El Dios hecho hombre y el hombre hecho Dios

Presbítero Amador Campos Serrano
29 octubre 2024

Amanecer de un nuevo día, la incipiente luz a esclarecer empieza fantasmagóricas siluetas ocultas en la oscuridad empiezan a emerger, una figura avanza caminando sobre las aguas, el temor invade la imaginación, alguien dice, ¡Es el Señor!, la tentación se apodera del discípulo y exclama; “Señor haz que yo también camine así contigo”, él le dice ¡Ven!

La confianza surge, el discípulo empieza también a caminar sobre la superficie de las aguas, todo parece fácil, pero al empezar a sentir el paso del viento y la ausencia de solidez en el líquido elemento se origina desconfianza, la seguridad empieza a diluirse, temores ancestrales empiezan a hundir la ilusión y exclama; ¡Sálvame Señor que me hundo!

Aglomerados sentimientos en una pequeña colina se encontraban concentrados, un lugar conocido popularmente como el calvario, es decir la calavera. Los transeúntes y los curiosos acudían, unos buscando, con morbosa curiosidad, identificar a los ejecutados, otros, con cierta indiferencia, pretendían contemplar una escena lacerante de dolor.

El crucificado principal es aquel mismo que caminó sobre las aguas, el maestro Jesús, Dios, pero también hombre, por él y en él sufre también el eterno Padre, en el Espíritu que los santifica.

Jesús el Hombre-Dios, el Dios-Hombre, sufre la desfiguración por las desviaciones causadas a su obra, pero Él acepta esas mismas desviaciones y sus consecuencias en él mismo y también, en él mismo busca restaurar el doliente rostro de una humanidad caída bajo su propio peso no estaba solo, el eterno Padre y el santo Espíritu, con Él y en Él sufrían la heroica odisea de la redención.

Un proceso de construcción, o reconstrucción, se vislumbra en un camino por andar, pero las limitaciones a flote salen, dando paso a desesperación y el desánimo.

Al contemplar sus logros, el hombre pretende sentirse superior y superior lo es, por ser imagen de Dios, pero empieza a sentirse un dios, sin Dios, pero ante la cambiante inestabilidad de una creación sin Dios, empieza a hundirse bajo su propio peso, desesperado grita “Sálvame Señor”. Desde lo profundo una voz le dice; “Hombre de poca fe por qué dudas”.

Abrumada por la experiencia de cargar la pesada cruz de cada día, la humana naturaleza siente sucumbir, su peso parece ser demoledor, sin nadie salga al encuentro para compartir el peso de su carga, pero si así fuera hace tiempo que se habría sucumbido, pero no es así.

Posible es caminar sobre las aguas y vencer cualquier obstáculo hasta ejercer el dominio completo de toda la creación. Pero es imposible hacerlo sin Dios. Dios siempre está ahí.

Creado a su imagen y semejanza el hombre porta el destino de conducir el cosmos creado hacia un destino planteado en su designio original, pero para ello debe manifestarse con verdadero hijo de Dios.