Regresó el huido...

María Julia Hidalgo
13 septiembre 2024

Debo de ser masoquista, volvió el tipo que me borró de sus redes, ese que dijo que escribo puras sandeces cuando el mundo se está desmoronando, que todos dan su opinión menos yo, que qué engreída para desoír la tendencia, que sigo siendo la misma cobarde que conoció y que reafirma su postura sobre mí. Confieso que estaba en mi momento más zen de la semana —suelo aumentar la meditación justo en tiempos convulsos, me cuido de no vociferar; es decir, su agravio no me alteró en absoluto—, le di “aceptar” y entramos en controvertida conversa. Empezamos con el puntiagudo tema del conflicto moral.

Yo traía unas ideas muy frescas por una reciente discusión que presencié entre académicos —resulta que pronto publicarán un libro de estos singulares personajes y me he acercado a ellos nuevamente— La experta decía: ¿qué hace que las personas cambien sus valores?, ¿entran en conflicto real cuando tienen que elegir entre el bien y el mal?, ¿pierden la noción de qué es bueno y qué es malo?... las preguntas no cesaban. “Cuando tengas duda para elegir, pregúntate si lo que decidiste atenta contra la vida o es una acción edificante que contribuye al bienestar propio y ajeno”, eso fue, en resumen, lo último que escuché en esa discusión. Te fijas, le dije a mi alterado interlocutor, la pregunta es lo que más importa. Las afirmaciones, o descalificaciones, salen de mi yo más reactivo. Lo peor puede ser que ya ni tengamos conflicto moral, que éste ya pasó todos los filtros. Ya no hay preguntas, nada que responder. Puras certezas. Una desesperanza aprendida que nos deja muy desamparados, por lo menos a mí, le dije. Ya ves que soy cobarde y escurridiza.

Sabes, me dijo el tipo, mejor cuéntame una historia. Estoy cansado de todo esto, por eso te volví a escribir. Si te dijera que a mí una vez me tocó el diablo y me le pude zafar; fue indulgente conmigo pues lo rechacé. Me dejó libre y ahora soy, apenas eso, un hombre que camina en libertad. Que eligió ser peluquero de artistas y puedo pagar mi renta, mi comida y apenas un café o una cerveza. Pero cuando se desata la brutalidad, me aterro y busco a quien molestar. Tú me caes muy mal, pero me escuchas, y créeme que quiero sacar esta rabia contenida, por eso te digo que me pasa por la cabeza escribir, ahora sobre la autoexplotación, qué bobada, ¿verdad?, pero también estoy cansado de los intelectuales que se pierden en su mundo irreal. Sé que la última vez te traté mal, lo siento, es mi naturaleza. Pero sé que querías proponerte como protagonista https://www.noroeste.com.mx/entretenimiento/cultura/habia-un-lector-YE7457001 ahora yo soy el que me ofrezco. ¿Por qué no hacemos el intento?, puedes convertirme en mujer, puedo ser tu Medea, puedes componerme un corrido.

Agoté mi dosis zen. Sabes qué, aquejado lector, no soy monedita ni estoy para tus caprichos. No te voy a decir qué hacer, mucho menos esa repulsa que repiten mucho: aprende a pensar; tú decides qué piensas y qué eliges. Sólo te digo que cuando escucho a alguien, mientras habla, imagino un cuento o recuerdo alguno. Ahora que te escucho recordé a Juan Rulfo con su: “¿No oyes ladrar los perros?”, es esa historia del hijo rabioso que era asaltador de caminos y que su padre lo llevaba sobre su hombro, herido de muerte. Mientras cargaba con él, le iba reprochando todos los dolores que les dio y que ahora lo ayudaba, sólo, por su difunta madre. ¿Lo conoces?

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