Sinaloa, la última aventura de Maradona
"El astro argentino llegó a Culiacán a entrenar a Dorados y trajo consigo lo bueno y lo malo que representaba, pero nadie puede negar que dejó en esta tierra su estela de campeón"
Ariel Noriega
Todo aquel que tocaba a Diego Armando Maradona sabía que estaba tocando una leyenda, era como un inmenso río que arrastraba todo a su paso y en Sinaloa dejó, como en todos los rincones del mundo por donde pasó, una huella imborrable.
Sinaloa fue la última de sus aventuras exóticas, la última parada antes de regresar a su amada Argentina. Llegó arrastrando el cuerpo, el que le dio para ser campeón del mundo, pero de eso ya quedaba poco, se movía apenas, con la ayuda de una rodillera mecánica.
Pero Maradona siempre fue más que su cuerpo, mucho más, tomó a un equipo de Dorados y lo convirtió instantáneamente en un candidato a campeón, aunque en los números eso parecía imposible.
Sus jugadores se plantaban en el campo con una sonrisa y dejaban el alma en cada pelota, no importaba el público ni la paga, importaba la leyenda que los cobijaba y que les regalaba un poco del brillo que nunca perdió.
La gente pagaba por verlo a él, llenó el estadio de los Dorados y los estadios del resto de los equipos a los que enfrentó, siempre polémico, siempre listo para encender el volcán que llevaba dentro, y siempre hambriento de la gloria para la que nació.
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Dos veces llevó a Dorados hasta la final de la Liga de Ascenso MX, la segunda división que con él se convirtió en primera, sus juegos eran cubiertos como si se tratara de un equipo grande, y durante casi un año lo mantuvo peleando por la gloria.
Sin embargo, Maradona se quedó a un paso de llevar a Dorados a la Primera División, se le atravesó siempre el Atlético de San Luis, una espinita que ya no pudo sacarse.
En Culiacán, Maradona se convirtió en la estrella sin competencia, se instaló en su castillo y desde ahí fue creando su propio mundo, uno a donde sólo entraban sus amigos cercanos, su familia y los representantes del mundo del futbol.
Se le preparaba risotto con hongos, un tipo de arroz que se cocina en Italia y que seguramente recogió en sus andanzas por el viejo mundo, y carne, claro, los cortes argentinos y las empanadas que lo transportaban a su Argentina.
Frente a los micrófonos era un vendaval, pero en la calle, en la escuela de su hijo, siempre se portó de manera correcta, el sinaloense que se le acercó pudo conocer Diego Armando, un ciudadano más que trató de llevar en Culiacán una vida lo más cercana a la normalidad.
Todo mundo sabía que Maradona estaba en Sinaloa, los reflectores lo perseguían a cada paso, pero pocos lo vieron, parecía un enorme fantasma de dimensiones colosales encerrado en un hotel cinco estrellas.
Sin embargo, cuentan los que lo encontraron en los pasillos, en la calle por casualidad, que siempre se mostró feliz de vivir en Sinaloa, la última de sus aventuras por el mundo.