El Octavo Día: El ‘Pifas’ y su gran hazaña bancaria
"Amador Bustínzar se consagró como el más excelso de los delincuentes de su categoría, realizando su obra maestra mientras purgaba su condena en prisión."
Era el mejor abridor de cajas fuertes y bóvedas de seguridad en México y quizá, del resto de América.
No pudo demostrarlo en el periodo de libertad e impunidad que gozó, porque ese tipo de records no son fiables y, menos, en el abrumador México de inicios del Siglo 20, ese desfile de atropellos en nombre de la ley y actos de justicia real sin protocolo que se mantuvo antes, durante y después de la Revolución.
Amador Bustínzar, alias “El Pifas”, se consagró como el más excelso de los delincuentes de su categoría, realizando su obra maestra, mientras purgaba su condena en prisión.
La bóveda del Banco Nacional de México era el Santo Grial de los delincuentes de cuello blanco y guantes de gamuza. Más acariciada que la gruta de Ali Baba y los cuarenta asociados, con tecnología de fundición alemana, concebida y ensamblada por la empresa Maschinenfabrik Ausburg Nürnberg, la misma progenitora de los futuros tanques de guerra Panzer.
Ahí, ante su puerta inamovible, Bustínzar se graduó como el máximo artífice del hampa con manos de seda.
Cuenta la leyenda, recopilada por el general Higinio Granda, que en una ocasión, el cajero mayor del Banco Nacional de México se quedó encerrado en la bóveda principal.
El problema mayor era que solo él sabía de la combinación de dicha compuerta de acero forjado, aunque es probable que de momento no fue posible localizar a quien tenía la copia de la secuencia de números para abrir ese valhalla de la cleptocracia nacional y corría peligro de deshidratarse.
Otra teoría afirma que sí existía una copia, pero una inoportuna mancha impedía detectar la cifra clave. Malicioso, un escribiente recién degradado comentó que el cajero mismo había colocado esa mancha para asegurarse el control total del área y asegurar su chamba.
Los enviados de la Casa Mosler se rindieron ante el titánico desafío. Pasaban las horas y se veía remoto el momento de abrir las compuertas.
Alguien se acordó de “El Pifas”, que se encontraba enclaustrado en la cárcel de Belén y, al amparo de la solícita manera en que los mexicanos pueden agilizar los trámites oficiales cuando se quiere, al instante fue trasladado al recinto con una atónita escolta militar.
Maravillado, el hombre inició su ritual y con unos cuantos pases mágicos pudo abrir la puerta de hierro para que saliera pálido y sudorosos el señor cajero.
Testigos afirman que hubo un tímido comienzo de aplausos, aplausos que se detuvo al morir: aquellas personas no olvidaban tan fácilmente que estaban ante un delincuente, indigno de ovación, por secreta, mínima y merecida que fuese.
¿Cómo lo logró tan fácil? ¿De qué forma puedo hacerlo? Este no es el típico chiste del personaje que abre una caja fuerte por el procedimiento de jalar la manivela luego de que el propietario decide dejarla abierta para engañar a los saqueadores.
El Pifas se llevó el secreto a la tumba, pero quizá porque no quiso avergonzar al cajero que había acudido a una artimaña similar... ni quitarle mérito a su hazaña: se usó la combinación más común del mundo.
Miró el dial y vio que los números iban de 0 a 60. Así que pensó en su cabeza: 20-40-60. Hizo una combinación particular de tres a la derecha, dos a la izquierda y 1 a la derecha. Lo intentó varias veces, pero sin tratar de abrirla, regodeándose cómo sus dedos entrenados percibían tronar los candados.
Probó el asa y se le abrieron las puertas del cielo. Voilá!, dijo a sus afrancesados espectadores.
El Pifas fue devuelto a la cárcel y se escapó de ella en la fuga masiva de 1913, durante el inicio de la Decena Trágica. Con él iban los miembros de la futura y famosa Banda del Automóvil Gris.
Uno de ellos era Higinio Granda, único en escapar del fusilamiento y a quien debemos esta pequeña historia. ¿Cómo le hizo? Esa sí que es otra historia.