La sacralidad de uno
Hay dentro de cada uno una sacralidad inefable, la podemos ver en los rostros de los niños por eso resultan tan atractivos, el reto es conectarnos y sacar fuerzas de ella.
El Arcipreste de Hita escribía en el castellano del S.XIV “quien puede ser suyo, non sea enajenado”, quien es dueño de sí no puede ser enajenado. En efecto, nos perdemos, por eso nos alienamos, o sea: podemos intentar ser otros, convertirnos en lo que no somos, u olvidar quien somos.
Diógenes él sabio griego obsesionado encontrar un hombre honesto iluminaba los rostros con su lámpara y viéndolos les decía: no, tú no eres quien eres, de ahí acuñó su frase “llega a ser el que eres”.
Podemos pensar que los honores, la fortuna, el puesto, el amor recibido incluso, nos define, pero no es así. Solo nos adornan y envuelven como el celofán. Supe hace poco de alguien que admiraba por su capacidad de trabajo y crear riqueza, con exquisito buen gusto en los detalles; invirtió de más y se quedó sin dinero, tendría que vender todo para pagar la deuda; acostumbrado a la bonanza comentó que jamás se permitiría ser pobre y no soportando la presión se quitó la vida. En pleno vigor y experiencia. Me conmovió por su gran corazón y generosidad.
En efecto, identificarnos con las cosas, incluso con las personas mismas que amamos, nos pierde. Decía Ortega y Gasset “Yo soy yo y mis circunstancias”, más bien yo soy Yo y mis circunstancias no me definen, me acompañan, que es distinto. Estas cambian, mi ser es independiente a ellas. Mantenerse fiel a sí mismo, honrarse y respetarse, cuando las cosas salen mal, cuando nos olvidan o deja de querernos quien debe querernos, o nos maldicen, enfermos, en las dificultades, vale más que el oro.
Las contrariedades nos enseñan, a veces con rudeza, a desprendernos de esos accesorios, incluso de los apegos afectivos ordenados y desordenados, para que despertemos y valoremos lo que hemos olvidado o despreciado: amarse realmente a uno mismo.
Es tan fácil que nuestro corazón se apegue tanto a las cosas y a quienes amamos. Tanto que a veces podemos confundirnos con el cónyuge, con el hijo, con alguien, y cuando no está sentimos desfallecer. Claro nada suple la ausencia del otro, pero menos la ausencia de uno mismo.
A veces se está tan solo a pesar de estar rodeado de gente que nos quiere. Nada llena ese espacio que tarde o temprano reclama ser llenado y no puede suplirse.
Descubramos la sacralidad que hay en nuestro interior. Sagrado es lo que se considera digno de veneración y respeto o de una importancia tal que se considera irrenunciable.
¿Cómo hacerlo?
Cada quien tiene sus maneras, los niños buscan su rincón favorito; encontremos que hobby, que actividad, tocar un instrumento, limpiar la casa, construir, cocinar, crear, el arte, servir, algo que nos haga sentirnos bien y de paz y podamos dialogar con nosotros sin enjuiciarnos. El contacto con la naturaleza lo facilita.
En ese silencio surge el Yo real. Un encuentro íntimo reparador. No lo confundamos con ese refugio artificial, una burbuja que aísla.
Encontrarse con uno mismo salva. Una vez sentí que alguien que había visitado traía una energía pesada y oscura, esa persona no lo sabía, después empecé a sentirme muy mal, tanto que en la madrugada sentí que me infartaba, me asusté. Busqué remedio, hasta que se me ocurrió oír música que me encantaba en mi adolescencia. Eso me alivió: me conectó.
Qué alivio es reencontrarse. Si suenan las campanas de gloria en los reencuentros de quienes se quieren, con más razón en los propios.
Pero no basta solo el quererse, la autoestima. Importa la confianza en uno mismo; creer que nuestra vida tiene un sentido muy alto aunque a veces no lo veamos, y sobre todo sentirse querido. Necesitamos del amor de los demás, de su compañía, para reactivar la nuestra. Cuando nos dan cuerda damos cuerda, pero si no la recibimos se agota la batería. Por eso el amor se traduce en un te quiero concreto y real. El amor real empodera, eso lo hace tan necesario e insustituible.
Es muy fácil confundir la autoestima con el egoísmo; el amor con el apego; querer a manipular; la confianza en la presunción; a uno mismo con quien no es. Por eso importa reencontrarnos. En nuestro sillón favorito nos sentimos a gusto, no intentemos copiar la vida de otros, esos asientos ya están ocupados.
El rebote
Este encuentro sucede también al permitirnos recibir el amor y los detalles; la autosuficiencia afectiva es una ilusión, todos necesitamos con urgencia sentirnos amados. La madre amorosa siempre fuerte de repente sucumbe, su cuerpo le reclama darse un espacio.
El Covid enseñó que el aislamiento prolongado es nocivo, se empieza por pelearse con uno mismo y con los de al lado.
¿Cómo recargas tus baterías? ¿Te das un espacio?
paulchavz@hotmail.com