Marisela, uno de los rostros de la pobreza en Culiacán

Claudia Beltrán
21 febrero 2018

"Desde hace 23 años, Marisela, una adulta mayor, vive postrada en una cama sin poder ver; por sus hijos y nietos, por ellos lucha"

En la colonia Ampliación Bicentenario, a un lado del Basurón Municipal, hay un panorama que desalienta. La extrema pobreza aflora en cada rincón del asentamiento.

Dentro de este panorama se encuentran escenarios diversos que doblegan hasta el más fuerte. Las viviendas son de lámina, edificadas en un reducido espacio, ahí viven menores, ancianos.

En una pequeña casa, que carece de lo más elemental, se encuentra Marisela, una adulta mayor, que dice no saber qué edad tiene. Desde hace 23 años está postrada en una cama. Quiere moverse, pero no puede.

Los dedos de sus manos están chuecos. Como si fueran de hule se doblaron. Con sus extremidades no puede coger nada.

Como el dinero no alcanza, cuando hay comida, le dan en la boca. Sus pies son delgados, parecen secos. Sus uñas son muy gruesas.

Asegura que la osteoporosis es la causante de estar tirada en un colchón. Por falta de dinero nunca se atendió.

Postrada en cama le llegó la ceguera. Desde hace 5 ó 6 años, no ve, sólo escucha.

El audio de una televisión, es su compañero cada segundo del día. Los programas que escucha, le hacen un poco llevadero el día.

A pesar de su situación, su lucidez impresiona. Habla y responde con coherencia.

Recuerda que 23 años atrás, su vida era diferente. Al ser madre soltera, desde joven empezó a trabajar para sacar adelante a sus hijas.

Caminaba, veía, estaba al pendiente de sus hijas, después de sus nietos. Su vida era diferente. Una enfermedad terminó con todo eso.

Postrada en cama, por muchos años lloró. No entendía por qué tenía que estar así. Por más que quiera mover un músculo, no puede.

La impotencia le llega hasta lo más profundo de su ser. No puede llorar más.

Cuando quiere hacer sus necesidades fisiológicas, llama al familiar más cercano quien se encarga de acomodarle un bacín.

"Me duele mucho no poder trabajar, nada puedo hacer, antes lloraba mucho, no podía creer lo que me estaba pasando, es una tristeza no caminar, no ver, no moverme, ya me cansé de llorar", manifiesta.

Es desesperante estar en cama 24 horas, pero el "infierno" es mayor, cuando en Sinaloa ascienden las temperaturas. El viejo abanico es insuficiente.

Marisela vive con su hija, yerno y dos nietos en una pequeña vivienda, donde las paredes son de palos, y el techo está compuesto de vieja lámina galvanizada.

Cuando llovía, Marisela tenía que sufrir también las goteras, hasta que una persona se apiadó, y les regaló una lona que acomodaron en el techo e impidió que el agua ingresara.

A un lado de ella está una base de fierro para cama. Cuando la van a bañar, la trasladan para allá, donde sólo le acomodan un hule. Reconoce que es incómodo, pero no hay de otra forma.

Su piso es de tierra. El refrigerador, que hace tres años le regalaron, contiene un refresco de tres litros, consumido a la mitad. Una base de tres quemadores es la estufa que utilizan cuando hay comida qué cocinar. El techo tiene telarañas.

Su hija y su yerno trabajaban en el basurón. A partir de ayer, su hija empezó a laborar haciendo tamales en un restaurante ubicado en un costado del Hospital Civil.

Su yerno sigue trabajando en el basurón. Obteniendo ropa, zapatos, plásticos. El ingreso es bajo, entre 150 a 200 pesos a la semana. No alcanzan.

"Con ese dinero comemos, y si nos alcanza, volvemos a comer en la noche, y si no, hasta el otro día", menciona la señora tirada en la cama.

Su cabellera es larga y la mayor parte de su color es blanco.

Con esos 150 a 200 pesos que gana su yerno en el basurón a la semana, deben alcanzar también para mandar a su niña a la primaria y al niño, al kínder.

Si alguien la quiere ayudar, la señora no pide atención médica, ya que asegura un doctor le dijo que "no tenía lucha". En cambio sí pide la seguridad de una despensa para tener la certeza del alimento diario, así como un colchón de esponja.

Un abanico le gustaría que le llevaran, debido que el que tiene, no sirve. Cuando lo apagan, después tienen dificultades para prenderlo. Una estufa, es otra petición que la señora lanza a quien pueda ayudarla.

Expresa que es triste su situación, sin embargo, el amor que tiene por sus hijas y nietos, la mantienen viva. Sus hijas, que viven en una situación económica difícil, lo poquito que tienen, le llevan.

Hace tiempo alguien le prometió hacerles una casa de material, pero únicamente fue promesa. Nada de eso llegó. Se quedó con las ganas. Las cosas que tienen, es por el basurón, continúa.

Marisela cree en Dios, confía en él. Postrada en cama, a diario pide por sus hijas y nietos. Gracias a Dios, considera, su cuerpo está limpio. Ninguna llaga.

Cuando la han llevado al médico, la trasladan acostada porque tampoco puede doblarse para sentarse.

En una ocasión la llevaron al médico, quien al saber que tenía arriba de 20 años postrada en una cama, pensó tenía llagas.

La señora atribuye que gracias a Dios su cuerpo está limpio, sin llagas, a pesar de que siempre está en la misma posición.

El amor por su familia y la fe en Dios, la mantienen viva. Desde su cama, por ellos, lucha.

 

PARA APOYAR

Si desea ayudar a Marisela comuníquese a las oficinas de periódico Noroeste al teléfono 759-81-00 extensiones 680 y 673.

 

Marisela vive en una precaria vivienda que carece de lo elemental.