El devenir de Sara...
Mis hijos se escandalizaron cuando les dije que escribiría mis memorias. Me dijeron que algunas facetas de mi vida personal no son precisamente ortodoxas, que temían que las buenas conciencias pudieran escandalizarse y reprobar una conducta atrevida. Que no estaban de acuerdo en que ventilara aspectos de mi vida íntima y que salieran a la luz aspectos de la vida familiar. Entendí el pudor de mis hijos y les di razón; qué más da, quienes me conocen saben que he vivido mi vida sin atender opiniones ajenas, que soy de una personalidad libre y progresista en todos los sentidos.
¿Entonces no la escribió, doctora? Claro que la escribí, soy Sara Lanz y se intitula “El devenir de Sara Lanz y las neurociencias. Memorias (libres) de una científica”. A mis casi 90 años creo que tengo algo que decir: qué hace y cómo vive una científica mexicana.
Apenas dijo eso, yo fui la primera en querer conocer su vida íntima, privada, universitaria, familiar... de la pública, profesional y académica ya sabía un poco: sus logros, premios, entrevistas, reconocimientos. La doctora hablaba y yo en el embeleso total cuando mencionó Estrasburgo, donde hizo su doctorado, imaginé esa vida nevada, las pocas horas de luz, su ir y venir al laboratorio... sobre todo, el espíritu de eterna navidad que ronda en esa ciudad de ensueño. No veía la hora de conseguir el libro y saber sobre su vida de estudiante becada, sus amores, colegas, congresos, viajes.
Es curioso, la conversación surgió por el tema del narcotráfico desbordado, ella paró oreja y dijo que aún le faltaba por saber cuál es el conflicto ético, o si éste existe, entre las personas que delinquen “neuronalmente, debe ocurrir algo”. Así es que me adentré al seudonómico mundo de Sara.
Sara nació en la Ciudad de México en el año 1936, cuando cumplió los dieciocho hacía apenas un año que las mujeres podían ejercer su voto en el país. Su vida (1936–2026) transitó los profundos cambios sociopolíticos, tecnológicos y económicos del mundo entero. Fue testigo de la llegada de una mujer, además científica, a la presidencia de México; de la inexistente televisión hasta la era de las llamadas telefónicas con imagen incluida del interlocutor que se encuentra del otro lado del planeta; del tiempo donde las mujeres estudiaban mientras se casaban; donde ni pensar continuar estudios de posgrado, mucho menos que un marido lo permitiera y ya era un desquiciado exceso que la siguiera, él a ella, a otro país por cuestiones de trabajo... sí ocurrió en el caso de Sara.
Se casó con el hombre que quiso, no con el impuesto, continuó estudiando. Pensaron que cuando se convirtiera en madre se le pasaría la ventolera del trabajo y la academia, no fue así. Tuvo un hijo, luego otro y su desarrollo profesional continuaba imparable; pese a los prejuicios sociales de su entorno y a todas las dificultades burocráticas y económicas que vive quien se dedica a la ciencia experimental, sobre todo una mujer. Una neurocientífica que participó en el desarrollo de los antidepresivos y los ansiolíticos, en los estudios de la depresión, el estrés, la ansiedad, la psicosis, los efectos de las drogas y la adicción, las bases biológicas de la orientación sexual y los cambios del cerebro en la vejez... sin olvidar sus reflexiones sobre el futuro de las neurociencias y la neurociencia ética.
El libro está narrado en tercera persona, propio del estilo y distancia de la escritura académica. Se divide en tres apartados: La niñez y vida familiar de Sara, sus amores, el primer acercamiento con las neurociencias; Sara esposa, doctora, madre y divorcio; Su pasión incansable, su activismo, la maravilla de ser abuela, la vejez... el suicidio asistido.
La vida y quehacer científico de Sara está escrito por una científica, por una mujer brillante, entusiasta que fue el optimismo encarnado, que decidió su vida de principio a fin. Que se envolvió en un mundo de personajes literarios, musicales, teatrales, tanto como el científico. Amé su vida y leer sus memorias adelgazó un poco mi ignorancia de todo lo mágico que sucede en el cerebro, ese cerebro que regula la empatía y el amor. Leerla me hizo entender de manera profunda que una hormona importantísima se libera, no con medicamentos, sino con el contacto físico, un abrazo, un beso, caminar tomados de la mano... No te lo pierdas, lo encuentras en Amazon.
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