Vivir para el ajedrez: ‘Gambito de dama’
""
No, la mía no es de esas existencias, tengo rato que ya no juego ajedrez, pero hace días sentí nostalgia, luego de ver la serie Gambito de dama y entré con ganas de echar tiros a una página on line.
(Este artículo contiene spoilers y, como siempre, opiniones personales muy contundentes).
La verdad, el ajedrez me saca de quicio, aunque lo jugué mucho de adolescente; mi alma se decantó por el backgammon: más ágil, más arriesgado y con el fantasma de la suerte.
¿Qué me pareció la serie Gambito de dama? Me provocó sentimientos encontrados, lo cual es positivo en cualquier serie. Cuando algo me desagrada en su totalidad es malo… y me preocupo más cuando algo me gusta completamente.
Como me eduqué viendo los programas de televisión y cine en la Guerra Fría, me saca de onda la propaganda burda. En Gambito de dama se confirma que la URSS era oscura, llena de sombras, con gente vieja, sin esperanzas… solo faltó la música de Wagner como en el final de una ópera trágica.
Aquella sociedad tuvo su lado luminoso. No todo fue un palacio de invierno, asaltado por la medianía.
Se dice, con mucho orgullo, que para esta producción de Netflix fue asesor Gary Kaspárov, pero para mí eso no es mérito, porque justamente este señor es un enemigo del concepto ruso y ya se volvió croata, además de ser la única persona extranjera en recibir un premio para gringos patriotas
El 10 de abril de 2005, Kaspárov estaba en Moscú, en un evento promocional, cuando fue golpeado en la cabeza con un tablero de ajedrez que acababa de firmar. Se afirmó que el asaltante le había dicho "te quise por tu ajedrez, pero tus ideales políticos están mal" inmediatamente antes del ataque.
El ajedrez fue una de las batallas culturales de la Guerra Fría que fueron ganadas con fuerza por los soviéticos.
Aquí en Mazatlán nunca lo satanizamos como una cosa de comunistas. Llegó a ser popular y, al mismo tiempo, una élite. Ambos términos no son opuestos.
Hasta existió una academia muy conocida, la del Tío Chico, que funcionaba en una pintoresca peluquería por la Calle Aquiles Serdán.
También funcionó el club de ajedrez Carlos Torre Repetto en los altos del antiguo quiosco del Parque Zaragoza, aunque más que quiosco, era un platillo espacial, enrejado de dos plantas, con loncheria, sinfonola y sillas de baqueta.
Los años 60 de Mazatlan ahí se quedaron petrificados, en ese ambiente de fuente de soda... hasta algunos jugadores aún usaban las modas de las películas de Enrique Guzmán.
Vale la pena rescatar de esa época romántica al desaparecido Restaurante Los Faroles, donde se jugaba ajedrez democráticamente.
Un momento inolvidable fue cuando se llevó a cabo aquí un torneo internacional de Ajedrez Rápido, en los años 80. De las figuras destacadas que se han mantenido vigentes vino el maestro Yasser Seirawan, nacido en Damasco, y hoy, de sus principales promotores internacionales.
Volviendo a la serie, y solo para los que ya la vieron, diré que me hubiera gustado que el viejo sabio del sótano fuera en realidad una alucinación de la protagonista y su mamá le hubiese enseñado a jugar antes ajedrez y ella no lo recordase, hasta llegar al triunfo.
También siento que como que la idea original de los guionistas era que el ruso se dejara ganar -como un “fraude patriótico” comete, según esto, un error clave y el de la Cia desea contactarlo si le hace “una señal”-, pero se me hace que al final, el productor no autorizó eso y dejaron esas escenas sobrantes.
Deben haber filmado tres finales diferentes y quedó el que eligió el público millennial, los actuales amos del mundo. Aún así, no deje de verla.