FACTOR HUMANO ¿Tu cuerpo es tuyo?
"La frase "mi cuerpo es mío" se ve tan contundente, pero ¿te has dado cuenta qué tan cierta es? ¿Tenemos el derecho de hacer con el cuerpo lo que queramos sin pagar las consecuencias?"
En agradecimiento a mis padres, por ellos existo y soy.
La frase "mi cuerpo es mío" se ve tan contundente, pero ¿te has dado cuenta qué tan cierta es? ¿Tenemos el derecho de hacer con el cuerpo lo que queramos sin pagar las consecuencias?
Somos únicos e irrepetibles
Foto: Pablo Tonatiuh
Así como en un árbol no hay dos hojas idénticas tampoco hay dos personas semejantes, aún los gemelos similares difieren en carácter y temperamento. Tú eres alguien único e irrepetible. Incluso cada cosa existente una tiene su propia singularidad y belleza.
Nadie puede ocupar tu espacio ni repetir tu historia. Nadie tiene la vida comprada, la vida se nos ha regalado y estamos aquí para florecer y dar fruto. Agradezcamos sinceramente cada día estar vivos, es un milagro al que nos hemos malacostumbrado. Quienes se han salvado de la muerte lo agradecen profundamente porque al vivir, todo lo demás es ganancia ¿Cuándo entenderemos que la vida es lo más valioso?
¿Cuál es la mejor manera de agradecerlo? Cuidando tu vida, la de los demás y la de los seres vivos. No es casualidad que seas único, solo tú puedes responder por lo que haces.
¿Te obedece el cuerpo?
Venimos a la vida empacados en un cuerpo. Aun sabiéndolo rara vez cobramos conciencia de estos hechos: el corazón late, el torrente sanguíneo irriga la vida, la digestión procesa, las células se nutren, las defensas atacan intrusos, el sistema nervioso conecta, hay un complejo intercambio de procesos bioquímicos, eléctricos, aun dormidos el cerebro trabaja intensamente, todo esto sucede sin poder evitarlo: funciona sin nuestro permiso.
¿Se somete a nuestra voluntad? Veamos ¿Quién puede cambiar de estatura? ¿Cambiar el color de su piel? ¿Dejar de envejecer? ni queriéndolo podemos detener la circulación ni los latidos. Es un sistema vivo y autónomo imposible de controlarlo, a medida que lo conocemos influimos algo en él. Sí, lo tenemos, pero no se somete a nuestro antojo: no somos su soberano.
Tiene su propia perfección
Así como en la naturaleza y el universo hay un orden establecido, el día le sigue a la noche inexorablemente y los planetas giran en torno al sol sin salirse de su órbita; igualmente en el cuerpo operan diversos sistemas con un orden y una perfección admirable.
Justo la salud viene por respetar y cuidar ese orden. La enfermedad suele manifestar con su dolor las deficiencias y los abusos que cometemos; no son las medicinas las que curan: es el propio cuerpo quien restablece su equilibrio.
El cuerpo obedece una serie de leyes y principios ajenos a nosotros que merecen nuestro cuidado. Nada tuvimos que ver en su magistral diseño.
El libre albedrío
A diferencia de los animales que siguen un orden natural -sorprende como las madres arriesgan su vida para defender a sus cachorros y su ternura al cuidarlos- el hombre es libre gracias a su racionalidad. Con el libre albedrío podemos hacer lo que queramos, para bien o para mal. Con él nuestras decisiones cobran una trascendencia insospechada.
Nos damos cuenta de la ley natural inscrita en el corazón de hacer el bien y evitar el mal, sabemos con certera intuición “la regla de oro”: tratar a los demás como quisieras ser tratado. “El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moral”.
¿Eres dueño de tus actos?
La libertad tiene 3 aspectos. El cómico: hacer tonterías, la vanidad, por ejemplo. Lo trágico: las consecuencias graves al desobedecer la ley natural del corazón, simplemente porque podemos.
Puedes odiar, calumniar a otro, acelerar el auto, secuestrar, hartarte de pasteles, de alcohol, usar drogas, pero no eres libre ni siquiera de evitar las consecuencias: intoxicarte. Nadie quiere eso pero se hace. Abusamos de la libertad. Lo trágico de la libertad es hacer lo que no queremos. La conducta suele tomar caminos distintos a dónde queremos ir.
Matar causa tragedias y algo tan pegajoso y tan difícil de quitar como un chicle derretido: la culpa y más cuando es a un inocente. “El hijo no es un derecho: es un don” tan valioso que los animales nos enseñan.
Y su tercer lado: su trascendencia. Con la libertad la persona se engrandece o se envilece, es feliz o desgraciada, porque elige. La debilidad actúa sin quererlo, la maldad pervierte la elección al querer o consentir lo que hace. Esto complica perdonarse y baja la autoestima.
Siempre podemos elegir aun sintiendo la angustia de la culpa y a punto de morir podemos rezar o maldecir.
Podemos “hundirnos en la resignación o dar un salto y trascender” siguiendo al filósofo alemán Karl Jaspers. He aquí la enorme grandeza del espíritu humano: levantarnos del lodo y volar al cielo.
La libertad tiene tal profundidad que no la asimilamos ni creemos del todo y nos conduce a la esperanza ¿Quién no espera ser feliz, amar y ser más amado? La libertad de cumplir la ley natural y la regla de oro nos perfecciona, el mérito de hacer el bien produce una honda satisfacción que la paz del corazón y la felicidad coronan. Quebrantarla produce lo contrario.
¿Tu cuerpo es tuyo?
Tienes algo que no te pertenece, que es autónomo, que no dominas, que no lo has diseñado. Esa libertad de hacer lo que quieras no está sustentada en la propiedad, tu cuerpo no es tuyo, sino en tu libre albedrío. Tú eres solo el responsable y responderás por eso.
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