LAS ALAS DE TITIKA: Encuarentenada II
"Dice mi vecina que ella ya está librando la cuarentena del desapego"
Dice mi vecina que ella ya está librando la cuarentena del desapego; ha empezado con el shampoo que le prometía abrillantar su extendida cabellera —también ha renunciado a ésta, le dijo a su marido que siendo arquitecto bien podía meterle tijera y hacerle un corte parejito; así lo hizo—, aunado a eso descubrió que no requeriría del alaciado. Notó que su piel lucía más lozana, así que también ha eliminado el maquillaje y el hidratante que nunca le cumplieron lo prometido. Se dijo que no estaba tan segura de que el huevo orgánico —por el que pagaba el triple—, realmente lo fuera, así que lo ha quitado de la lista de lo imprescindible… Le dije que hacía bien, que debíamos de ser más naturalistas, optar por la simplicidad voluntaria —ella y yo sabemos que apenas semejante catástrofe, esa de ver reducida la quincena, era la única capaz de hacernos renunciar a lujos tan primarios—, ella estuvo de acuerdo y quedamos en sembrar especias en la azotea; seguro éstas tendrían mejor sabor; en eso estamos.
Creo que voy librando varias cuarentenas a la vez. Esa, la más pretenciosa, la de visitar lugares paradisíacos este año, la tengo bien asumida, cancelada, desarraigada. Pero una que me urgía —y, desoía— es esa de imponerle cuarentena a los medios amarillistas que ya empezaban a dejarme en plena vigilia a las 2 de la mañana. Me iba a la cama con escenarios catastróficos; despertaba sudando con horribles pesadillas. “No te preocupes, estamos abrazados por el mismo flagelo”, me escribió un amigo. Él y los medios —con su multiplicada publicidad— son las cuarentenas que me faltaban. Ya estoy en ese ejercicio, al fin que tengo tiempo para averiguar si son los que me estaban desequilibrando, además de mi vecinito que empieza a berrear a las 8 de la noche y no para hasta que el sueño lo vence, supongo; debe ser que sus padres están enganchados con los noticieros y se olvidan de que la criatura lo que necesita es que le cuenten una bonita historia para dormir y soñar con un mundo mágico. Y a los padres ¿quién los consuela?
Hablar de la vida y de la muerte, de la posibilidad de apagarnos sin poder despedirnos ni abrazarnos, es algo serio como para prestar atención a morbosos personajes emplumados. Me aparto y desoigo. Tendré más cuidado en mi encierro, no vaya a ser que por la más débil rendija me lleguen esas voces apocalípticas que se empeñan en conocer las cifras de cuántos habremos de morir. Si no hay forma de que nos enseriemos hagámoslo con algo más creativo. Empecemos con: “De fusilamientos”, de Julio Torri, de quien se dijo que combatía la tristeza con un humorismo impávido. Y si la vigilia permanece, apacigüémonos con Las mil y una noches.
Apenas salga de ésta me embarcaré de nuevo con el capitán Ahab y recorreremos los abiertos mares en el gran Pequod. Sabré que habré empezado la travesía cuando alguien me diga: Llámame Ismael; sabré que habré dejado lejos ajenas y mezquinas intenciones.
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