¡Y llega el Dios Niño!
Se acerca el momento de la llegada de Dios hecho niño, hecho hombre por decisión propia. La Iglesia y los estudiosos de este formidable suceso religioso de un Dios que todo lo puede, que está en todo lo creado y que se presenta en todos los actos de la naturaleza y de la humanidad, decide encarnarse en un bebé, un ser con toda la debilidad humana, con toda su dependencia y toda su indefensión; un Ser divino reducido a un ser humano, sujeto a las vicisitudes humanas, a las enfermedades, a los trabajos y sufrimientos del hombre común, a un futuro incierto de pobreza y carencias; pero también con las alegrías, satisfacciones y felicidad de que en muchas ocasiones goza la humanidad. En fin, se está a la espera de la consumación del misterio del nacimiento del Salvador de la humanidad; y esto es un acto de Fe.
El niño Dios tuvo problemas desde su reconocimiento como un hijo de ascendencia divina, concebido por el Espíritu Santo, rechazado en un principio por quien sería su padre terrenal, por José, pero gracias a la intervención de Dios Padre, que ilustró a José sobre la pureza y la divinidad del niño concebido, y también sobre la pureza y virginidad de María, José aceptó la paternidad del niño y aceptó recibir y proteger como esposa a la Virgen María, y esto fue, es, un ejemplo imponente de amor.
Así, se integró una familia, que es también una de las enseñanzas de todo este plan de Dios.
Ahí está José, el papá; ahí estamos todos los papás, los de hoy, los de ayer y los de mañana, ahí estamos en esa choza, o en ese portal, o en esa cueva. Con José obrero, están todos los trabajadores, los albañiles, los médicos, los campesinos, los maestros y profesionistas, en fin, están ahí todos los padres de familia ante ese ejemplo de humildad, de respeto, de dedicación y de entrega de José a su esposa y a su hijo, a su familia.
Ahí está María, sufriendo los dolores del parto y ese constante peregrinar buscando dónde recibir a su hijo, en soledad, con la sola presencia de su esposo José que muy probablemente no sabía qué hacer en un proceso de parto; en un ambiente insalubre, inadecuado, pero con toda seguridad, gracias a la intervención divina, el nacimiento fue exitoso.
Ahí está María feliz con su bebé, olvidados ya los sufrimientos y dolores ante el milagro de dar a luz una nueva vida.
Ahí, con María, están también todas las mamás, no solo las que han engendrado y dado a luz un hijo, también las que han adoptado un hijo y las que cuidan los hijos de otras mujeres; ahí están las enfermeras, que ayudan a dar a luz, están las maestras que “tienen muchos hijos” en sus alumnos, están las amas de casa, las empleadas y trabajadoras luchando por ayudar a su familia, ahí están todas ellas bien representadas.
Ahí, en esa choza, o en esa cueva, está el niño Dios, como los millones de bebés que han nacido en el mundo, uno más, pero al mismo tiempo, qué diferente y qué imponente prodigio está escondido en ese “pedacito de carne”; un niño Dios indefenso como todos los niños, dependiendo en todo de su madre, de su padre, de su familia, como dependen de ti, papá o mamá, tus hijos, como dependiste tú ayer de tus padres y éstos de sus abuelos, etc., y habrá que preparar y enseñar a los niños de hoy el glorioso futuro de cuidar a sus hijos mañana y a sus nietos y a toda su descendencia.
Porque todo esto constituye el misterio del amor, del amor de Dios para con sus hijos que se transmite en el amor de los papás y mamás para con sus hijos, sus nietos y a las generaciones futuras.
¡Ya es Navidad! Misterio de amor, misterio de Dios encarnado en Jesús, misterio de la participación del hombre y de la mujer en la creación de la vida, de la familia y del amor. Amén.