El viaje a México de Svetlana Alexievich

UNIV
16 noviembre 2015

"La escritora pasó unos días en territorio mexicano e incluso a invitación del Instituto Nacional de Bellas Artes ofreció una conferencia en el Palacio de Bellas Artes"

MÉXICO (UNIV)._ A finales de marzo de 2003, durante su primera y única visita a México, la escritora y periodista bielorrusa Svetlana Alexievich, declaró a El Universal: "Mi vida es interesante. Soy una persona feliz porque hago lo que quiero hacer. A veces me canso o me siento desencantada, pero nunca pierdo esa curiosidad por vivir." 

La autora de Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, La guerra no tiene rostro de mujer, Los chicos de latón y Los últimos testigos, que comenzarán a publicarse pronto en México, estuvo en el país como parte de la comitiva del Parlamento Internacional de Escritores, que en su momento presidió Salman Rushdie –y luego Wole Soyinka-, para abrir Casas Refugio en distintas naciones. Ya estaba la Casa Refugio Citlaltépetl, en la ciudad de México, pero en marzo de 2003, Alexievich estuvo en Puebla para ser parte del grupo que inauguró la Casa Refugio en esa ciudad.
Invitada por Pedro Ángel Palou, el escritor que entonces se desempeñaba como Secretario de Cultura de Puebla, y por Phillipe Olle-Laprune, director fundador y actual de la Casa Refugio Citlaltépetl, la escritora pasó unos días en territorio mexicano e incluso a invitación del Instituto Nacional de Bellas Artes ofreció una conferencia en el Palacio de Bellas Artes. 

En este viaje la escritora dijo que era un sufrimiento vivir fuera de Bielorrusia -en ese entonces residía en París- pero que sabía iba a volver. "El exilio para mí es tan sólo algo temporal. Sé que en el futuro podré volver a mi país, pues ningún dictador es eterno". 

Entonces también señaló: "Es difícil ser optimista. El horror es parte de la historia. Mi manera de vivir es ser honesta con el mundo en el que vivo en cuanto a cómo lo estoy percibiendo. Lo que busco es verle los ojos a la realidad. La historia rusa es una historia de horrores, y por eso se nos ha creado una suerte de piel gruesa. Sin embargo, el constante testimonio del dolor lo hace a uno empezar a defenderse de ello. Me educaron con la idea de que hay que ir hasta el fin, y por ir hasta el fin también hay que pagar un precio".