VERTIGO: El Caso de Richard Jewell

Ernesto Diezmartínez Guzmán
28 marzo 2020

"Clint Eastwood tiene 89 años, ha dirigido 38 largometrajes y es obvio que le vale muy poco lo que el mainstream liberal estadounidense piense de él"

Clint Eastwood tiene 89 años, ha dirigido 38 largometrajes y es obvio que le vale muy poco lo que el mainstream liberal estadounidense piense de él. Eso es más que obvio en El caso de Richard Jewell (Richard Jewell, EU, 2019), su más reciente película disponible ya en Cinepolis Klic.

Basada en el caso real del Richard Jewell del título –un gordito empleado de seguridad que descubrió una bomba en un concierto de los Juegos Olímpicos Atlanta 1996 y que por eso se convirtió en el primer sospechoso de ser el verdadero terrorista-, Eastwood ha dirigido una emotiva y emocionante película sobre un imperfecto David (gordo, frustrado, fracasado, sin amigos) que se enfrenta como puede a un poderoso Goliat de dos cabezas: el propio gobierno de Estados Unidos –representado por cierto agente del FBI interpretado por Jon Hamm- y la rapaz prensa amarillista –encarnada por una ambiciosa y sexy periodista del Atlanta Journal Constitution.

A esto último me refiero cuando anoto que a Eastwood le importa muy poco la corriente dominante: en un Hollywood liberal en el que el periodista aparece, casi siempre, como el personaje heroico, audaz y valiente que está dispuesto a arriesgar todo por descubrir la verdad y darla a conocer, resulta provocador que una de las villanas más claras del filme sea la periodista Kathy Scruggs (Olivia Wilde), una guapa mujer que no se detiene ante nada ni ante nadie –encamarse con un agente del FBI, subirse a la brava al carro de cierto abogado (Sam Rockwell)- con tal de conseguir la mejor nota posible. 

El retrato desfavorecedor que se hace de la prensa en general y de Scruggs en particular es, sin embargo, típico del Eastwood de siempre: he aquí a un pobre diablo sin dinero, sin educación, sin trabajo estable, despreciado y ridiculizado por la autoridad, quien resulta ser la víctima perfecta (por lo inocente, por lo ingenua) de las corruptas élites gringas, encarnadas por el terco agente del FBI interpretado por Jon Hamm o la periodista inescrupulosa encarnada por Wilde.

Yo no sé cuáles sean las convicciones políticas usted, pero el talento de Eastwood como cineasta es ir construyendo su argumentación dramático-política de tal manera que uno se descubre, por más liberal que uno presuma ser, compartiendo en más de un momento las convicciones conservadoras-populistas-libertarianas del cineasta, al punto de querer gritarle a la pantalla a media película. ¡Ya dejen en paz a ese pobre tipo, por amor de Dios! ¡No hagan sufrir a su mamá (Kathy Bates) que podría ser la mamá/tía/abuelita de cualquiera de nosotros! ¡Paren de fregar! ¿Qué no tienen otras cosas que hacer con el dinero de los impuestos? Y esos periodistas, ¿podrían dejar de pensar que son la última coca cola en el desierto y tener un poco de ética, para variar?

El caso de Richard Jewell dividió a la crítica estadounidense debido a ese retrato poco favorecedor de la prensa y es comprensible que así suceda. En un país tan polarizado como Estados Unidos –nada que ver con México, por supuesto-, el hecho de que el FBI y la prensa sean los villanos que intentan destruir a un buenazo don-nadie y pobretón, parecería ser una reivindicación de las posiciones trumpistas. Es inevitable que se entienda así. Pero también se puede entender de otra manera: la reivindicación sincera y sentida del hombre común y corriente que, en un momento clave, puede convertirse en héroe y a pesar de él mismo.

El héroe en cuestión es interpretado, por cierto, por Paul Walter Hauser, un sólido actor secundario que aquí recibe la alternativa protagónica. Se trata de una elección milagrosa, no solo porque encarna con toda justicia a la persona real sino porque a raíz de su filmografía más reciente –el torpísimo aprendiz de malandro de Yo, Tonya (Gillespie, 2017), el miembro del KKK en el Infiltrado del Klan (Lee, 2018)- su Richard Jewell resulta aún más convincente. Sí, puede ser y parecer siniestro; sí, puede ser que no nos provoque mucha confianza; sí, puede ser lo que ustedes quieran, pero para quemarlo en leña verde, ¿no sería mejor tener las pruebas de que es realmente culpable? Digo, es solo una idea. No me hagan mucho caso.