Vértigo: Robar a Rodin

Ernesto Diezmartínez Guzmán
15 agosto 2018

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Presentada en concurso en varios festivales especializados y/o regionales en este mismo año (Tesalónica, Guadalajara, Toulouse, DocsBarcelona, Valparaíso), Robar a Rodin (Chile, 2017), ópera prima documental del cineasta chileno Cristóbal Valenzuela Berríos, ha aparecido insólitamente en el servicio streaming de Prime Video de México, algo que hay que agradecer porque se trata, por lo menos desde esta trinchera, del mejor documental que he visto en lo que va del 2018.

Como se advierte en el título, alguien se robó a Rodin. O para ser más específicos, sucede que expertas manos desconocidas lograron burlar, una noche de julio de 2005, la seguridad del Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile, entraron a la sala dedicada a una exposición del escultor francés Auguste Rodin y birlaron una pequeña estatua; “El torso de Adèle”t, valuada en 500 mil euros. Por supuesto, el escándalo fue inmediato e internacional, como lo señalan las varias y muy articuladas cabezas parlantes que hablan frente a la cámara.

 ¿Quién podría haber ejecutado tan sofisticado y audaz hurto?

 Pronto sabremos que cualquiera: en realidad, el museo no tenía seguridad sofisticada ni de ningún tipo, no había cámaras prendidas hacia el lugar en donde estaba la estatua y ni siquiera alarmas que se encendieran ante la intrusión de algún extraño.

En pocas palabras, no se trató de un complejo robo hollywoodense sino de uno que solo pudo ser cometido en Chile -o vaya, en cualquier país latinoamericano- y esto queda aún más claro cuando la pieza es recuperada y desenmascarado el ladrón: un estudiante de arte de 20 años de edad llamado Luis Emlio Onfray Farbes que, supuestamente, planeó todo como una forma de cuestionar la validez y la importancia del arte mismo.

Es decir, al sustraer la pieza de Rodin, todo mundo notó la existencia de la escultura aunque cuando no estuviera presente. “La presencia de la ausencia”, dice el bien reflexionado manifiesto del provocador.

Pero, ¿de verdad pasó así? ¿Realmente fue un robo planeado para hacer pensar al mundo del arte? A través de la bien armada edición de Juan Eduardo Murillo, acompañados por la juguetona música de Jorge Cabargas y con una puesta en imágenes que echa mano de reconstrucciones actuadas al modo del cine de Errol Morris, el cineasta debutante Valenzuela nos presenta otra versión muy distinta: que se trató de una puntada de un estudiante de arte que tomó “El torso de Adèle”; en un impulso, lo metió en su mochila, salió del museo sin que nadie se diera cuenta y luego intentó intercambiarlo por un botella de alcohol, en el centro de Santiago, esa misma noche.

Eso le habría encantado a Rodin”, dice uno de los entrevistados.

Valenzuela le ofrece la voz a todos los involucrados -al propio ladrón regenerado, a funcionarios de la época, a críticos y curadores de arte- y, entre testimonio y testimonio, entre anécdotas históricas reales -el robo de la Mona Lisa en el Louvre en 1911 que, paradójicamente, le dio mayor visibilidad a una obra en ese tiempo no tan famosa- y otras francamente ridículas -una silla de playa, colocada como pieza de arte “contemporáneo” en el propio museo de Santiago, fue robada para protestar por lo absurdo de considerar ese objeto utilitario una pieza artística-, logra que reflexionemos, en efecto, sobre lo que consideramos arte y por qué.

No es una propuesta novedosa, lo sé muy bien, pero sí es tan lúcida como divertida, una combinación no tan común para un filme documental. O para cualquier filme a secas.

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