Tu danza
La danza no es una cuestión de belleza. No se trata de sólo levantar las piernas, dar giros y caer sin titubear. Si así fuera cualquier marioneta podríamos manejarla mejor y hacer piruetas y saltos perfectos, pero no. No podía ser. Las marionetas no tienen alma y para bailar se necesita tener un alma viva. El alma es la que da elegancia, quien danza con ella sólo puede mostrar belleza. Yo bailaba con el alma, pero a ella le importaba más la técnica y ésta, según ella, no la conseguiría yo, pues no tenía la línea ni las proporciones perfectas. No le importó mi danza ni mi alma ni mi sentimiento. Así que yo tampoco quiero una danza técnica. <<No me importa su danza>>, salí corriendo. En mi casa no sabían de danza ni de alma ni de belleza. Mi padre entraba y salía sin preguntarme nunca nada. Mi madre decía que él debía trabajar mucho para costearnos la vida. Ambos creían que lo mío era una obsesión. Qué era eso de levantarme a media noche, poner música y bailar. Intentaba no hacer ruido, pero ellos se daban cuenta. ¿Por qué no me entendieron? En lugar de eso me decían que no me tomara las cosas tan a pecho que seguro pronto se me pasaría la ventolera y entonces sí pensaría en hacer algo de provecho con mi vida. ¿De qué provecho hablaban? ¿La vida de ellos era provechosa?, ¿era lo que yo debía desear?
Ulises leía las cartas que escribió de niño. Recordaba lo que le había dicho Mila, su amiga y compañera de salón cuando cursó la secundaria. Ella decía que los padres, según ellos, siempre tienen razón, pero que ella no iba a ser maestra, como querían los suyos. Que ella soñaba con viajar y conocer el mundo y que la única forma que tenía de hacerlo era estudiando y leyendo. Le propuso que hiciera lo mismo. Si quería bailar debía bailar y no hacer caso de los padres. <<Ellos también fueron chicos. Si no siguieron sus sueños allá ellos. Yo no quiero ser igual que los míos. ¿Cómo son los tuyos?>> ¿Eran felices sus padres?, siempre dudó. No se atrevió a preguntarles si sólo se habían casado por el anuncio de su llegada; alguien le había dicho que él no fue planeado y que a sus progenitores no les quedó otra que juntarse. Sin embargo, en los ojos de su madre había amor; no veía lo mismo en los de su padre. Él era un hombre, nunca le enseñaron a demostrar lo que sentía. Ulises estaba seguro de que su padre no se sentiría orgulloso de él, de saber que lo único que le importaba era bailar. Ni tiempo de averiguarlo, la maestra se había encargado de separarlo de la danza para siempre. <<Seguro, habría sido un bailarín sin perfección, pero con alma>>. Guardó las cartas y cerró la caja. Por la ventana se empezaron a escuchar las voces de los niños que llegaban al patio. Continuará...