Tablas y trazos
10 noviembre 2015
"Bradbury y sus Crónicas marcianas"
Benigno Aispuro
El pasado 5 de junio murió el escritor norteamericano Ray Bradbury. Ocupado en comentar los sucesos locales -que todos saben es mi fascinación, pues de la nota cultural nacional sobra quien hable-, el grave suceso apenas me dio para una línea en el Breviario, al eliminar lo que ya había escrito para dar espacio a otros temas.
Es uno de mis escritores favoritos, autor de dos libros muy conocidos: Crónicas marcianas (1950) y Fahrenheit 451 (1953). Ambos los leí hace muchos años, en especial sus Crónicas marcianas, que he releído muchas, muchas veces, desde que amigos en la Universidad me lo recomendaron con el reproche de que, quien no ha leído eso no ha leído nada.
Me fascinó la primera lectura, pero más me han fascinado las relecturas. Más que la conquista y colonización de otro planeta, es un viaje espiritual al otro lado del alma humana. Cuando no la leo entera, vuelvo a sus capítulos, que pueden leerse en forma independiente sin perder el sentido pues son solo eso, crónicas que, puestas en conjunto, narran una historia.
De él leí otras obras. Los cuentos de El hombre ilustrado (1951), Las doradas manzanas del sol (1953), El país de octubre (1955), El vino del estío (1957), El árbol de las brujas (1972), y desde luego, Fahrenheit 451, en que los bomberos se dedican no a apagar incendios sino a decomisar y quemar libros, y la curiosa forma en que ese patrimonio de la humanidad es resguardado por los parias del mundo (cada uno es un autor de carne y hueso).
No es un autor de ciencia ficción, por más que sus ficciones sucedan en el futuro (las Crónicas abarcan de 1999 a 2026), ni inventa máquinas científicamente lógicas ni técnicamente imposibles, aunque habla de casas inteligentes hasta el hartazgo y de otros adelantos.
De sus memorables Crónicas marcianas -que espero no ver nunca en cine porque está más metida en terrenos de la poesía y de la metafísica- me atrae su descripción de la civilización marciana: Las casas de cristal, los libros musicales y sus barcazas en mares de arena. La enorme melancolía de El verano del cohete; toda la desesperación en solo una cuartilla en El contribuyente; los paralelismos entre la conquista de Tenochtitlán con la de Marte por medio de las bacterias llevadas por los primeros expedicionarios y que limpian el terreno a la tercera expedición, triunfante; La mañana verde, que recuerda el poema Sembrando de Rafael Blanco Belmonte; Un camino a través del aire, sobre la partida de los negros al nuevo mundo, ante la desesperación de los amos blancos; las alusiones a Edgar Allan Poe y su Casa Usher, la Guerra Fría en la Tierra cuyas sombras los persiguen en el planeta rojo, y la huida de los vicios en la Tierra para verlos trasladados a Marte (Lot se fue de Sodoma,/ pero Sodoma iba dentro de Lot, escribió hace años el poeta David Balderrama).
A la muerte del escritor, me entero que hay un asteroide (el número 9766) llamado Bradbury en su honor, por lo que, como El Principito de Exúpery, también él tiene su mundo particular en el espacio, desde donde seguramente nos compadece.
Su epitafio solo lleva su nombre y la leyenda: "Autor de Fahrenheit 451", elegida por sí mismo.
Vendrán lluvias suaves
Para cerrar, un poema que siempre atribuí erradamente a Bradbury aunque él mismo dice en sus Crónicas marcianas, que es de Sara Teasdale (EU, 1884-1933), lo que atribuí a un ardid literario. Por obra y magia de Internet, esos días de su muerte lo busqué y quise incluirlo, pero siempre me faltó espacio. Es casi el colofón del libro. Disfrutémoslo:
"Vendrán lluvias suaves y aromas de la tierra, / y golondrinas que girarán con resplandeciente sonido; / y ranas que en los estanques cantarán por la noche, / Y ciruelos silvestres de blanco tembloroso.
"Los petirrojos vestirán plumas de fuego, / y silbarán sus caprichos en los alambres de las cercas.
"Y ninguno sabrá que hay guerra. Nadie/ se preocupará del fin de la guerra. / A nadie le importará, ni al pájaro ni al árbol, / si la humanidad se destruye totalmente. / Y la misma Primavera, al amanecer, / apenas sabrá que hemos desparecido".
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