El otro Javier
"Los amigos de Javier hablan de él de una manera excepcional. Hacen notar con su mirada perdida, buscándolo entre recuerdos y con una sonrisa tierna que lo extrañan y que dejó un vacío hondo"
Si se tuviera que describir a Javier Valdez con una sola palabra sería libertad. Así era él: libre, de todo a todo y sin chistar.
Antes de estar pasado de kilos, de haber ganado premios de periodismo y de literatura, Javier ya había hecho un legado importante y nada fácil de alcanzar.
Si alguien piensa que fue sólo letras está equivocado. Él fue mucho más que eso: fue el rey de la colonia, candidato del pueblo, percusionista, cartero, estudiante, guerrillero, defensor. Era el hombre que lo dio todo para tratar de cambiar Sinaloa. De alguna manera lo logró.
La década de 1980 fue suya. La generación que vivió aquí en ese tiempo se topó con él en casi todos lados. Es probable que en una marcha, en un mitin, en alguna plazuela haciendo sonar su bombo leguero, pegado en un poste o solo sonriendo en alguna calle de la ciudad.
Vladimir Ramírez, compañero de Javier en su etapa de estudiante en la carrera de sociología, dice que él caminaba muy rápido, siempre delante de los demás, que hacía parecer que el viento lo seguía y no al revés. Era libre.
El 'güero' Culpegualt
La primera vez que María de Jesús Rendón vio a Javier fue en la plazuela Álvaro Obregón. Estaba vestido con pantalones vaqueros, una camisa de enfermero, chanclas, pulseras bordadas, con un collar de púas y el cabello largo. Ese día estaba tocando música folclórica con un bombo leguero. Tocaba con el grupo Culpegualt.
"En eso paso por ahí y veo un grupo y el que más me llamó la atención fue Javier, porque andaba en guaraches, traía un collar de púas y tocando con todos los pelos lacios cayéndole en la cara, y paso y los veo tocando música andina y dije 'ay, qué feo grupo' y me fui a la escuela (de música)", cuenta Rendón, que tiempo después se unió a Culpegualt.
Ese grupo se formó en 1984 para interpretar música latinoamericana, en un tiempo en que la protesta seguía activa y los ritmos andinos tenían una influencia fuerte en el pensamiento de izquierda.
En ese tiempo la educación en las aulas de la UAS era diferente, según cuenta el maestro José Luis Molina, porque a los alumnos se les enseñaba a tener pensamiento crítico, influenciado por corrientes de izquierda. Fueron educados diferente, para ver por los demás.
Culpegualt lo fundó Antonio Uribe, junto con Javier, Silvia Hernández, César Gordoa, Aarón Govea, Abraham y Sonia, y le pusieron así porque prefirieron ser prácticos. Su significado es la unión de las palabras Culiacán, Pericos, Guamúchil y Altata, de donde eran ellos.
Cada uno tenía un talento natural con la voz, los instrumentos de viento y cuerdas, excepto Javier, por eso para incluirlo le enseñaron a dominar el ritmo y el tiempo con las baquetas, para que él tocara el bombo leguero, un tambor de origen argentino.
El grupo tuvo tres generaciones distintas y en todas estuvieron Antonio Uribe y Javier, y según cuenta Mariano Martínez, que se integró en la segunda generación, era el "güero Culpegualt", como le decían, una parte esencial cuando los festivales o los ensayos en la preparatoria Central.
"En el puro bombo se agarraba tocando canciones de El TRI, de Alex Lora, de Botellita de Jerez. Todas se las machacaba solo con el bombo, se agarraba solo cantando, se salía un poquito de lo que nosotros tocábamos, muy a su manera, muy a su libertad, y de repente nosotros le coreábamos", dice Martínez.
El estudiante rebelde
1982 fue un año difícil para los estudiantes de preparatoria de la UAS. Ese año se tuvo la primera generación con un plan de estudios modificado por el Gobierno del Antonio Toledo Corro.
Hubo protestas en contra de la modificación que se hizo, pues para empatar los tiempos con el recién creado Colegio de Bachilleres de Sinaloa (Cobaes), pasaron de ser un bachillerato de dos a tres años.
Además, en ese tiempo había el enojo estudiantil porque los transportistas no querían hacer válido un costo menor a los estudiantes en el pasaje por viaje.
Javier fue parte de esa generación, en la preparatoria Salvador Allende.
"Eran muchachos inquietos, en una época en donde había de parte de los jóvenes una mayor participación política, tenían más interés por cambiar las cosas", dice el maestro José Luis Molina.
El maestro cuenta que Javier era un estudiante comprometido, de menores calificaciones en las ciencias exactas, pero muy capaz en las sociales, donde destacó por su discusión en torno al libre pensamiento que luego llevó a las luchas universitarias.
Aquellas luchas fueron por los derechos estudiantiles, y eran encabezadas por Javier en la preparatoria Salvador Allende y por Martín Amaral, su entrañable y más fiel amigo, en la preparatoria Central.
Siempre iban juntos, ambos con un atuendo similar, acompañados de morrales de cuero, pero con una diferencia: Javier siempre usaba huaraches de cuero y Martín zapatos cerrados, era el estilo de cada uno, el rebelde y el formal.
Candidato del pueblo
En alguna ocasión de 1985 Javier llegó al ensayo de Culpegualt, tomó las baquetas y le dijo a María de Jesús Rendón que iba a ser candidato. Ella le interrumpió y le dijo que estaba loco, y él le respondió que lo hacía porque quería cambiar Culiacán.
El Partido Revolucionario de los Trabajadores, de corriente trotskista, le pidió que fuera candidato, para que encabezara el fragmento joven en la contienda electoral.
"Cholos sí, chotas no", era el lema de Javier, recuerda el maestro José Luis Molina, porque en aquel tiempo pensaron que era bueno salir a defender los derechos juveniles.
"Yo bien recuerdo el póster, que parecía más bien una ficha signalética, porque Javier con el pelo largo, un collar de pucas, muy común de los mazatlecos porque son conchitas, y después me dijo que su lema era 'cholos sí, chotas no'", dice.
"Haciendo referencia a los policías municipales que todo el tiempo han hostigado a los jóvenes que buscan reunirse a discutir distintos temas", añade.
Vladimir Ramírez, compañero de Javier en la facultad de sociología, cuenta que Javier los convenció y que por ello le ayudaron promoviendo su imagen en los postes de la Avenida Álvaro Obregón, todo con el ánimo de creer en que sólo él podía hacer un cambio social.
"Tenía una consciencia de estar del lado de los trabajadores, de la gente más necesitada, del pueblo, eso lo formó y lo mantuvo en esa sensibilidad que fue desarrollando para expresar, para leer, para descifrar el dolor de la gente, de las necesidades", dice.
En esa elección solo tuvo un voto, el de una señora que confió en él, y sólo tuvo ese porque ni siquiera Javier votó por él mismo. Había perdido su credencial de elector.
El hombre que nunca dejó de ser cartero
Doña Eva fue abandonada por su esposo y se quedó con ocho hijos, no tenía trabajo y era difícil mantenerlos. Su salvación fue una demanda que ganó por una pensión alimenticia, la cual llegaba mes con mes y se enteraba por notificaciones que le hacía llegar un niño cartero. Ese niño era Javier.
Cuando el aviso se retrasaba, la señora Eva iba a la colonia Rosales a buscar al papá del niño cartero a ver qué pasaba, y ahí se daba cuenta que no constaba del cartero, sino de que no habían hecho el giro postal.
Javier tenía ocho años cuando ya trabajaba con su papá en la oficina postal entregando cartas. Una de sus responsabilidades principales era estar atento para llevar de inmediato la notificación de la pensión a la señora Eva para que ella la pudiera cobrar.
Llegó el día en que Javier dejó de ir a la casa de la señora Eva, y ella, preocupada, fue a la oficina postal, pero ahí se dio cuenta que el dinero no había sido enviado. Ella dejó pasar los días, pero no llegó el giro.
En cierta ocasión llegó Javier a la casa de la señora Eva para decirle que había llegado un sobre. Ella tomó sus cosas y fue a la oficina postal, donde encontró un sobre blanco, sin remitente y con dinero. Ella miró a Javier y a su padre a los ojos, sonrió, tomó el dinero y se fue.
Ese dinero lo habían puesto esos dos carteros, que vieron el desespero y la tristeza de la señora Eva y que prefirieron cambiarla por un momento.
Luz María Chombo, amiga de Javier y viuda de Martín Amaral, dice que es la mejor manera de describir a Javier: como un hombre que nunca dejó de ser cartero.
'El rey de la colonia'
En alguna fiesta entre estudiantes, tiempo después de aquella elección en la que tuvo un voto, Vladimir llevaba a Martín y Javier a su casa, y de camino le pidió parar su carro para subirse a la capota.
Vladimir le dijo que se bajara y él le replicó, para pedirle que lo paseara. Los tres estaban pasados de copas y entonces Vladimir le dio marcha a su carro.