Celebra el Padre Antonio Díaz Fonseca 50 años de servir al pueblo de Dios
Familia y amigos se reúnen en la Parroquia del Perpetuo Socorro de la colonia El Vallado, en Culiacán para recordar en una Misa de Acción de Gracias, que el 25 de diciembre de 1972 recibió la ordenación sacerdotal por la imposición de manos del obispo Luis Rojas Mena
El sacerdote Antonio Díaz Fonseca celebró 50 años de ordenación con una misa de acción de gracias en la Parroquia del Perpetuo Socorro, de Culiacán, acompañado de sacerdotes, familiares y amigos.
El “Padre Toño” nació el 26 de enero de 1948 en Colima, fue el quinto hermano de ocho y a los 11 años decidió tomar el camino de servir al pueblo de Dios.
En 1960 ingresó al Seminario de la Inmaculada Concepción de la Diócesis de Culiacán, comenzando tus estudios en el Preseminario de Sinaloa de Leyva. Después de estudiar Humanidades y Filosofía, fuie enviado al Seminario de Montezuma, Nuevo México, a estudiar la Teología. De retorno a Culiacán, concluyó su formación teológica y el 25 de diciembre de 1972 recibió la ordenación sacerdotal por la imposición de manos del entonces Obispo Luis Rojas Mena.
Ahora, 50 años después ese acontecimiento fue recordado y celebrado en compañía de su familia y otros sacerdotes concelebrantes, entre ellos J. Guadalupe Magaña, Joel Chaira, Javier Antuna, Vicente Montoya, Raúl Izábal y Ramón Ponce.
Al concluir la ceremonia de Acción de Gracias, se ofreció una comida en la explanda del la parroquía donde compartió la mesa con amigos, familia y la comunidad de la colonia El Vallado.
Palabras en la celebración de los 50 años de Sacerdocio de Antonio Díaz Fonseca
Por Rodolfo Díaz Fonseca
Querido Antonio:
Nuestros padres, Ramón Díaz Guzmán y María de Jesús Fonseca Gutiérrez, formaron una modesta familia de ocho hijos: José Ramón, Raúl, Rubén, Enrique de Jesús, Antonio, Graciela Guillermina, Joel y Rodolfo; de los cuales han fallecido cinco y te acompañan, junto con nuestros padres, el Padre Cuco y demás familiares, en el altar de la gloria eterna.
De los ocho hermanos tú fuiste el quinto y, como dice el refrán: no hay quinto malo. Permíteme que te dedique, en nombre de la familia y tu comunidad, una breve reflexión sobre el significado de construir puentes.
Pontífice es una palabra que se aplica al Papa, pero su significado es amplio. El término significa hacedor o constructor de puentes. En la antigua Roma era un cargo muy apreciado, ya que la ciudad es atravesada por el río Tíber y los puentes cumplen una función trascendental.
Con el tiempo, a esta expresión se unió la palabra Máximo para referirse al Emperador; empero, posteriormente, se reservó a los papas con el adjetivo Sumo Pontífice, aludiendo a su misión pastoral de unir lo humano y lo divino.
Esta designación se puede aplicar a todos los sacerdotes, en cuanto que asumen esta función de relación y diálogo entre ambas dimensiones. De manera especial quiero referirla hoy, querido hermano Antonio, al ministerio que has desempeñado durante 50 años al servicio del pueblo de Dios.
En 1960 ingresaste al Seminario de la Inmaculada Concepción de la Diócesis de Culiacán, comenzando tus estudios en el Preseminario de Sinaloa de Leyva. Después de estudiar Humanidades y Filosofía, fuiste enviado al Seminario de Montezuma, Nuevo México, a estudiar la Teología. De retorno a Culiacán, concluiste la formación teológica y el 25 de diciembre de 1972 recibiste la ordenación sacerdotal por la imposición de manos del obispo Luis Rojas Mena.
Cabe señalar que eran tiempos de renovación eclesial, pues el Papa Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II para abrir las ventanas y permitir que un viento fresco pusiera al día a la Iglesia, de manera que cumpliera mejor con su labor pastoral.
El 25 de enero de 1959 lo anunció y comenzó la preparación de las cuatro sesiones; la primera de ellas inició el 11 de octubre de 1962; sin embargo, Juan XXIII no pudo concluir este concilio porque falleció el 3 de junio de 1963. Las otras tres sesiones fueron convocadas y presididas por Paulo VI, quien lo clausuró el 8 de diciembre de 1965.
La primera Constitución aprobada fue la de Liturgia, Sacrosantum Concilium, por lo que el cambio de lengua en las celebraciones fue muy notorio: del latín a la lengua vernácula; fue así como iniciaron las misas en español y con el sacerdote vuelto hacia el pueblo.
Alentado por esta renovación eclesial forjaste tu espíritu abierto y progresista; sobre todo, después de recibir la educación jesuítica en Montezuma.
La patilla ancha y los pantalones a cuadros fueron simples accidentes, el cambio sustancial se operó en el crisol interior.
La Iglesia tardó en asimilar las nuevas corrientes vivificadoras. De hecho, las órdenes menores que se recibían antes del diaconado y presbiterado fueron modificadas mediante el motu proprio Ministeria quedam, del 15 de agosto de 1972. Sin embargo, como ya dijimos, tú te ordenaste sacerdote en diciembre de ese año, cuatro meses después, y todavía recibiste esas órdenes menores. Incluso, cuando debías recibir la tonsura no alcanzaste a llegar a tiempo, el obispo Luis Rojas te reprogramó para el día siguiente y se dio vuelo cortando los abundantes mechones de tu cabello.
Comenzaste tu ministerio en la sierra sinaloense, en Tameapa, en la Misión del Espíritu Santo, buscando evangelizar en lo esencial, como recordando las palabras pronunciadas por los apóstoles en el primer concilio de la Iglesia, el Concilio de Jerusalén, narrado en el capítulo 15 de Los Actos: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias” (Act 15,28).
Tu siguiente destino fue Guasave, en Nuestra Señora del Rosario. Asimismo, en las parroquias de La Lomita y el Santuario, en Culiacán. Serviste, además, en Villa Ángel Flores, así como en Los Mochis, en Cristo Rey, y El Sagrado Corazón de Jesús, hasta regresar a Culiacán, en la parroquia del Perpetuo Socorro.
Desde tus primeros pasos en el sacerdocio procuraste centrarte en el mensaje central de Jesús: la buena nueva del Reino de Dios y sus parábolas, tal como lo acentuaron Rudolf Schnackenburg y Joachim Jeremías, sobre todo para aclarar la idea que tiempo atrás había expresado Alfred Loisy, acerca de que lo que Jesús predicó era el Reino y lo que surgió fue la Iglesia.
Tampoco pudiste permanecer ajeno a los debates que se pronunciaron sobre el Jesús histórico y el Cristo de la fe; es decir, lo que realmente fueron los dichos y hechos de Jesús, en contraposición con lo anunciado en el kerygma apostólico. Tu recámara, sala, comedor, cuarto de estudio, y casi hasta el baño, siempre han estado llenos de libros. Estudiaste a profundidad la cristología y eclesiología europea, de Karl Rahner, Ives Congar, Hans Küng, Edward Schillebeeckx, Christian Duquoc, Walter Kasper, José Ignacio González Faus, Joseph Ratzinger, José Antonio Pagola, Albert Nolan, Olegario González de Cardedal, entre otros.
De manera especial te interesaste por las Comunidades Eclesiales de Base, que recurren a las ciencias humanas y sociales para definir las formas en que se debe realizar la opción preferencia por los pobres, y por la Teología de la Liberación, surgida en América Latina después de Medellín, gracias a la obra del sacerdote peruano, Gustavo Gutiérrez, y el teólogo presbiteriano brasileño, Rubem Alves.
Lógicamente, seguiste los trabajos de Jon Sobrino, con su Cristología desde América Latina, así como a Segundo Galilea, Leonardo y Clodovis Boff, Juan Carlos Scannone, Enrique Dussel, Juan Luis Segundo, Samuel Ruíz, tu maestro Roberto Oliveros Maqueo, y muchos más.
Lo que ocupó gran parte de tu interés y atención fue la integración de pequeños grupos eclesiales para profundizar las enseñanzas del Concilio Vaticano II y los Documentos de la Segunda Conferencia del Episcopado latinoamericano, realizada del 26 de agosto al 8 de septiembre de 1968, en Medellín, Colombia, donde se asumió una opción preferencial por los pobres.
Los obispos latinoamericanos señalaron: “No basta por cierto reflexionar, lograr mayor clarividencia y hablar; es menester obrar. No ha dejado de ser esta la hora de la palabra, pero se ha tornado, con dramática urgencia, la hora de la acción”.
Después de un retroceso en la dimensión evangélica liberadora que se tomó en la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, realizada en México del 27 de enero al 13 de febrero de 1979, la IV Conferencia tuvo lugar en Santo Domingo del 12 al 28 de octubre de 1992, y optó por un Nueva Evangelización: Afirma en el número 30: “La Nueva Evangelización exige la conversión pastoral de la Iglesia. Lo toca todo y a todos: en la conciencia y en la praxis personal y comunitaria, en las relaciones de igualdad y de autoridad; con estructuras y dinamismos que hagan presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz, sacramento de salvación universal”. La V Conferencia se realizó en Aparecida, Brasil, del 13 al 31 de mayo de 2007.
Antonio, siempre has sido congruente con tu ministerio y no te ha interesado si algunos desaprueban tu proceder, como cuando acompañaste a una periodista a hacer un reportaje a la zona de tolerancia, o por tu acompañamiento en las luchas y grupos sociales, o por tu dedicación a la pastoral penitenciaria y formación de comunidades de base. No obstante, a Jesús también le reprocharon visitar la casa de Zaqueo (Lc 19,1-10), que era un pecador públicamente reconocido, y mantuvo también constantes discusiones y enfrentamientos con escribas y fariseos, quienes se escandalizaban por su propio comportamiento y el de sus discípulos. Por eso, en Mateo 23,24, Jesús les dijo que eran: “¡Guías ciegos, que colaban el mosquito y se tragaban el camello!”
Si algo ha caracterizado tu sacerdocio es la apertura a diversas corrientes y pensamientos, atendiendo sobre todo a los lineamientos de la pastoral social, lo que te impulsa a trabajar en colonias populares, movimientos sociales y eclesiales, madres con hijos desaparecidos, comunidades eclesiales de base, Frente Cívico Sinaloense, estudiantes universitarios, así como catequesis y formación de ministros y laicos.
Archibaldo J. Cronin escribió en 1953 un libro titulado “Las estrellas miran hacia abajo”, en donde relató la miseria en que vivían unos mineros de Inglaterra. Esto me recuerda el lema del Seminario: Ad astra per aspera!, a los astros o estrellas se llega por lo áspero, no por el camino fácil. Y, lo más importante que debemos tener presente es que las estrellas no miran hacia arriba, sino siempre hacia abajo, que es donde más se necesita.
¡Que sigas siendo pontífice y construyendo puentes! Como dice la letra de conocido canto: “Un anhelo ferviente hay en mi pecho que sólo tú conoces, Oh Señor, el anhelo de ser toda mi vida un puente entre las almas y tu Amor”.
Ad multos annos!