Réquiem de Mozart: un soberbio monumento musical a la muerte

Héctor Guardado
05 noviembre 2019

"Dos agrupaciones mazatlecas interpretan la obra maestra del compositor austriaco, dirigidas por Enrique Patrón de Rueda"

MAZATLÁN._ La forma más exquisita para conmemorar el Día de Muertos, lo que en la tradición católica se conoce como Día de Todos los Santos, es escuchando el Réquiem de Mozart.

El maestro Enrique Patrón de Rueda quiso ofrecer a los mazatlecos la oportunidad de vivir profundamente esta experiencia que acerca al auditorio con lo divino, a través de los sonidos creados por el genio de Salzburgo.

Dos agrupaciones artísticas patasaladas hicieron posible que la íntima y exultante experiencia con la muerte que propone Mozart, a través de su partitura, se viviera en toda su intensidad en el Teatro Ángela Peralta, la noche del lunes.

El impresionante nivel profesional que han alcanzado las agrupaciones artísticas mazatlecas, Coro Guillermo Sarabia, la Camerata Mazatlán y los solistas porteños, que pertenecen al Taller de Ópera de Enrique Patrón y Martha Félix, pueden bordar obras exquisitas que demandan un nivel profesional para poder ser disfrutadas plenamente.

Mozart creó esta obra monumental a la muerte cuando estaba muriendo él mismo; de hecho, no pudo terminar la obra porque murió, la tuvieron que terminar sus discípulos, con los bocetos que dejó del réquiem, él solo lo escribió hasta la famosa Lacrimosa.

Al estarse enfrentando a su propia muerte, desplegó en las notas la profunda experiencia que estaba viviendo y consiguió representar, en sonidos, uno de los hechos que son determinantes en la existencia de todos los seres humanos, cada uno de los que la escuchan se reconocen en los miedos a la muerte, la incertidumbre que provoca lo desconocido, el temor, la enorme esperanza de vivir en la luz eterna del universo expuestos, en el conjunto de notas musicales.

El réquiem es música creada para despedir con el rito de una misa católica romana a los muertos, se hicieron muchos, los potentados mandaron hacer obras de este tipo, especialmente para un individuo.

Los solistas que se encargaron de dar vida a esta obra monumental fueron la soprano mazatleca Fernanda Osuna, la también porteña mezzosoprano Mariela Angulo, el tenor Alejandro Yépez y Miguel Valenzuela, todos miembros del Taller de Ópera de Enrique Patrón de Rueda.

 

Una marcha fúnebre

La obra empieza con una marcha fúnebre que evoca, con las voces potentes del coro, el deseo del descanso eterno, de prolongar el espíritu en el universo; la soprano expresa una oración a la que el coro responde con un vertiginoso y potente despliegue de voces, que pueden representar la aspiración del ser humano de vivir en la luz eterna.

El desenfreno del Kyrie representa la desesperación por ser salvado en el ajuste de cuentas, esta parte de la obra es una oración de súplica desesperada, ante la inminencia de estar viviendo la partida que termina en un grito inmenso, que representa la impotencia ante lo inevitable.

Un momento de enorme dramatismo es cuando Mozart enfrenta al auditorio con el juicio final “Dies irae”, creó una atmósfera de ansiedad que se provoca al ser juzgado por las acciones cometidas, decidió escribir una fuga que en su vértigo envuelve al escucha consiguiendo que los que escuchan vivan esa experiencia de desasosiego.

En el réquiem no vemos la muerte del otro, el compositor propone que quien la escucha viva introspectivamente la experiencia de su propia muerte, porque él lo estaba haciendo en el momento de escribirla.

En el Rex tremende, el coro canta a toda voz en un agudo multitudinario apabullante, para crear el sonido que representa la grandeza de Dios, el público puede estremecerse ante la presencia de la grandeza divina, gracias a estas notas que escribió el genio de Salzburgo, ese es el gran regalo que este compositor le hizo a la humanidad, la música puede acercar a esa emoción monumental al ser humano, gracias a Mozart.

Después de estar frente a la grandeza, viene una ingenua y suplicante oración, el Confutatis enfrenta nuevamente a la ira contundente total, que se corta abruptamente para que el coro ofrezca una oración tierna, ingenua, haciendo un contraste maravilloso de lo humano, una combinación de fragilidad y fuerza que hace que sobrevivamos.

 

La lacrimosa

Una de las partes más conocidas del Réquiem de Mozart es la Lacrimosa, que lleva cadenciosamente por un Día de lágrimas, inicia con un sonido íntimo que va creciendo lentamente, una lágrima que corre lenta por la mejilla y que se va convirtiendo en un llanto incontrolable, representado por un sonido fuerte de la orquesta y del coro que golpea emocionalmente a las personas, en un momento impactante que deja vibrando la última nota en el aire.

Mozart escribió hasta la Lacrimosa, le siguen en el mismo tono de obra monumental el Sanctus, Benedictus, Agnus Dei, connunio y el intruitus, que le da un cierre contundente con todas las voces que al unísono dejaron temblando al Teatro Ángela Peralta y a los que asistieron, vibrando por la emoción de haber vivido una experiencia con lo divino, gracias a la música.