En México no tenemos cultura democrática
En los 200 años de México independiente tuvimos dictadores como Antonio López de Santa Anna y Benito Juárez, Porfirio Díaz y el PRI. El resto nos la pasamos peleando.
Desde 1824 hemos simulado una República democrática federal con división de poderes y estados agrupados en una Federación. Con destellos democráticos, lo que realmente hemos tenido es un centralismo donde los estados son apéndices del Gobierno federal; y un Poder Ejecutivo autoritario que opera por encima del Legislativo y Judicial subordinando estos a la voluntad del Presidente de la República.
En México persiste la cultura política del patrimonialismo, donde el poder se ejerce como si fueras dueño, creando la idea de un Presidente omnipotente con “derecho” de abusar del poder y del erario.
En 1968 empiezan estudiantes y grupos de izquierda a manifestarse por la ampliación de las libertades. Sin embargo, es hasta 1983, después de la crisis económica de 1982, que inicia un movimiento democratizador en el plano municipal del norte del País en el sexenio de Miguel de la Madrid.
El viejo régimen priista se endureció ante la exigencia popular de democracia electoral y, con Bartlett a la cabeza y los gobernadores como operadores, volvió burdamente a la práctica del fraude electoral. Ellos eran “los herederos de la Revolución”, argumentaban.
En cinco años, el movimiento democratizador creció vertiginosamente logrando un momento estelar nacional en la elección presidencial de 1988 en la que contendieron Carlos Salinas, Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel “Maquío” Clouthier. Este proceso se caracterizó por “la caída del sistema” y el descomunal fraude electoral que le quitó votos a Clouthier para dárselos a Salinas y decir que seguían siendo “el partido de las mayorías”.
Antes, en 1986, Clouthier había sido víctima del atropello electoral en Sinaloa. Maquío no se amilanó y dijo: “apenas estoy empezando a luchar”. Enemigo acérrimo del paternalismo, en 1988 Clouthier fue claro: “no, mis amigos, yo no voy a ofrecerles nada para que voten por mí. Al contrario, les voy a pedir sacrificio. A cambio de ello, yo pongo mi capacidad de servicio y mi patriotismo”.
Fue en diciembre de 1988 cuando, para obligar al gobierno salinista y al Congreso a convocar a una verdadera reforma electoral para erradicar los fraudes electorales, Manuel Clouthier realizó una huelga de hambre del 15 al 22 de diciembre, fueron 177 horas de ayuno.
Maquío y el PAN demandaban padrón electoral confiable, credencial de elector con fotografía, organización y vigilancia ciudadana del proceso electoral, reconocimiento constitucional de los derechos políticos y que éstos pudieran defenderse en tribunales, integración imparcial de órganos electorales, y castigo ejemplar a delincuentes electorales.
“Estas son algunas de las cosas que debe incluir la próxima ley electoral para facilitar el tránsito sin odio y sin violencia hacia la democracia”, nos dijo Maquío entonces.
México amplió su democracia por la lucha generosa y valiente de muchos mexicanos, entre ellos Manuel Clouthier, quien incluso dio su vida por este ideal. Lo triste es que hoy, 36 años después de aquella histórica huelga de hambre por la democracia, el País retrocede a pasos agigantados en democracia, división de poderes, transparencia, derechos humanos y electorales, contrapesos institucionales y civiles, y todo esto sucede ante la apatía y el aplauso de muchos mexicanos.
Hoy se concentra más poder en la Presidencia de la República, dejándola sin los contrapesos necesarios para el sano ejercicio del poder.