Las alas de Titika: ¿Nueva normalidad?
"Mi amiga sobrecargo ahora combina sus escasos vuelos con la venta de frijoles y arroz a los vecinos de su edificio"
Mi amiga sobrecargo ahora combina sus escasos vuelos con la venta de frijoles y arroz a los vecinos de su edificio; el colega impresor ofrece naranjas y limones de su huerta y los lleva a la puerta de tu casa; la pariente hace mermeladas; la otra panes salados y cubrebocas; la amiga pasteles veganos y la exjefa diseñó bolsas y blusas con leyendas de aliento.
Ante la oferta, la lista del supermercado disminuye; sales de éste y encuentras a una artesana con un letrero que anuncia el intercambio de su mercancía —aretes, collares, pulseras, monederos, bordados— por algo de despensa.
Nunca como hoy había cobrado tanta fuerza la economía solidaria. Hace muchos años, cuando escuché el término, recordé que alguna vez fuimos una comunidad de trueque. La actual incertidumbre de salud ha provocado hacer una seria parada. ¿Será?
"Sólo ten a la mano una botella de vino o unas cervezas", dijo eso y atendí su indicación. Siempre la quise ver sin riesgos ni tumultos. ¡Mi rockera favorita! Resulta que se me cumplió; pagué un boleto en línea y la vi sentada, sola, en la esquina de mi cuarto. Allí estaba ella cantando a capela y dispuesta a responder todo tipo de preguntas.
La vi de cerquita, nos mostró su estudio, contó anécdotas, en algún momento hasta dijo mi nombre —lo leyó en una pregunta y así me respondió—. Hasta supe el motivo de separación de su primer novio —siempre quise saber; yo los veía eternamente juntos—.
Estuve hasta riéndome sola de lo feliz que estaba, pero algo pasó. No pude cantar a grito abierto, no hubo catarsis —corría el riesgo de que los vecinos llamaran al 911 y anunciaran el desquiciamiento—. No fue totalmente lo que quería. Me vi extraña frente a una pantalla, alcoholizándome sin saber. Es lo que hubo, lo que hay. ¿La nueva normalidad?
Creo que el nuevo espíritu de la compra-venta ahora sí se quedará. Eso de que la creatividad surge ante la necesidad y la desgracia, recobra sentido cuando además existe la posibilidad de contagio.
Hemos sido tan bombardeados por todos los frentes que ahora no sólo se trata de una reacción de hartazgo a las impuestas formas de consumo que nos ha hecho comprar, durante décadas, artículos y comestibles que terminamos tirando al poco tiempo.
Hoy nos damos cuenta de lo inútil que es la mitad de zapatos y de ropa que tenemos; te asusta descubrir lo bien que te la vives y lo poco que necesitas. Nos siguen faltando los abrazos.
¿Seremos seres más conscientes que buscaremos renovarnos al momento de gastar el escaso dinero que ganamos o quedará en una simple y exclusiva tendencia al alcance de pocos?
Dice mi maestro que pese al encierro y a la pérdida, apenas salgamos, volveremos a ser los mismos de siempre. Me niego a pensar que así será. Aspiro a que el confinamiento nos haya dejado algo más que lamentos y pantallas todo terreno.
Continuará...
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