Marzo perfecto
Energía pura. Caminas por las calles y sonríes sin razón... aparente, tú sabes lo bien que te sientes por estar aquí, que el viento alborote tu pelo, que sin cantar paladees esa canción que te eleva y te esclarece el día. Tu rostro asoma una voz poderosa que atribuyes a los rayos de sol. Nada especial, la rutina de siempre decorada con el violeta de las flores. Esperas el alto del semáforo y recuerdas la reacción del colega en plena feria del libro y su cambio de gesto cuando supo tu código postal, —el referente geográfico por antonomasia— y en tono vituperio dijo: ¡ah!, eres de rancho. Se escuchó a sí mismo, era el mes de la mujer, quiso reparar... ya era tarde. Sonríes al conocer la entraña del colega, del sabio, del poeta. El semáforo en verde; avanzas.
Puede pasar de todo en la ciudad del viene viene, de los tamales de verde y de rojo, de osados ambulantes callejeros compradores de colchones y lavadoras viejas, del sonido aterrador de alertas sísmicas, de amenazantes días sin agua... historias estrambóticas de todo calibre, más nada que no equilibre la radiante belleza de marzo y sus jacarandas azul violeta. Nada que no enderece un soplo de viento y el sol brillante de este bendito mes... mes de marchas coloridas, de ferias librescas, de voces nuevas y vibrantes. Tiempos traen tiempos y marzo reaparece y asoma un fresco coqueteo, un vientecillo de inspiración renovada que invita a escuchar la voz que no usa palabras, esa que se esconde entre las hojas de los árboles y está presta a vestirnos de gotas de belleza.
Sigues caminando la ciudad con el canto de marzo. Disfrutas esos pequeños momentos de felicidad, consciente de que también contienen las realidades más duras de la vida. Como ese momento durante la marcha del 8M en el que abrazaste a la joven que exponía su cuerpo semi-desnudo como un cartel, una pizarra que invitaba a que escribieras frases de aliento en un cuerpo tembloroso, donde sus ojos llorosos revelaban la tragedia. Avanzas y piensas en la dualidad metropolitana, en la alegría y la tristeza en la que oscila cada vida.
Avanzas y en contraste aparece ella deleitándose con la vida, descubriendo hábitos y personajes de la ciudad que leyó en los libros de primaria, lugar que visitaba por primera vez a sus más de 50 años. Le pasó como a los niños citadinos que leen sobre el mar y la brisa sin sentir nunca la arena en sus pies. Al fin llegó, siempre la esperé. Este marzo, ella en la metrópoli capitalina dando rostro a las cosas escuchadas, echando abajo mitos y atrocidades. Como niña, sentada en la banqueta para asimilar el tiempo transcurrido fuera de su país por casi 30 años, observaba a las mujeres tejedoras y todo el universo creador de sus manos. Las imágenes hablaban. ¡Los sabores!, quesadillas, huitlacoche, mole, chocolate, guanábana, mamey, zapote, amaranto... el tiempo le quedaba a deber. Bellas Artes glorioso. Xochimilco, el vaivén de las trajineras... mas todo se detuvo al tener de frente a los ajolotes; años obsesionada con el mundo del mitológico animal, ese mismo Axolotl que le había mostrado Cortázar, ahora ella y él habitando la misma chinampa.
Camino, sonrío sin aparente razón, aparecen mis amores, mis sabores. Como una oda a la vida, veo su figura bailando alegre en Garibaldi todos los sones pendientes. Veo su cara de niña frente a la jaula del pajarito de la suerte, que pizpireto esa mañana luminosa le entregó el afortunado papelito. Pletórico marzo, nada nos debes, todo nos das. Inagotable, reapareces y floreas cada año tu momento sublime y perfecto.