El Octavo Día: Algunas lecturas y visiones de la semana
"Columna semanal"
Confieso que apenas este domingo pasado vi The Mandalorian, la serie de Jon Favreau que narra en ocho episodios una historia de Star Wars, en maratón con mi hijo, con intermedio playero en la tarde, para digerirlo a gusto.
No me gusta empacharme de series porque luego las confundo o se me olvidan pronto. En este confinamiento, recomiendo saber administrar su tiempo para no aburrirse de golpe.
Todo un western espacial es The Mandalorian, hasta la voz del cazarrecompensas suena a la Clint Eastwood. Hay homenajes a El bueno, el malo y el feo, Shane el desconocido y un episodio recrea a Los siete magníficos, aunque más bien es a Los siete samurai, de Kurosawa.
Genial, la presencia del cineasta Werner Herzog como villano y detalle de exotismo cinematográfico. A mi hijo le gustó más The Mandalorian que la última de Star Wars.
En función de la madrugada, vi un clásico perdido, colgado a Youtube: Perfomance, filmada en el Londres de 1970, bajo la influencia de los símbolos de Borges y con Mick Jagger, haciendo el papel de una desquiciante rockstar.
Nada convencional y con un soundtrack terrífico. Del olvidado cineasta Douglas Cammell, que se pegó un tiro, años después, viéndose en un espejo como un personaje de Jorge Luis Borges. (Cammell era hijo de un ocultista y nació en Camera Obscura, una torre-museo loquisima que está en el viejo centro de Edimburgo y aparte se ganó la vida como pintor de desnudos).
La semana pasada se nos fue Alan Parker. Él hizo muchas películas y grandes registros. Para mí, la buena es “Birdy”, una sentida película sobre el drama de Vietnam, traducida acá como “Alas de libertad”.
También sospecho que con esta cinta se le ocurrió a Luis Valdez hacer La Bamba, pocos años después: la música es casi la misma.
Yo estudié teatro allá por 1986 y nuestro maestro, Casto Eugenio Cruz, estaba fascinado por la actuación del hombre que se cree pájaro y la dirección y alcance de una película como Birdy, aparentemente una más del montón.
Hasta nos dio un papel con el nombre de un ave y cada quien debía comportarse como ella, no hablar y aparte, detectar a su congénere y ligar un romance: puro método Stanilavski. Tres de mis compañeros no volvieron a la clase al día siguiente.
Por cierto, mis compañeros que no se rajaron eran puras glorias como Javier Chimaldi, Sandra Jaime, Laura García, Victor Galván, Gaspar Velarde e Hilario Ojeda, más conocido como “El Vicente Fernandez”, ya que canta igualito y vive de imitarlo. Ese maestro Casto Eugenio dejó bien alborotado a Mazatlán por un buen rato.
Otro creador que falleció la semana pasada fue el poeta chihuahuense José Vicente Anaya, radicado en la Ciudad de México. Lo leí en los años 80 y por mucho tiempo me lo imaginé como un poeta maldito atormentado, ya que leí en diversos momentos sus traducciones de Jim Morrison, Pier Paolo Pasolini y Antonin Artaud... vean nomás qué autores.
Cuando al fin lo conocí me sorprendió que fuera tan apacible y con una larga barba de monje budista; de hecho, era en un desayuno donde él fue totalmente vegetariano. Híkuri era su poema más conocido. Vuela alto como siempre, noble poeta.