El reto de salvar vidas ante el Covid
La doctora Martha Alicia Torres Reyes fundó el Covitario para atender a trabajadores municipales y a personas de escasos recursos enfermas de coronavirus
Está sentada en un comedor que funciona como el escritorio de una clínica improvisada, se ve agotada y apenas es media mañana. Entre consultas y deberes se toma un respiro en solitario. Con solo verla uno sabe que ella administra este espacio, uno sabe que se encuentra en presencia de la doctora Martha Alicia Torres Reyes.
El lugar es una casa habitación a medio construir, una propiedad secundaria de la doctora que se vio transformada en clínica especializada para atender casos de Covid-19 de personas que no pueden permitirse acudir a alguna institución.
Comenzó siendo exclusiva para trabajadores al servicio del municipio, pues la doctora es la Coordinadora de Salud en Culiacán, pero se fue abriendo a todo aquel que necesitara curarse de ese virus que llegó hace dos años a establecerse en el municipio, ese virus que se ha metido en las casas y en las familias culiacanenses, que se ha metido en los pulmones de los más desafortunados, y se los ha llevado.
“Soy una mujer privilegiada: trabajo de médico en lo que me gusta, me pagan por ello, y cualquier ser humano debe estar agradecido por eso”, dice genuinamente orgullosa.
El Covitario, la clínica que fundó hace más de un año, ha tratado a más de 3 mil 500 pacientes. Es el 3563 de la calle Cuitláhuac, en la colonia Rosario Uzárraga, está adornado con macetas, plantas y sillas tejidas.
Aquí se ha luchado contra cuatro olas de esta pandemia, a veces las filas han llegado hasta más de 20 metros afuera de la propiedad, pero nunca se le ha rechazado la atención a nadie.
Algunos han perdido la batalla, pero quien ha salido avante no recae por complicaciones derivadas de la enfermedad.
“También hemos tenido pérdidas, y algunas muy dolorosas, algunas son de gente que hemos conocido desde antes, que los hemos tratado como amigos, como compañeros”, relata, apartando la mirada y viendo al horizonte, como recordando aquellos seres que apagaron su luz demasiado temprano.
“Hay muchas historias muy bonitas, muchas muy dolorosas, pero otras muy bonitas”.
Martha Alicia vivió sus primeros años en la comunidad de Oso Viejo, un pueblito al sur de Quilá. Después se mudó a Loma de Redo y a Sánchez Celis, dos comunidades de la zona rural de la capital sinaloense.
Su formación académica básica la cursó en esa zona que la vio crecer, hasta que llegó el momento de prepararse para la vida con una carrera universitaria, fue entonces cuando dejó a lo que estaba acostumbrada en el pueblo y fue recibida por la que años después reconocería como la más grata experiencia de su vida.
“Soy rural, soy cien por ciento zona rural, pero tuve que irme a la ciudad. No tenía otra alternativa, yo quería estudiar, yo quería lo que mi mamá siempre nos decía ¿no? ‘hijos, tienen que estudiar porque no quiero que lleven una vida como la que yo he llevado, de trabajar en el campo día a día. Tener que trabajar dos o tres turnos para poder sacarlos adelante.’ Era un sermón de diario, ‘hijos, tienen que estudiar, y tienen que estudiar algo que les guste para vivir’ no es lo mismo trabajar en algo que no te gusta, a trabajar en algo que te haga sentir bien. Ese fue el mensaje que mi mamá con su muy escasa educación siempre nos dio y yo se lo agradezco eternamente”, recapitula las palabras que en algún momento salieron de los labios de la señora María Isabel Reyes Cebreros.
“Me cambió la vida totalmente, me tocó vivir una experiencia donde empiezas a tener conciencia, conciencia de las problemáticas sociales, de los problemas que vivía la ciudad. Fui despertando en muchas cosas que la vida común, que la vida cotidiana de las familias, no se da”
Cursó medicina general en la Universidad Autónoma de Sinaloa, al concluir regresó a la zona rural pero ahora con una carrera y vocación de servicio. Los primeros pacientes de la doctora fueron las buenas gentes del Chamizal de Juárez.
“Trabajar como médico es algo que me apasiona, me encanta mucho el trabajo de comunidad, ese año que estuve en esa comunidad fue enfrentarme a una realidad en donde te tienes que enfrentar simplemente con un lápiz y un papel para trabajar. Enfrentarse a muchas carencias que hay en la comunidad en cuestión de atención a la salud: a veces tenías que enfrentar condiciones de insuficiencia respiratoria sin tener ni siquiera oxígeno, choques anafilácticos de medicamentos sin tener ningún antihistamínico. Algunas veces tuve que correr con esos pacientes al IMSS de Costa Rica, siempre tratando de salvar la vida de esas personas”, repasa.
Luego de un par de años se le presentó la oportunidad de trabajar en su alma mater, pero debía poner en pausa el ejercicio de su profesión.
“Cuando yo inicié trabajando en la Universidad no inicié como médico, inicié como asistente en la biblioteca central. A los dos años de estar trabajando ahí me hacen el cambio en el Hospital Civil, y para mí como un gran aliciente de trabajar en un hospital, aunque no inmediatamente de médico”, relata.
Años después de mantenerse como empleada administrativa se abrieron vacantes para la residencia en el hospital, administrado por la UAS. Martha Alicia postuló y fue aceptada.
“Fue, quizá, uno de los días más emocionantes para mí. Ahí empezó todo”, dice.
Es imposible encontrar a alguien que brinde referencias negativas de la doctora Torres, quien la conoce maneja una imagen de respeto y admiración por ella. Doctora Torres, le dicen, como si la profesión ocupara el espacio del nombre de pila, pues es tanta la entrega a su trabajo que se ha vuelto inherente en su esencia.
La doctora Torres tiene dos hijas, Yaroslava Missaela y Carolina. Entre ambas, le han dado cuatro nietos: Diana, Dania, Saul y Anahí.
“Mis hijas siempre rechazaron la profesión de médico porque les costó estar separadas de mí. Siempre ellas me cuestionaron eso, que yo me dedicaba mucho al trabajo y a la especialidad, nunca dejé de atenderlas por supuesto, pero sí vivieron mucha soledad físicamente de mi parte”, lamenta.
“Para mí la medicina es la profesión más noble, pero cada quién elige y uno debe ser respetuoso de lo que elijan sus hijos. Yo siempre les he dicho que lo que quieran ser, pero ser un buen ciudadano. Son mis hijas, yo las amo, las quiero, son mi soporte fundamental y estoy muy orgullosa de ellas”.
Es una persona dulce, amable y de buenas maneras. Tiene un trato maternal que le hace sentir a uno en casa.
Después de años en la vida política como ciudadana, la doctora Martha Alicia Torres Reyes asumió la Coordinación de Salud Municipal en la pasada administración, y fue ratificada para permanecer tres años más.
“Soy una mujer que siempre me he considerado en lo que se decía de izquierda, mis primeras participaciones en los partidos fue en el PRD. Cuando este comenzó a tener una vida partidaria que dejó de ser de izquierda, dije ‘hasta aquí pinto mi raya y me dedico a lo mío’. Posteriormente se dio lo de Morena y posteriormente empecé a participar”, revela.
Se unió al Movimiento Regeneración Nacional confiando en la visión del Presidente Andrés Manuel López Obrador. Sus convicciones y profesionalismo llegó a oídos del Alcalde Jesús Estrada Ferreiro, quien le ofreció un espacio en su gabinete.
Después de más de un año como funcionaria su teléfono sonó, era el Alcalde.
“Doctora, dígame, ¿qué vamos a hacer?”, le habría consultado un preocupado Estrada Ferreiro. Eran los primeros días de marzo de 2020 y el primer paciente que tuvo Sinaloa infectado de coronavirus, y segundo de todo México, se encontraba en la ciudad.
“Le dije, pues, dar atención. Tenemos que dar atención, si el Seguro está cerrando las puertas, si los hospitales públicos se están saturando, tenemos que tener una alternativa”, respondió ella.
El evento histórico fue un parteaguas para la vida personal y profesional de la doctora Torres.
“Cuando empezó la pandemia los médicos nos enfrentamos a no tener un protocolo reconocido que funcionara para un tratamiento, que garantizara que iba a salvar la vida. Había muchas interrogantes y muy pocas respuestas. Mucho temor, muchas dudas. Teníamos miedo”.
“Si me infecto, eso me va a pasar a mí”, pensó la doctora en algún momento.
Con un espacio en el Hospital Civil comenzó a brindar atención a trabajadores del Ayuntamiento, pero también se acercaban ciudadanos que veían de lejos las atenciones de la doctora Torres.
En verano se infectó. Para esas fechas ya había estudiado el comportamiento de ciertos medicamentos ante los síntomas del Covid-19 y se había formado un tratamiento que podría salvar vidas.
Para no contagiar a su familia se recluyó en esa propiedad secundaria y ella sola se brindó los cuidados necesarios para recuperar su salud.
En ese proceso de convalecencia, les llamó a sus colegas del Hospital Civil y pidió que le enviaran a los pacientes que necesitaran de su cuidado.
“En lo que yo me nebulizaba y me vaporizaba, porque estaba en tratamiento de mi infección respiratoria, atendía a los pacientes”, dice.
Poco a poco el municipio le fue facilitando insumos, herramientas y personal. El brincolín de sus nietos que se encontraba en ese patio de recreación familiar fue guardado y sustituido por máquinas para nebulizar, tripies para sueros, y salitas de espera para los pacientes de Covid-19.
Repasa las primeras actividades que se realizaron en el lugar, enunciando un listado de cómo fue construir un santuario que salvaría vidas. Las manos inmaculadas descansan sobre decenas de carpetas que resguardan historias clínicas, sus uñas naturales brillan sobre el color crema de los documentos.
De su hilo de ideas y anécdotas comparte aquellas veces que visitó el basurón municipal buscando crear protocolos sanitarios entre los pepenadores, pero no se logró.
“La realidad te da tu cachetada. La gente estaba pepenando basura, ¿quién se lava las manos ahí? cuando el interés principal es recoger basura que puedas vender para poder comer”, expone. Es evidente que esta idea se ha paseado en sus recuerdos muchas veces.
“Finalmente la medicina pública debe de tener un objetivo principal, que es el educar”.
Es la hora de la comida y el personal se reúne alrededor de una de las mesas, intercambian confidencias y alimentos, las risas resuenan. La Doctora se mantiene en solitario y abre una de las carpetas que tiene enfrente, uno entiende que no es desdén, es que no hay tantas horas en el día que den abasto cuando se tratan de salvar vidas.