El misterio del aprendizaje personal
Hay cosas que nos urge aprender para mejorar pero no sucede como lo esperamos y no parecen ocurrir aunque insistamos.
Un nuevo aprendizaje
Hay un aprendizaje muy curioso que hay que asimilar: que no todo puede aprenderse en la forma acostumbrada de hacerlo, ni siquiera en la conocida, ni tampoco el saber mucho lo resuelve. El aprendizaje tiene sus misterios, especialmente los que más necesitamos personalmente.
Se afirma demasiado que las cosas malas que suceden en la vida son para aprender de ellas, pero resulta que no siempre aprendemos repitiendo incansablemente los errores.
¿Cómo aprender a cambiar de actitud si es la clave cuando lo necesitamos? ¿Sentirse optimista, tener energía, ser valiente, humilde, emprender cuando se requiere? ¿Cómo aprender a quitarse las mañas, siquiera una sola, erradicar un vicio o nulificar a ese “otro yo” que suele arruinarnos desde las sombras saboteando, arruinando situaciones, desanimándonos, provocando accidentes incluso, claro todo desde el subconsciente agazapado?
¿Leer mucho?
Por más que hemos leído temas de superación personal, visto cientos de videos de gurús personales y espirituales, muchos de ellos espléndidos, asistido a retiros, a terapias, uno puede sentir alivio al descubrir la solución para resolver lo indeseable en ese momento.
Y queda la sensación de por más que uno capte los mensajes y los practique, parece que al fin hemos aprendido la lección y después inesperadamente el comportamiento indeseado surge como resorte, y todo lo “aprendido” parece inservible, entonces ¿Se aprende a dominar los demonios internos?
Creemos que no, se trata de contenerlos, que está en nuestra esencia humana, las buenas parejas son las que consiguen que sus propios demonios no arruinen su amor mutuo.
¿Escribir?
Escribir es una forma de intentar superarlo, permite tomar conciencia al momento de reflexionarlo y más al redactarlo, desahoga, al abordarse lo positivo surge en ella el Yo superior y eso da alivio y paz pero no resuelve siempre lo deseado, aunque la letra impresa tenga cierta autoridad no significa que uno lo haya superado ni mucho menos sea maestro del tema, eso apacigua al ego pero no a la propia realidad.
Y justo esto nos da pauta para replantear el problema ¿Se trata de aprender cosas para poder superarlas? Aparentemente sí, pero quizá esto sea una trampa ¿Superar a quién? Esto puede darnos una pista.
¿Superar al ego?
Puede sonar atractivo distinguirnos, compararnos sumando bienes, cualidades, logros o restándolos y eso conduce a la envidia, a la tristeza, a la depre, a la crítica, a no soportarlos, etc. en ambos casos el resultado final empeora la mejora personal, el orgullo presuntuoso de alguien que a base de mucho esfuerzo, dedicación y sacrificios haya logrado sobresalir en algo molesta; aunque la excelencia siempre es admirable en quien sea.
O nada tan triste como un ave enjaulada con las plumas cortadas. La mediocridad es de las cosas que más duelen, pero duele de forma distinta: apesadumbra el alma. No resulta sencillo volar con las alas pesadas aunque uno se esfuerce y lo quisiera ardientemente. Lo consciente e inconsciente pesa.
¿Examinarse?
Incluso al examinar seriamente la propia conciencia, o confesando lo inconfesable frente al sacerdote o al terapeuta, cosa que requiere valentía y humildad, el alma se libera del lastre de la culpa, del remordimiento, y encuentra un oasis de paz y de amor que anima el corazón y ensancha la mirada.
Pero estas confesiones aunque son muy buenas no siempre provocan los cambios deseados, hay pautas de conducta que permanecen, hay vicios que permanecen, “qué hombre tan infeliz soy” exclamaba S. Pablo al reconocer el peso de su humanidad y vaya que la mediocridad no cabía en él.
Al reconocer humildemente la propia insuficiencia se avanza, Carl Jung insistió que “lo que uno se resiste, persiste”. La humildad es el cimiento del edificio de la mejora personal entre más grande más hondo. Fácil decirlo pero no sencillo vivirlo. El ego quiere cambiar, exige, es impaciente, no soporta verse ni sentirse menos y exaspera: quita la paz.
La paz: gran virtud
Una de las virtudes más deseadas, la moneda de oro desconocida no es la felicidad: es la paz. El Maestro nos insta a pedirla, a desearla, la repite y la da con frecuencia. Sin paz uno es capaz de las peores cosas, alguien atormentado manifiesta el ínferos el infierno propio.
La paz es una condición que nos permite ascender, da fuerza y claridad de ideas. Le pregunté a un hombre en una banca contemplando el paisaje qué hacía, “cargando las baterías antes de ir a darle” me respondió. La meditación matutina o vespertina aclara la mente, recarga el espíritu, el pensamiento continuo agota y uno pretende aliviarse de ello encendiendo la TV.
Es que no se trata siempre de aprender, se trata de crear las condiciones de la mejora personal: la insuficiencia personal es necesaria.