¿Y Juan de Dios? Gobierno sin ínfulas
Mazatlán y Culiacán, estilos notables

Alejandro Sicairos
26 septiembre 2024

Desde la campaña de ataques que la Oposición endereza contra el Gobierno de Rubén Rocha Moya le ha tocado su parte al Alcalde de Culiacán, Juan de Dios Gámez Mendívil, a quien la comentocracia ociosa trata de invisibilizarlo a pesar de que está en permanente contacto con la población del Municipio sin hacer de tal agenda pública un filón de oro de tipo político. Una vez que resultó electo para el trienio que inicia el 1 de noviembre, con el respaldo popular sin precedente que superó los 200 mil votos, ha vuelto al bajo perfil y deja demasiado claro que no le gusta tener encima los reflectores ni los micrófonos.

Casi al concluir el período como Presidente Municipal sustituto que inició el 10 de junio de 2022 al designarlo como tal el Congreso del Estado, el único pecado del que acusan a Gámez Mendívil es el de ser ahijado del Gobernador. Ahora, al no hallarle delitos ni ínfulas del poder, personajes e intereses embozados tras la máscara perfecta que son las redes sociales le aplican el muy trillado ardid para hacerle creer a la gente que está ausente en la circunstancia triste que vive Culiacán.

Pero no. El evento de ayer que encabezaron el Alcalde y el Gobernador para poner en marcha el paquete de obras de gran calado en la capital de Sinaloa, da evidencias de un estilo a ras de suelo que aparte de recorrer colonias populares abarca a comunidades rurales donde antes hasta era motivo de fiesta el que se apareciera por allá un gobernante. Hoy es rutina, simple obligación del servicio público que en la medida en que cumple reditúa aceptación popular.

En el fondo los ciudadanos han sentido cómo la destitución de alcaldes ineficientes e insulsos, como lo fueron Jesús Estrada Ferreiro en Culiacán y Luis Guillermo Benítez Torres en Mazatlán, originan mejores desempeños y condiciones de gobernabilidad. En el caso de Edgar González Zatarain en la Perla del Pacífico vino con él una época restauradora de la transparencia, que le metió orden a asuntos que nadaban de muertito en un mar de anarquía, siendo el caso de la reglamentación que regula la inversión privada en construcción de fraccionamientos, plazas comerciales o multifamiliares, así como la transición de luminarias caras y opacas de “El Químico”, a la participación de empresarios en mejorar el alumbrado público de la ciudad.

En Culiacán, el lunes de la semana en curso el Alcalde Gámez Mendívil decidió de manera acertada que los recursos públicos que el Ayuntamiento destinaría a la celebración del 493 aniversario de la fundación de la ciudad se utilizarán para apoyar a los sectores de la economía de menor capacidad de resistencia ante los hechos de violencia de alto impacto, entre éstos los comerciantes del centro urbano, locatarios del Mercado Garmendia, tianguistas, jóvenes que cuentan con food truck y emprendedoras y emprendedores.

Son limitados los alcances del Gobierno de Culiacán en lo que respecta a la contención y atención de la violencia que deriva del choque entre dos facciones del Cártel de Sinaloa, que es de competencia federal, pero sí pueden ser atenuantes de tal crisis la ayuda a sectores productivos mediante la pausa en contribuciones fiscales municipales y la respuesta solidaria a segmentos poblacionales donde las circunstancias de riesgo impiden salir a ganarse el sustento por medios lícitos.

Aquí lo que menos importa es de quién sea ahijado el Alcalde o la orfandad política en que pudiera estar. Para qué escudriñar tanto en la pila bautismal si lo valioso es que en el ejercicio de la función pública posea la sensibilidad y voluntad suficientes para desplegar las mayores posibilidades de solidaridad con aquellos que más necesitan la mano del gobierno en trances por efecto de adversidades. Y si aparte el servidor público anda haciendo esa labor alejado de protagonismos y lucimientos personales pues ello habla mejor de la buena catadura del funcionario.

Es decir, las cosas caen por su propio peso. Pasados los tiempo de audiencias que consideran mejores a los gobernantes que bailan, se convierten en excelentes bufones y pésimos servidores públicos, que hablan hasta por los codos así sean puras sandeces, hoy cobra fuerza la exigencia de que rindan buenos resultados desde la sencillez que pone a los funcionarios al mismo nivel que los ciudadanos comunes y corrientes. Los públicos se divierten con los políticos tragicómicos aunque al final de cuentas se aburren y los castigan con el desdén.

Los casos de Juan de Dios Gámez y Edgar González constituyen el infalible laboratorio social que escruta en las posibilidades modernas del servicio público. Ambos les abonan con sus respectivos estilos a dos certeros silogismos de la acción gubernativa: gestión exitosa mata popularidad basada en lo bufonesco, y mandatos de oropel y fiesta alegran al pueblo sólo mientras el populacho no perciba los alevosos hechos corrupción.

Jesús Estrada generó carcajadas en los culiacanenses y enseguida, ya más en serio, la gente lo dejó solo al catalogarlo como buen comediante y pésimo Edil. Luis Guillermo Benítez decidió vivir su personalísimo y efímero carnaval hasta que comparsa y francachela les fueron cortadas de tajo por los mazatlecos. Y de allí emergieron dos alcaldes, Juan de Dios Gámez y Edgar González, tal vez no magníficos pero sí mejores.

Ojalá que en el miedo urbano,

Donde todo está oscurecido,

No resulte el juicio social sano,

El que de plano ya se haya ido.

A la par con la intrigante interrogación pública sobre el papel que jugó la Policía Municipal de Culiacán en los hechos del 21 de septiembre en el sector Tres Ríos, que remarcaron el miedo cuando apenas asomaba algo de tranquilidad, ayer la Secretaría de Seguridad Pública informó de una revisión extraordinaria de armamento en la corporación por parte de personal de la Secretaría de la Defensa Nacional. Y todos creíamos que se trataba de otro cuartelazo como el que militares efectuaron en la misma policía preventiva en el sexenio de Francisco Labastida.

-