Yo quería que fuera un niño feliz, confiesa Alma Urquidy, la mamá del ligamayorista José Urquidy
Alma Urquidy recuerda los inicios de su hijo en el beisbol desde los 4 años de edad
El día que recibió la llamada de su hijo diciéndole que iba a debutar en Grandes Ligas, Alma Urquidy no se sorprendió, era simplemente el final de un largo camino que había iniciado con él cuando tenía 4 años de edad.
Alma tomó sus cosas y viajó a Denver, Colorado, a acompañar al lanzador mexicano José Urquidy en su debut con los Astros de Houston, igual que lo había acompañado a la Liga Quintero en Mazatlán, a las rancherías, a competencias nacionales y a donde fuera necesario para que su hijo estuviera listo para ese llamado.
José sube a la lomita en partidos de Serie Mundial, tranquilo, con la seguridad del pítcher que ha lanzado millones de veces una pelota de beisbol hacia el plato de home.
En las estadísticas de las Grandes Ligas, José aparece como el primer lanzador mexicano formado enteramente por el sistema de los Astros de Houston, sin embargo, en ningún lado aparece el nombre de Alma, la mamá que lo llevó por primera vez a un campo de beisbol y que luchó para que al mismo tiempo estudiara y fuera una buena persona.
José no se olvida de su madre, la tiene siempre a su lado en los momentos importantes, lleva su apellido en la espalda y le compró la casa que ella siempre había soñado.
Alma construyó a un campeón vendiendo tortillas de harina y empanadas de marlín y de cajeta, y viviendo en un barrio bravo cerca de la Colonia Juárez, donde aún tienen a sus amigos.
Esta es la historia de un amor desmedido de madre y la de un niño mexicano que dormía rodeado de pelotas y que encontró en el beisbol un camino para cumplir sus sueños y los de su madre.
La Liga Quintero
Antes que el beisbol, José Urquidy desarrolló una pasión por las pelotas.
“Desde muy pequeño a él le encantaban las pelotas, se dormía con las pelotas. Él donde quiera que estaba tenía una pelota en la mano y la persona que llegaba le decía: ‘¿Cachamos?, ¿cachamos?’”, recuerda Alma Urquidy.
Vivían en barrio bravo, el Infonavit Jabalines, rodeado por la enorme Colonia Juárez, en una callecita por donde no cabía ni el camión de la basura y donde nunca faltaban las bolitas de vagos; sin embargo, ahí fueron felices.
“Yo recuerdo mucho mi barrio porque vivimos 36 años ahí, yo amo ese barrio”.
Saliendo de la zona y cruzando la Avenida Múnich, donde ahora son los campitos de la Juárez, se encontraba en ese tiempo la Liga Quintero Castañeda, donde formaban a niños beisbolistas desde los 3 años de edad a los 15 años.
Alma conducía un vocho destartalado y solían pasar por la Liga Quintero, donde José veía a niños con uniformes de colores jugando con pelotas.
El pequeño José comenzó a pedirle a su mamá que lo llevara a jugar beisbol, pero por una cosa o la otra, Alma no se decidía a llevarlo.
“Pero un día me vio y me dijo: ‘siempre me dices que me vas a traer a jugar y no me traes’, en ese momento toqué fondo y casi me daban ganas de llorar”.
El siguiente domingo fue el primer día en que José llegó de la mano de su madre a los campos de la Liga Quintero, se presentaron en las oficinas y los mandaron con el entrenador Luis “El Conejo” Valdez... ahí inició la historia del beisbolista.
Tortillas para vivir
Desde que tocó el campo, José Urquidy supo que el beisbol era lo suyo, pero cuando eres niño, no hay un padre en la casa y no hay dinero para comer, la madre tiene que ponerse al frente y Alma sabía hacer tortillas de harina y empanadas.
“Yo hacía hasta 6 o 7 kilos de harina, mira mis manos”, dice Alma con una carcajada, mientras muestra sus manos maltratadas por el trabajo.
La casa donde creció el pequeño José era una casa donde la luz y el agua no eran algo seguro.
“Seguido me cortaban la luz”, recuerda Alma.
En sus mejores años, Alma había trabajado para Banrural, lo que permitió que comprara una casa de Infonavit y tuvieran un techo, lo demás se lo ganaba haciendo las tortillas y las empanadas que salía a vender Denisse, la hermana de José.
Él fue el hijo más pequeño, nació el 1 de mayo de 1995, cuando su hermana ya tenía 8 años de edad, una hermana mayor que muchas veces la hizo de mamá.
En la familia todavía se utiliza el grito “Denisse, el Pepe”, para recordar a su mamá pidiendo ayuda.
“Era tan aprensivo conmigo, que yo ponía el portabebé en la mesa donde hacía las tortillas”.
Alma comenzó a visitar los campos de beisbol cada domingo, y lo primero que descubrió es que practicar un deporte es caro.
Había que comprar uniformes, guantes, manillas, pelotas, bates, batera, calzado especial, hay que pagar al ampáyer, al entrenador, la inscripción, los viajes, y dinero no había.
Alma no se rindió, pero le aterraba el final de los juegos porque el pequeño José terminaba con hambre y al igual que el resto de los niños quería una torta o una hamburguesa.
En pequeñas bolsitas, Alma comenzó a vender empanadas y tortillas de harina en los juegos, así tenía dinero por si José le pedía algo.
“Yo vendía mis empanadas y mis tortillas, y ya con dinero, entonces le decía ‘¿cuántas tortas quieres? Las que quieras’. Yo quería que fuera un niño feliz”, recuerda Alma con una sonrisa del deber cumplido.
Beisbol en serio
El pequeño José Urquidy siempre destacó por su disciplina, aunque la escuela no se le dio, su comportamiento hiperactivo hacía que las aulas fueran su prisión, pero su madre tampoco lo iba a dejar fracasar en la escuela.
“Yo me iba a la escuela, ayudaba en la cooperativa, pero en realidad quería que Pepe se sintiera apoyado, que no sintiera que estaba solo”.
Ya en la secundaria, José cumplió los 15 años de edad y su formación en la Liga Quintero Castañeda terminó, iniciando ahí un largo peregrinar por las ligas de las rancherías, de universidades, de barrios y hasta participó en una liga de Nayarit, contribuyendo para que Acaponeta se convirtiera en campeón.
Pero en las rancherías, Alma descubrió un peligro: después de cada partido, los jugadores se emborrachaban, eso la convenció de comenzar a ir también a los juegos de las rancherías.
En las ligas de las rancherías, los buscadores de nuevos prospectos comenzaron a acercarse a él y finalmente Venados de Mazatlán lo invitó a participar en algunos eventos para nuevos valores, y serían ellos los que le darían una oportunidad que le facilitaría su carrera.
“Lo invitaron a hacer una pretemporada en Tucson, Arizona. Yo tenía dudas de dejarlo ir porque iba a perder escuela, pero yo pensé que, si no lo dejaba, los Venados nunca lo iban a volver a invitar y me lo iba a reclamar toda la vida”.
De esa pretemporada, José se trajo la experiencia y la visa para viajar a Estados Unidos, un documento que le serviría para viajar en el futuro al mejor beisbol del mundo.
Alma recuerda que para financiar los gastos del viaje ella participó en una cundina, que le permitió darle dinero para cualquier cosa que le hiciera falta.
La firma
Después de regresar de los Estados Unidos, un primo lo invitó a jugar a la Liga Mazatlán, donde José conoció a uno de sus grandes formadores, Javi Montaño.
“Javi Montaño es un gran entrenador, siempre trae los mejores equipos, él lo terminó de formar, pero antes, su entrenador de toda la vida fue José Ángel Chavarín Osuna, en la Liga Quintero”, cuenta su mamá.
Con Montaño, José comienza a jugar en forma en varias ligas y a entrar en contacto con buscadores, las oportunidades comienzan a crecer.
Montaño y Leo Figueroa anuncian a Alma que José se probará con los Sultanes de Monterrey, el equipo que lo va a firmar, y que servirá como trampolín para que lo puedan firmar con los Astros de Houston.
En ese momento, Alma comienza a acompañar a José en sus oraciones, los próximos campos que visitará para verlo serán en Estados Unidos.
Comienzan cinco años de desarrollo en el sistema de los Astros, viajes incesantes entre México, República Dominicana, Florida y Texas.
“Cómo lloré”, se le escapa la expresión a Alma, quien seguía la formación desde lejos, mientras extrañaba a su hijo.
En esos cinco años, José pasó por el quirófano, escaló niveles a velocidad extrema y finalmente llamó a su madre en 2019, para invitarla a presenciar su debut.
“Me llama y me dice, arréglate que voy a hacer mi debut en Denver”.
Alma había cumplido su destino, empacó sus cosas y se presentó en el estadio de los Rockies de Colorado, donde los Astros de Houston jugaban como visitantes.
Alma no llevaba su peluca de Shakira y un guardia le impidió utilizar la matraca que llevaba para animar a José, pero no le importó, era la madre más orgullosa en un estadio donde su hijo lanzaba su pelota de beisbol y en esta ocasión no tenía que vender tortillas de harina o empanadas a los asistentes.