El octavo día: Libros que me han marcado
"El columnista menciona tres volúmenes que marcaron su formación literaria a mediados de los 80"
Nada se parece a uno ni -es tan distinto- como los libros de juventud. Menciono aquí a tres volúmenes que marcaron mi formación literaria a mediados de los años 80.
1.- Nuestra generación fue profundamente marcada por el cine y algunos libros llevados al celuloide nos arrobaban. Fue el caso de Las memorias africanas, de Isak Dinesen, (o Lejos de África, de la baronesa Karen von Blixen), quien se puso un seudónimo masculino para que la tomaran en serio.
Difícil de conseguir, sobre todo en provincia, lo adquirí hace años en una colección de novelas rosas, donde el editor supo colarlo.
No es un libro completamente redondo, pero esconde una gran humanidad y un testimonio de una biografía emocional intensa.
Prosa de una reina, poética y sensible. Recomiendo de ella su libro de relatos Carnaval, en Editorial Alfaguara. Hay un cuento muy curioso, donde al final aparece inesperadamente Jack, el destripador.
Ahorita está en Netflix la versión África mía, en inglés Out of Africa. Asómese a ella. Pero no le corra al libro.
2.- Los versos satánicos es otro de los libros que me han marcado: texto difícil, logré entenderle por suerte muchas cosas encriptadas, porque el profesor Elías Miranda me dio a leer antes Entre los creyentes, de V. S. Naipaul, un viaje/reportaje donde explicaba muy bien la situación del islam en el Siglo 20 y el caso de Pakistán, atrapado en el dilema de identidad entre hindú y londinense.
El libro tenía en su hoja legal el nombre de todas las editoriales que se unieron para publicarlo, dadas las amenazas de muerte que se habían soltado en aquel momento.
Años después, viajé por países islámicos y confirmé varias cosas positivas e impositivas que aquí vienen prefiguradas. Jamás me imaginé que un hijo mío, en su carreola, saludaría muchos años después a Salman Rushdie, por coincidencia, en la cena de una feria del libro.
También recomiendo leer, de Rushdie, Memorias de Joseph Antón, donde cuenta su vida, ocultándose de los asesinos del ayatollah Jomeini; me encanta cuando confiesa el episodio donde uno de sus guaruras olvida la pistola en una casa a la que van de visita y vuelve diciéndole a la familia: “Perdón, amigos, solo olvidé la funda de mi pipa”. Very british.
3.- Otro de lo libros que me han herido es Últimas tardes con Teresa, del recién fallecido español Juan Marsé: me dejó huella por su prosa desenvuelta, que algunos dirán que suena a Cortazar o a Onetti, pero tiene ese ritmo de cadencia y fruición de la confidencia, que es único.
Nunca pudo superarlo nuestro autor y algunos dicen que se la pasó escribiendo una y otra vez más ese mismo libro. Una peculiar historia de amor entre una niña fresa y un ladrón de motocicletas que se hace pasar por comunista clandestino.
Lo leí a los 16 años y fue parte de mi educación sentimental... aunque ya no existía ese mundo de los 60 -donde los cafés y sitios de baile, como punto de reunión, ya no eran similares a mis dinámicos 80- pero aún se sentía ese ambivalencia en un Mazatlán todavía con fuentes de sodas, chicas tímidas y rockolas.
Recuerdo perfectamente aquellos días que abandoné la prepa, me dediqué a leer y vagabundear, y ese libro iba bajo el brazo y lo leí mientras ignoraba la histeria del futbol en el Mundial de 1986.
Sin ser un thriller o material de suspenso, es el único libro que me puso tenso en la espalda al leerlo: algo tan parecido a esa vida detenida, como un eterno domingo de calles vacías y hojas secas.
Por favor, ojalá nunca volvamos a ser provincia. No dejemos de leer para que nunca suceda.