Aquella tarde
Declina levemente el sol, es el inicio del atardecer, las tranquilas aguas se tiñen de brillantez, mientras, mientras los marinos se dedican a recoger los enseres de trabajo, dejándolos listos para una próxima oportunidad.
La mirada atenta de Pedro sigue el desarrollo de la actividad y una sonrisa ilumina su rostro, mostrando interés ante la secuencia de las acciones. La memoria, en raudo vuelo, surca el tiempo hacia un pasado no muy distante, en la mente de adquieren matiz los acontecimientos al cobrar nueva vida esos mismos escenarios.
Él estaba parado ahí, también miraba con atención la destreza de los movimientos, era conocido como el carpintero, hijo del José, el carpintero de Nazaret, quien, por su oficio, había sido solicitado para el mantenimiento de las embarcaciones.
Fue aquel imborrable día, cuando la familiaridad entre los dos tomó un nuevo sendero, el Nazareno se dirigía hacia el grupo y les hizo una invitación: Sígueme.
Las miradas se cruzaron en actitudes diferentes; una, expectante de la respuesta, mientras las otras, en valoración dubitativa sobre el alcance de la invitación y ante la posibilidad audaz de una aventura. Finalmente venció el interés por una novedad.
Fue el inicio de un periodo enriquecido con el incremento de la amistad, el encuentro con nuevos compañeros, que, entre disputas y convivencia, vendrían a marcar la existencia y la aventura de una nueva ilusión en la audacia de construir una nueva sociedad que impactaría a toda la nación.
En la entraña de la familia, el Nazareno convivio como parte de ella, la madre de su esposa sufría las dolencias de una enfermedad y Pedro sufría por el amor a su esposa, Jesús dio una muestra de su poder, sirviéndoles en el amor
El liderazgo del Galileo de Nazaret se hacía sentir, era convincente pero difícil de entender, tenía un lenguaje cautivador, pero envuelto en el misterio, más allá de la comprensión, con una enigmática profundidad a su alcance.
Esas aguas eran, para Pedro, su inmenso mar, ahí su vida se extendía dilatándose, ahí había aprendido a ser intrépido y tenaz, a sentir temor por el exceso en la audacia y esto lo compartía con sus acompañantes, pero Él le enseño a ir más allá de lo posible
Cuando casi el agua llegaba hasta la quilla, amenazando a la embarcación, Pedro miraba con admiración a Jesús, quien contra toda lógica había logrado la mayor pesca de su experiencia, todo había señalado que ese era el día y las circunstancias menos indicadas para conseguirlo, con azoro le decía; “Apártate de mí que soy un pecador”, Jesús, tomándolo de la mano le recuerda la esencia de su vida, le dijo, “Tú serás un pescador de hombres”.
Pedro ha regresado, después de un tiempo y de acontecimientos, tragedia y victoria habían sido el misterio Jesús de Nazaret, ahora empieza a entender a aquel que una vez le dijo; “Tú eres una piedra y sobre esta piedra edificaré mi comunidad”.