Vox: lo que le faltaba al PAN
La derecha española sueña con una “Iberosfera”. Pretende incluir a más de 700 millones de habitantes del planeta y no aclara si está pensando en un esquema de globalización -obvio que no- correspondiente a la época que vivimos del Siglo 21 o regresar a los tiempos de Felipe II, cuando España se consolidó como principal potencia mundial mediante el colonialismo del que México fue parte por 300 años.
La autobautizada Carta de Madrid, mediante la cual se ha expresado el partido Vox, en esencia, lo que hace es regresar a los tiempos de la política de enemigos (destruir al contrario es la finalidad) que primó después de finalizada la Primera Guerra Mundial, caracterizada por la aparición del nazi-fascismo que contribuyó a la destrucción de la Segunda República española para entronizar un Estado policiaco, al mando de Francisco Franco.
Vox pretende que la rueda de la historia gire en reversa e inventa un anticomunismo verdaderamente ramplón. Qué lejos estamos de aquella conciliación que intentó José Bergamín Gutiérrez cuando afirmó: “Con los comunistas hasta la muerte, pero ni un paso más”. Frase que sintetiza, de manera elocuente, los campos de la política y sus posibilidades de generar conciliaciones y acuerdos de lo puramente religioso, y más, del peor catolicismo ibérico a saber, contrarreformista furibundo.
Ahora su líder, Santiago Abascal Conde, viajó a México con afanes proselitistas para fortalecer, al amparo de un nacionalismo de raigambre español, una “internacional” de la derecha y generar estrechos vínculos con quienes piensan así en nuestro País.
Es una obviedad señalar que echó sus redes en la cada vez más pequeña laguna del Partido Acción Nacional, donde reclutó adherentes a la llamada Carta de Madrid, que al abrigo de una supuesta defensa de la libertad y la democracia, intentará construir una plataforma para un proyecto que, de inicio, resulta altamente preocupante y, no tengo duda, ausente de brindar en un mundo tan complejo como el actual, un lazo para la mejor comprensión de nuestro tiempo y la generación de alternativas favorables a la política de adversarios, que parte del reconocimiento de un pluralismo activo que no se encierra en las identidades a modo como la “Iberosfera” y que, además, se sustenta en los altos valores de la construcción democrática, aunque este sistema pase por dificultades en los días que corren.
En la Carta de Madrid se emplean los conceptos de “totalitarismo” y “comunismo” como piezas de utilería y nos recuerdan la etapa en que estos conceptos fueron piezas clave durante la Guerra Fría. Basta leer a cualquiera de los grandes historiadores contemporáneos para preguntarse: ¿quién teme al comunismo hoy? Y contestar que nadie, porque, realmente, los proyectos que se abonaron a esa denominación se derrumbaron estrepitosamente y ya no son, ni remotamente, el espantapájaros que pretende mostrarnos el partido Vox en su carta de presentación.
Al día de hoy es un artilugio, ya muy trillado, emplear un lenguaje que sólo tiene validez de los dientes para afuera. Vox vino a México a decirnos que el comunismo es una amenaza para la prosperidad y el desarrollo, que están por el Estado de derecho, la separación de los poderes, las libertades y todo el diccionario con el que hasta los enemigos de la democracia construyen sus discursos para hacer todo lo contrario.
No se trata, desde luego, de un problema semántico y la oreja de la derecha asoma cuando afirman que la “defensa de nuestras libertades es una tarea que compete no sólo al ámbito político”, frase tan ambigua que permite escalar con mucha facilidad al ámbito de lo religioso y de un catolicismo ultramontano.
Más allá de lo dicho, está claro que una derecha se está levantando en un vasto espacio del planeta para labrar un “compromiso de trabajar conjuntamente”. En otras palabras: un esfuerzo internacional se empieza a desplegar, alecciona ante el letargo que padece la izquierda y la ausencia de una propuesta genuinamente democrática, no para tener como referente a aquella otra necesariamente, sino para definir retos del futuro que ya nos alcanza y ante los cuales no se ve que brille ni una nueva plataforma de ideas y, mucho menos, la concepción de un partido de izquierda con un contrato social para liberar fuerzas, consolidar proyectos, prefigurar un porvenir en el que se rompa el nacionalismo estrecho que ahora propone y acepta un sector, no sólo del PAN, sino también de priistas que nada tienen que envidiarle a la vieja derecha mexicana.
El PAN, conjuntamente con el resto de los partidos mexicanos, se encuentra en una profunda crisis y es previsible que estas alianzas con Vox le resulte cada vez más difícil cobrar aliento en favor de un proyecto democrático, por más limitado como el que ha dado cuerpo al partido formado por Manuel Gómez Morín, del que mucho hablan pero muy poco comprenden. A su vez, he visto cómo voces de Morena ponen el grito en el cielo por el reclutamiento realizado por Vox, pero no se quedan atrás al tener un elenco de políticos que caben perfectamente en esa corriente emergente de la derecha hispánica.