitaban, solo puedo darles como herencia, mi honor, mi orgullo y mi dignidad de hombre. Perdónenme hijos míos por haber sido policía”.
El siguiente es un reporte con fecha de 20 de enero de 1984. El asunto: dar cuenta de lo expuesto en el “Seminario sobre semántica y contrainsurgencia norteamericana, el terrorismo, propaganda y de hecho” (sic).
La disertación había estado a cargo de Heinz Dieterich, egresado de la Universidad de Bremen y profesor-investigador de la UAM-Xochimilco y de la UNAM.
El agente del C-047 anotó lo que consideraba puntos de interés para sus superiores. “Que la CIA, antes de apoyar un golpe de Estado en algún país latinoamericano, creaba una atmósfera a partir de tres elementos”:
• Recaba información sobre los militares que estarían dispuestos a dar el golpe.
• Crea un clima de golpe a través de la propaganda, desinformación y actos terroristas.
• Convence a los oficiales militares de que contarán con todo el apoyo del gobierno de Estados Unidos.
Además, consignó que en opinión del académico el esquema de dominación imperialista contaba con una batería de métodos a su alcance:
• Derrocamientos.
• Tortura.
• Escuadrones de la muerte.
• Desapariciones.
• Refugiados internos.
• Represión en general.
Y que la operación de la CIA incluía dos modos: “1) Visible o formal, operando las policías y fuerzas armadas. 2) Invisible, secreta o clandestina, con sectores específicos y sectores clandestinos de los aparatos terroristas, ejemplos las Brigadas Blancas”.
El reporte se concluyó a las 21:45 y lo firmó el agente con la misma palabra final de siempre: “Respetuosamente”.
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