Amores que restauran
Los amores que dignifican se fortalecen cuando menos lo merecemos, entonces sorprenden. Los amores que restauran son los auténticos.
Amor y libertad.
“Nuestra vida no progresa por órdenes ni por prohibiciones, sino por atracción, por seducción de amor, por una pasión de amor” afirma la española madre Verónica.
A tal punto que “si no podemos entender la libertad”, la capacidad de querer y de elegir, “no podemos entender el amor” y añade “ser libre es tener el corazón cautivo”. El problema es qué lo tiene cautivo, en dónde ponemos el corazón. Ahí la cuestión.
En efecto hay amores que liberan y otros que esclavizan. Hay amores que nos hacen felices y otros lo impiden. Es decir, hay amores genuinos, apegos, lealtades e intereses. Distinguirlo es fundamental, porque los apegos atan, las lealtades causan complicidad y los intereses centran en sí mismo.
Asimismo la libertad se manifiesta en la capacidad para comprometerse, la fidelidad al compromiso la reafirma; quien sabe amar se obliga voluntariamente. El acto primigenio de amor es quiero quererte porque me da la gana. Esto abre las puertas a la fragilidad del otro. Cuando no sucede se aleja. Gracias a este acto primigenio las terapias funcionan, si no, serán justificaciones. Nadie puede obligarte a querer.
Amor y libertad caminan juntos. Cuando se ama limpia y honestamente a alguien el corazón se hace cautivo del amor. No del apego, ni de la piel, ni del interés, ni por lealtades. Cuando se cultiva el amor del bueno se hace cautivo del bien, no del mal, ni de la deshonra. Porque querer es buscar el bien del amado. Y a sí mismo.
Ese amor que va y regresa obteniendo más de lo merecido y esperado ensancha y gratifica inmensamente. Lo gratuito brota de la benevolencia, no de la justicia. La benevolencia crea más benevolencia: es el sustento del amor.
El amor que más sorprende es el menos merecido. Quizás el mejor de todos los amores es el amor que restaura.
La vasija rota
En Japón tienen la costumbre de restaurar con oro las pedazos de los jarrones rotos, un bello simbolismo de lo que hay que hacer con la condición humana.
Restaura que nos perdonen, que nos acepten, que nos entiendan, que nos acompañen, que nos animen, que nos reprendan, exijan y nos digan lo que no queremos oír. Restaura sobre todo ser y sentirse perdonado cuando aparentemente menos lo merecemos.
La falta de perdón mata el amor, causa resentimientos, desconciertos, malentendidos. Aísla, y provoca soledad afectiva. Cuántas parejas y familias están distanciadas afectivamente aunque vivan juntos. El aparente “no me importas” sí importa pero están molestos o resentidos. Una pareja de ancianos llevaba mucho tiempo juntos hablándose apenas lo suficiente. Los silencios duelen, son muy duros.
Finalmente en las familias por lo general todas esas cosas se superan, hemos visto en esta pandemia como se ha desbordado ese cariño, arriesgándose.
Cuando uno permite y siente que le quieren profundamente surge una gran seguridad y dicha; el amor se fortalece, se pone por encima del carácter y las maneras de ser, se hace a prueba de balas.
Tú siempre eliges
¿Cómo entender a esas parejas que se aman por tanto tiempo a pesar de sus yerros? Supongo que se comprenden a profundidad, que sin justificarse, aprendieron a perdonarse, sin confundir la debilidad con la falta de amor. Resulta difícil perdonar sin claridad de ideas y especialmente sin empatía, o cuando se pone la mirada en sí mismo, sintiéndose víctima.
Sentirse desgraciado es una elección personal, no es culpa del otro, habiendo causa incluso. Entendámoslo de una vez por todas: uno mismo se hace más daño lamiendo sus heridas que lo que el otro hizo. Lo malo de los malos amores es que erosionan la autoestima mutua. El problema se agranda cuando se magnifican las heridas, suele suceder cuando las carencias afectivas desde la niñez trastornan, aún a los más centrados.
Quien se casa esperando que el otro lo salve y lo haga feliz se decepciona, contar con la fragilidad es sensato. Justo por eso vale tanto el amor. No empeñes tu felicidad en el otro. La causa de la insatisfacción son las expectativas insuficientes o no cumplidas.
Los abrazos
Los abrazos son muy necesarios, cobijan de la intemperie de la existencia. Una existencia sujeta con alfileres, precaria. Alivian la fragilidad, restauran con oro las heridas mutuas, como las vasijas rotas recompuestas. Hay una hermosura en lo roto, en lo frágil, recuerdan un pasado restaurado, motivo de gozo.
Lo te pasa ahora no hace a tu vida más fea o inútil aunque pueda parecerlo. Tú no estás roto, puedes levantarte y aprender de lo que te ha sucedido y convertirte en una mejor persona... gracias a tu pasado. Acéptalo con tus errores, bendícete, negarlos o quejarse agota.
La vida se comprende viendo hacia atrás y se vive atendiendo el presente. Cada escalón de tu vida demanda una nueva versión de ti mismo. A veces se necesita estar roto para renovarnos.
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