La razón, la locura y el amor
Una pregunta ¿Qué vuelve más loca a la gente: la falta de razón o la falta de amor?
Interesante, da que pensar. La racionalidad exige razones, sin ellas se vuelve loca, pero con ellas también.
La racionalidad nos salva, nos limita y nos entrampa. Exige mucho. En efecto, no podemos razonar sin lógica, entender sin discernir, negar sin afirmar, confirmar sin hechos, convencer sin argumentos, creer sin certezas.
Pero todo eso no nos libera de las dudas, de los miedos... de lo irracional. Quien se sale de la realidad se vuelve loco, tan fácil que continuamente volvemos al redil. ¿Quién no se vuelve loco al enamorarse, al aventurarse, al seguir sus sueños... y al faltarle amor?
La falta de certeza provoca des concierto, y ¿la falta de amor que produce?
El paradigma de la razón
La razón acostumbrada a pensar no encuentra la respuesta rápida... ¿Será que todas las respuestas vienen del raciocinio? Es un paradigma y una ilusión creer que podemos entender y explicar todo por la razón... pensando. El pensamiento ocupa el papel estelar de la razón. Al parecer no podemos disociar el entendimiento de la razón, ni la razón de los pensamientos. Requerimos del conocimiento y de las razones para entender, cierto.
Pero el pensamiento no garantiza un camino seguro: se extravía. Está afectado por nuestra humanidad entera.
La racionalidad es una parte, nos distingue de los animales pero no nos explica ni nos comprende por entero. Muchas cosas escapan de la razón. Analicemos la conducta para no ir tan lejos. Si “nuestra conducta estuviese regida solo por razones e ideas claras... sería temeraria” afirmaba Maurice Blondel, “en toda conducta hay un acto de fe”, de intuición, de misterio, de coraje, y de emociones, ellas la disparan.
Curiosa paradoja
La razón misma nos da cuenta que ella es insuficiente. Nuestro entendimiento entiende que no siempre entiende, ni que puede explicar muchas cosas.
La razón nos desata y ata; el entendimiento oscila entre la ignorancia, la sospecha, la opinión y la certeza. Avanza y retrocede como la aguja. Necesita de la certeza como el sediento del agua, pero mucho de lo que damos por cierto son suposiciones y conjeturas sin darnos cuenta. Quien descubre sus tinieblas y abraza a su ignorancia empieza a despertar, los astros brillan en la noche. El tomar conciencia es una forma superior de conocer, así encendemos nuestra luz.
Engañosa es la razón. Más engañosa es la mente cuando pensamos mucho, confundimos razones con pensamientos, en estos convergen la imaginación, la memoria, las actitudes, las emociones. Engañosos también son los deseos cuando permitimos que nos manipulen. ¿Y los sentimientos? Nos seducen con su doble juego: nos ciegan arrebatándonos y también nos permiten darnos cuenta. Prestémosles atención, suceden por algo.
Hay razones que se entienden, otras se sienten, otras se intuyen, otras se creen y muchas son inconscientes: el reto es darnos cuenta.
Otras formas de saber
La madre siente el peligro del hijo lejano despertándose en la noche, alguien tiene una premonición, otro una intuición certera; alguien sigue su visión, otro intuye el fin de su vida y se despide inusualmente sin saberlo.
Sí, hay muchas formas de saber. No todas son razonables, ni explicables, ni convincentes, pero suceden. El razonamiento con todo su poder aquí resulta lento e insuficiente.
La trampa está en reducir nuestra racionalidad a los pensamientos, ellos nos “hacen bolas” a menudo. Mientras el conocimiento avanza, se ensancha nuestra ignorancia.
Entendamos que la mente suele dominar a la razón, si no, fuésemos más razonables.
Besemos la razón como a un niño en la frente. Comprendámosla. Ejercitémosla diario. Pero no esperemos todo de ella, eso enloquece. Abracemos nuestro misterio sin juzgarnos. Seamos más humanos que racionales. Es más sabio. Aceptemos que no entendemos, rindamos el juicio a lo que no nos gusta, al resistirnos sufrimos. Eso descansa.
Abracemos nuestra soberbia, nuestra insuficiencia. Aceptarnos nos da paz, nos baja del taburete donde nos subimos. Bajo ese afán de tener la razón se esconden miedos, inseguridad y vacíos afectivos.
¿Y la falta de amor?
La falta de razón desconcierta y la falta de amor trastorna. Su carencia vuelve loco al más cuerdo y fuerte, resulta más incomprensible y desconcertante que la falta de razón; un corazón vacío cansa y aloca más. La sed de amor seca más que la del agua. El amor nos sustenta y rebosa. Nos afirma existencialmente. Dicen que el conocimiento es poder: el amor empodera más.
El corazón se alimenta con afectos, la cabeza con razones, los buenos consejos no lo suplen. El buen amor se siente, si quita la sonrisa y la paz resulta sospechoso. Busquemos la sabiduría del corazón y nos sus arrebatos. La gente amorosa sabe darlo y recibirlo.
El amor genuino nos enseña verdades más contundentes. Nos bendice, nos ata, nos nutre, nos compromete, sonreímos. Su certeza arranca de un querer probado, firme y libre. Un corazón agradecido atrae más amor.
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