Las alas de Titika: Fuego nuevo (parte II)

María Julia Hidalgo
29 febrero 2020

"Le pidió un cigarro. Pero si tú no fumas. Eso crees tú. Le dio un beso y se marchó. ¿Qué era eso? Se había ido"

Le pidió un cigarro. Pero si tú no fumas. Eso crees tú. Le dio un beso y se marchó. ¿Qué era eso? Se había ido.

Sí, se fue. Desconcertado, no supo qué hacer, qué decir, qué sentir. Seguro volverá. ¿Cuándo empezó a fumar? Quién era ella, en quién se había convertido. Intentó dormir. Quiso pensar que se trataba de un sueño, pero no. Ella no estaba y era domingo. Ella siempre estaba a su lado, pegadita a él los domingos. Le había dicho que eran sus días más perros; no soportaba hacer nada sin él. Qué hacía ahora.

Se fue un domingo con cigarro en mano. Qué imagen. ¿Qué diría él si se encontrase con una mujer, un domingo, caminando sola y fumando? Le diría algo o sólo la vería pasar de largo. Se preguntaría qué hacía una mujer sola, avanzando con determinación como si acabara de dejar a alguien derrotado en la cama en la peor de las derrotas.

Era él, acabado. Sin entender ese "ya no te quiero". Él que había consolado a sus amigos en el bar, diciéndoles : "se le pasará", "es una crisis, todos las parejas tienen crisis" ; sin embargo, a ellos nunca les habían dicho "ya no siento nada por ti".

Cómo se vería ella caminando sola por la calle aventando humo a placer. Que pensarán de ella los otros, esos con quien tropiece en la banqueta; seguro se tropezará; no da paso seguro sin mí, menos un domingo y a esa hora. Qué hora era.

¿Tomaría café? si no, no funciona. ¿Sin el café?, ¿sin mí? No funciona sin mí, menos el día siete. Pero ese día siete en realidad era el ocho. Estaba claro, era el día 8, ese del que todas estaban hablando. No hubiera pensado que ella también se envolvería en el discurso, era cosa superada entre ellos; veo que no en ella.

¿Qué haría si la viera caminar con esa seguridad, con esa entereza del principio? Le diría que eso de los cachorros huérfanos en la calle, en la lluvia, era sólo una más de sus torpes y débiles salidas para… mejor, no le diría nada.

A veces es mejor observar, contemplar. Sólo la vería caminar y amaría su andar, su libertad. Ella no se percataría de su existencia, llevaba prisa. En la plaza la esperaban, no debía faltar ninguna.

Apenas llegó, apagó el cigarrillo y lo aventó. Se olvidó de que alguna vez alguien le inventó una historia de lámparas y perros. Eso ya era pasado y ella, ahora, estaba lista para suscribirse a la nueva historia. Esa que escribirían los demás sobre todas ellas.

 

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