Los momentos de la verdad
Cuando uno deja de mirarse la vida nos pone espejos, imposible no verse ni reconocerse. (2ª entrega)
Tarde o temprano
Sucede que en cualquier día, en cualquier momento, la verdad nos enfrenta ineludiblemente y hay que responderle con valentía. Estos momentos aunque incómodos son una invitación para madurar, para rectificar y volver al carril, la verdad nos tiende la mano para sacarnos de la madriguera haciendo polvo las justificaciones.
Aunque estamos hechos para la luz muchas veces preferimos la comodidad de la sombra. Ahí se anestesia la conciencia y podemos seguir haciendo lo que nos da la gana como si eso nos garantizase ser felices.
Escribir sobre la conciencia ha sido muy incómodo para su servidor porque esta ha hecho más patente la incongruencia y desde ahí es mejor callar, además no avanzar es muy aburrido. La incomodidad es la solución para salir de la comodidad, el desconcierto de la aparente certeza, la culpa de la justificación y la perplejidad para despertar.
Sin embargo ¿qué nos anima a escribir? El rectificar. Escribir obliga a mirar hacia arriba y hacia dentro, y aunque las acciones no vayan delante de las palabras esto motiva a seguirlas, cualquier aliciente por pequeño ayuda.
La verdad por incomoda y dolorosa siempre paga y alienta. La verdad no es gratis, exige pagar el precio de la congruencia. Recuerdo a aquellas colegialas que en la clase de moral oyendo lo que no debían hacer con el novio se tapaban ambos oídos.
Es que mentirnos duele mucho más, la incongruencia cala como el frío hasta los huesos, la oscuridad nos vuelve ciegos y la lejanía de uno mismo nos hace distantes e insensibles y si uno no rectifica y no suelta se convierte en un costal de piedras en la espalda. Quizás mucho del estrés se deba al peso de una conciencia que necesita ser sanada. Un proceso de mejora que no toca a la conciencia moral resulta sospechoso.
Bendita conciencia, como enfada pero como ayuda usando la culpa y el dolor a su favor. Y podemos violentarla: el cinismo, la falta de empatía ante el dolor ajeno, la dureza del corazón, la crueldad con los demás, empeñarse en traicionar a quien queremos, engañarles con promesas reiteradas, robarles y todas las maldades posibles y deliberadamente repetidas, manifiestan una conciencia que hay que rectificar como los tornos.
Pero la hipocresía quizás sea peor, todos disculpan los errores pero rara vez la hipocresía y menos en quien ostenta su bondad. En la TV le preguntaron a un norteño porqué lo habían arrestado y respondió, “por andar de malandrín”, esa confesión reveló amor a la verdad, ese hombre tenía un pie afuera de la cárcel de su conciencia.
¿Qué hacer cuando la conciencia acusa?
Confesarse. En “Crimen y castigo” Dostoievski detalla como la culpa no confesada corroe por dentro al individuo y le causa un gran pesar, es su castigo al no buscar la bendita caricia del perdón que suaviza el corazón. El dolor de la conciencia bien llevado conduce al perdón, este es un reconocimiento y un homenaje a la verdad, un reconocimiento de la insuficiencia, de la debilidad y posible maldad personal. Un saludable yo me acuso, muy distinto del aniquilador yo no valgo ni yo no sirvo. La conciencia juzga la moralidad de nuestros actos pero no a uno mismo. No tenemos derecho a hacerlo, resulta fatal.
Rectificar
El proceso sanador es reconocer las ofensas y las faltas, pedir perdón y restituir el amor. Justo lo que hace el “Ho’oponopono” un arte sanador ancestral muy poderoso en la Polinesia perfeccionado en Hawái. Este permite ir sanando en el momento presente las culpas que continuamente afloran o el dolor que traemos, diciendo con la sinceridad de nuestro niño interior que está frente a su padre, la Divinidad, 4 poderosas palabras:
Lo Siento reconociendo que lo estamos sintiendo, no lo evadimos o negamos. 2ª Perdóname “no pedimos que nos perdonen, estamos pidiendo que nos ayude a perdonarnos. La 3ª Te amo transmuta la energía bloqueada (que es el problema) en energía fluyendo, nos vuelve a unir al Divino” y la 4ª Gracias, agradecemos todo lo sucedido.
Los que tienen la fe católica al acudir a la confesión y decir lo que no quieren decir y sentirse perdonados por Dios que absuelve, sale uno ligero, y si la persona se prepara y pide la gracia de examinarse puede ir más a fondo y salir de ahí cantando. El ‘Ho oponopono’ tiene en común una constante purificación. Pruébala, haciéndola desde el corazón notarás que tu frecuencia cardiaca disminuye.
En vez querer cambiar al otro y intentar corregirle, que produce otros conflictos, es mejor examinarse a sí mismo y descubrir que los defectos y ofensas del otro duelen más porque uno las tiene.
Corregirse a sí mismo propicia la cadena del cambio.