LAS ALAS DE TITIKA ¿Defensa o desprecio?

María Julia Hidalgo
18 enero 2020

"El empleado se sonrojó y siguió atendiendo a sus clientes de una forma más tímida"

"¿Cómo que no hablas español?, se vienen de su pueblo y resulta que desconocen su tierra. Por eso no los quieren ni aquí ni allá. Bola de incultos, conocer sus orígenes es lo que deberían de hacer". Por si los improperios hubieran sido pocos, la mujer abandonó el lugar y le hizo al joven una señal poco amable con el dedo.

El empleado se sonrojó y siguió atendiendo a sus clientes de una forma más tímida. Luego de mis indagatorias me enteré que el dependiente es de origen guatemalteco y que sus padres, adoptivos, lo llevaron al país vecino cuando apenas tenía dos años.

¿Cuál es la culpa del joven?: ¿ignorar el idioma de sus padres biológicos?, ¿qué lo hayan adoptado?, ¿el color de su piel?, ¿su condición obrera?, o ¿toparse con ignorantes coléricos?, un poco de todo.

Lo que sí se evidencia en este tipo de situaciones, muy frecuentes por cierto, es el poco interés que tenemos por conocer cómo viven y cuál es la situación real de los connacionales y de otros inmigrantes, en los Estados Unidos. En primera, se asume que todos los morenos son mexicanos, ilegales, iletrados, todos queriendo hacer la vida difícil a sus coterráneos.

La historia dice que una práctica que padecían los hijos de los primeros mexicanos que emigraron al país del norte, y que tuvieron la oportunidad de ir a la escuela, es que les tallaban fuertemente la boca con jabón para que no hablaran español. Así los niños fueron creciendo y desconociendo el idioma de sus padres.

"Hay estadounidenses de padres mexicanos que realmente no hablan español", me dice la doctora Eugenia Revueltas. "Uno cree que es mero desplante, pero nadie se preocupó por enseñarles el idioma de sus ascendientes".

Otros estudiosos mencionan que tal sustitución del idioma no es prioritaria del español, que las lenguas de los inmigrantes en los Estados Unidos tienden a perderse, en ocasiones, desde la primera generación; así se han ido perdiendo las lenguas nativas de otros grupos de inmigrantes italianos, alemanes y asiáticos, por ejemplo. Tal cambio no es algo que decidan en sí las personas, es un fenómeno natural de integración a otra cultura.

Un hecho real es que cada vez hay más personas interesadas en el español. En EU, la tendencia indica que los norteamericanos de raíces europeas o africanas optan cada vez más por aprender el idioma español y enseñárselo a sus hijos. Así es como entre intereses multiculturales, mero gusto por el idioma y tratados comerciales, el español es el segundo idioma más hablado en los EU, después del inglés, y California —donde la gran mayoría de mexicanos tiene un familiar viviendo— concentra el mayor número de hispanohablantes.

Actualmente, hay otros mexicanos que cruzan la frontera y ni siquiera hablan español; hablan sólo la lengua de sus pueblos —sitios de los que no hacemos mucho caso y mucho menos nos ocupamos del idioma ni de su forma de ver el mundo—. Entonces, ¿cuál es la exigencia que hacemos a los paisanos, que ya bastante tienen con adentrarse a la cultura del país en el que actualmente viven como para responsabilizarlos de que preserven el español?

Volviendo al incidente, creo que con lo que se topó el joven empleado esa mañana fue con un mexicano frustrado, de esos que cruzan la frontera a hacer sus compras y no pierde oportunidad para denostar al primero que se le atraviese. Seguro aquí, en su mismo país, es el típico racista que no pierde oportunidad para utilizar su pobre espanglish, intentando mostrar su grandeza de mundo.

Aunque, a decir verdad, ¿quién no tiene un pariente en los Estados Unidos a quién le envidie su inglés? Me pregunto, ¿ellos sentirán lo mismo al escucharnos a nosotros y querrán igual conseguir el dominio de ambos idiomas? Habría que preguntarles y decirles que así como el inglés tiene a su Shakespeare, el español tiene a Cervantes y muchas grandes historias por leer en este idioma.

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