Guerra del Cártel de Sinaloa triplica homicidios, duplica desapariciones y paraliza a Culiacán

Adrián López Ortiz
11 octubre 2024

El 9 de septiembre fue el inicio de los hechos de violencia que han tenido un impacto en la seguridad de Culiacán y en el resto de Sinaloa

El 25 de julio pasado por la mañana, a la finca San Julián del campestre Huertos del Pedregal, a las afueras de Culiacán, llegaron Ismael “El Mayo” Zambada y Joaquín Guzmán López a una reunión; iban acompañados de sus ayudantes. No se sabe cuántos eran.

Unas horas después, ambos aterrizaron en un avión en el pequeño aeropuerto de Santa Teresa, en Nuevo México, que había despegado de una pista ubicada en Campo Berlín, en Navolato. Con ellos iba solo un piloto de nombre desconocido. Ahí, ambos fueron puestos bajo custodia de las autoridades estadounidenses. La noticia de su captura se hizo global. El mítico capo de El Salado había sido capturado, su rostro moreno de 74 años le dio la vuelta al mundo; y con él iba uno de los hijos de su aliado de muchos años, “El Chapo” Guzmán.

Ese mismo día por la noche, Héctor Melesio Cuén Ojeda, ex Rector de la UAS, ex Alcalde de Culiacán y fundador del Partido Sinaloense, ingreso a la clínica privada CEMSI, ubicada en la colonia Chapultepec de Culiacán, tenía balazos en las piernas y un golpe en la cabeza. Antes de la medianoche fue declarado muerto, pero la investigación de la FGR apunta a que pudo morir desangrado desde la mañana. Su acompañante y único testigo del caso, Fausto Corrales, declaró que Cuén había sido herido durante un intento de robo de auto en una gasolinera al norte de Culiacán, en la comunidad de La Presita. Nadie creyó esa versión y sostenerla le costó el puesto a la Fiscal de Sinaloa, Sara Bruna Quiñónez.


Una guerra esperada

Después de ese jueves aciago, la gente de Culiacán comenzó a esperar la “guerra”. Si la versión de la traición que el propio Zambada contó en una carta tras su captura era cierta, la confrontación entre los Guzmán y los Zambada era inevitable.

Y llegó. Después de un agosto tenso, el 9 de septiembre por la mañana se desató una balacera entre militares y civiles armados en el sector La Campiña, al poniente de Culiacán. Dos elementos del Ejército fueron heridos y uno falleció después; le volaron la mandíbula de un disparo de alto calibre.

Desde ese primer enfrentamiento, Culiacán entró en la lógica de la guerra: enfrentamientos, bloqueos, asesinatos, personas privadas de la libertad, robo de autos, mensajes criminales, asaltos a comercios, persecuciones y “ponchallantas” en cruceros y avenidas.

De un día para otro, la seguridad de los culiacanenses cambió de manera abrupta. El imaginario colectivo se llenó de imágenes de convoyes militares y la conversación en chats se saturó de nota roja. Apareció el miedo.

Pero no solo la percepción de seguridad cambió, en los hechos, la tendencia decreciente que desde 2018 mantenían los delitos de alto impacto se perdió durante septiembre: los homicidios se triplicaron y tanto las personas desaparecidas como el robo de autos se fueron al doble.

Cumplido un mes de la disputa los saldos acumulados son 189 homicidios, 298 autos robados y 227 personas privadas de la libertad según la base de datos que Noroeste ha construido con fuentes públicas estatales y federales, así como colectivos de buscadoras; hay también, al menos 39 detenidos, más de 140 armas decomisadas y más de 100 vehículos asegurados, según informes de las autoridades.

Cuatro semanas después, los bloqueos en las avenidas de Culiacán ya no han ocurrido y los enfrentamientos en la vía pública se redujeron, pero los reportes de grupos armados en zonas y caminos rurales, así como en carreteras y colonias siguen llegando al 911 y publicándose en las redes sociales.

También las autopistas Culiacán-Mazatlán y Mazatlán-Durango han sido bloqueadas por los enfrentamientos entre criminales, lo que ha afectado el libre tránsito de las personas y el libre flujo de mercancías a todo lo largo del estado.

Aunque la mayor parte de los hechos violentos se han concentrado de Culiacán a Elota, el puerto de Mazatlán ya sufre el bajón del flujo turístico de Durango y El Bajío.

Lo más grave es que la actividad comercial y la movilidad en Culiacán se encuentran semiparalizadas, reducidas al mínimo por una sociedad que busca evitar correr cualquier riesgo. Las escuelas públicas y privadas presentan fuertes niveles de ausentismo, la vida nocturna desapareció y más de una centena de comercios han cerrado en la capital. A eso hay que sumar que, tras el desarme de la Policía Municipal de Culiacán por parte de la Sedena, en la ciudad comenzaron los saqueos a tiendas de ropa deportiva, motocicletas, ferreterías y bicicletas.

En un ánimo de diálogo y exigencia, una comitiva ciudadana integrada por activistas y empresarios y encabezada por el Consejo Estatal de Seguridad Pública (CESP), acudió a la Ciudad de México para plantear a la Federación un plan extraordinario de medidas en materia de seguridad, económicas y sociales para recuperar la tranquilidad. La respuesta del Gobierno Federal ha sido enviar elementos, armamento, vehículos y aeronaves.

Desde que la guerra se desató y la sociedad busca cómo recuperar su normalidad, tres han sido las violencias que se mantienen constantes en estos 30 días de disputa entre las facciones del Cártel de Sinaloa: la privación de la libertad de las personas, los homicidios dolosos y el robo de vehículos.


Homicidios: el mensaje de matar

El 15 de septiembre pasado, los cuerpos de cinco hombres maniatados, con visibles huellas de violencia y asesinados a balazos, fueron encontrados recargados en una barda de la salida sur de Culiacán. Todos portaban sombreros.

Esa escena se repitió el 29 de septiembre en la misma zona de la ciudad: cinco hombres asesinados, también con sombreros. Y volvió a ocurrir unos días después, el 3 de octubre, el mismo número de víctimas y el mismo mensaje que confirma la pugna entre las facciones del Cártel de Sinaloa.

El 27 de septiembre, un hallazgo macabro cimbró de nuevo a la ciudad: una camioneta tipo van con seis hombres asesinados en su interior fue abandonada en las inmediaciones del panteón Jardines del Humaya. En un costado, los autores del crimen grafitearon “Bienvenidos a Culiacán”.

En esta disputa, al igual que en las anteriores, los homicidios se usan para ajustar cuentas y mandar mensajes. Del 9 de septiembre al 9 de octubre han asesinado a 189 personas en Sinaloa, es un promedio de 6.3 por día, un dato muy cercano al máximo histórico registrado en 2010 con 6.57.

Noroeste calcula un promedio móvil diario de 7 días para medir con mayor sensibilidad la evolución de este delito en Sinaloa. La gráfica muestra que aunque los enfrentamientos en la vía pública han cedido, los asesinatos se mantienen en el triple del promedio anterior al inicio de la ola de violencia.



La guerra anterior de los Beltrán Leyva

No es la primera vez que el Cártel de Sinaloa se fractura. La más reciente fue la registrada entre los Guzmán y los López en 2017 y que culminó con la captura en la Ciudad de México de Dámaso López “El Licenciado” y la entrega de su hijo, “El mini Lic” en Estados Unidos.

Pero la guerra que ha servido como referencia para lo que sucede ahora, por los niveles de violencia alcanzados así como por su duración, es la registrada durante los años 2008-2011, cuando los Beltrán Leyva entraron en conflicto con los Guzmán y los Zambada tras la captura de Alfredo Beltrán Leyva, alias “El Mochomo”, en Culiacán.

La detención fue vista como una traición y Arturo Beltrán Leyva encabezó la venganza hasta que cayó abatido por la Marina a mediados de diciembre de 2009 en un departamento de Cuernavaca, Morelos.

Ese diciembre, Sinaloa registró 158 asesinatos, entre ellos el del Secretario de Turismo estatal, Antonio Ibarra Salgado, en Culiacán; 16 más que los registrados el pasado septiembre en el Estado.

Aquella guerra le dejó a Sinaloa su registro más violento de la historia: 2 mil 397 homicidios en el año 2010 según datos de Inegi, para un promedio de 6.57 diarios.

Sin embargo, a pesar de la violencia, entonces Culiacán no se paralizó. El estadio de beisbol se llenaba, las bodas y bautizos se celebraban y el calendario cultural de eventos y conciertos se mantenía mientras los militares patrullaban la ciudad, como lo hacen ahora.



Desapariciones: la nueva violencia invisible

A diferencia de la guerra anterior, esta disputa instaló una nueva violencia letal: la privación de la libertad de las personas. En un mes de guerra, Sinaloa registró 227 personas privadas de la libertad; es un promedio de 7.5 diarias.

Es el registro histórico más alto para Sinaloa, incluso por encima del año 2019 cuando hubo mil 319 desapariciones en total para un promedio de 3.61 diarias. El dato supera también al promedio diario de homicidios.

Para llegar a ese número, Noroeste construyó una base de datos con las fichas de la Comisión Estatal de Búsqueda, el Colectivo Sabuesos Guerreras y las surgidas de las denuncias de familiares de personas privadas de la libertad en notas periodísticas. Al comparar los 227 casos registrados en la base de datos, el hallazgo es que supera en 41 por ciento a las 161 denuncias presentadas hasta ahora por estos delitos ante la Fiscalía estatal.

De hecho, las privaciones de la libertad se han mantenido por encima de los homicidios dolosos en Sinaloa desde el año 2018, cuando Quirino Ordaz Coppel trajo a la Policía Militar para ocuparse en tareas de seguridad pública y la Guardia Nacional aún no se creaba.

En 2018 los homicidios dolosos comenzaron a descender pero las desapariciones de personas se mantuvieron por encima de los primeros. Este septiembre, cuando los Guzmán y los Zambada entraron en franca disputa por el territorio del centro del estado, las privaciones de la libertad registraron un crecimiento abrupto del 137 por ciento.

La privación de la libertad se concentra en Culiacán, con más del 60 por ciento de los casos, y en Mazatlán, con el 20 por ciento de los casos. Pero lo más grave es que 6 de cada 10 personas raptadas durante esta ola de violencia permanecen como desaparecidas.



Robo de vehículos: el miedo a que ‘te bajen del carro’

Otras de las afectaciones significativas de la ola de violencia actual es el daño que ocasiona en la propiedad privada de las personas. El principal delito patrimonial durante la ola de violencia en Sinaloa ha sido el robo de vehículo, que del 9 de septiembre al 9 de octubre acumuló 298 casos para un promedio de 10 diarios.

El dato está aún lejos del máximo histórico de 28 robos diarios registrados durante el año 2010, pero sí es el registro más alto desde enero de 2019, excepto por el mes de enero de 2023 cuando sucedió el operativo para capturar a Ovidio Guzmán en Jesús María, Culiacán y que dejó 871 denuncias por ese delito.



La guerra actual y las redes sociales

De 2008 a 2011 fueron asesinadas en Sinaloa 6 mil 620 personas, pero a pesar de los asesinatos, las balaceras y las masacres, la actividad económica no se paralizó. La ciudad más afectada entonces fue Mazatlán por la debacle turística y la cancelación de los cruceros, pero Culiacán mantuvo su movilidad y actividad escolar y comercial.

Hoy la guerra entre las facciones Guzmán y Zambada afecta de manera diferente a los sinaloenses.

En septiembre pasado, Sinaloa promedió 4.7 homicidios diarios, un dato menor al del año 2010, pero ahora las redes sociales consignan en video y foto todo lo que ocurre, en tiempo real; luego ese contenido circula libremente y sin ningún contexto en los grupos de Whatsapp y en redes sociales. Todos los días, la gente de Culiacán y el resto del Estado amanece con sus teléfonos inundados de esos contenidos.

Además de contenidos claramente falsos, hay contenidos reales pero descontextualizados que ocurrieron en otros momento u otros lugares, pero que logran un impacto importante en las audiencias; Noroeste ha realizado algunos ejercicios de verificación de esos contenidos, como supuestos niños con cuernos de chivo o balaceras en el aeropuerto de Culiacán.

De la misma manera, proliferan audios con las versiones de una u otra facción, rumores que suelen ser imposibles de verificar, menos aún de inmediato, por medios y autoridades, lo que contribuye a la desinformación y la sicosis.

El miedo sigue allí y cuando el sol se pone, los culiacanenses deciden resguardarse en sus casas “por si las dudas”. Se van a dormir con la expectativa de despertar, revisar sus teléfonos para averiguar qué pasó durante la noche y entonces sí, decidir si salen a la calle para trabajar o llevan a sus hijos a la escuela.

Así ha sido la vida en Culiacán desde el 9 de septiembre.