Vivir en la pandemia

Vladimir Ramírez
14 julio 2020

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@vraldapa

 

Sin duda una de las mayores enseñanzas en esta difícil experiencia sanitaria ha sido la de aprender a sobrevivir para vivir de la mejor manera en medio de una pandemia. El costo ha sido muy alto y desafortunadamente todos estamos recibiendo una lección de vida que aún no termina, en tanto que la enfermedad del Covid-19 continúa propinando lecciones que nunca estuvimos preparados para recibir.

A casi cinco meses de iniciado el periodo de cuarentena, el mayor aprendizaje lo podemos encontrar en los diversos ámbitos de la vida individual, familiar, laboral y de convivencia social, en el que lamentablemente para algunos este aprendizaje ha sido mucho más difícil que para otros, debido a diferentes factores circunstanciales en este hecho inusitado de salud en México y el mundo.

En este escenario de crisis, principalmente económico y de salud, no sólo hemos podido darnos cuenta de la vulnerabilidad a la que estamos expuestos ante fenómenos epidémicos como el que actualmente padecemos, por otro lado hemos tenido que aprender que también enfrentamos dificultades de carácter cultural que antes no habían sido consideradas indispensables y que ahora nos resultan muy necesarias para superar la amenaza latente del coronavirus.

Ante el gradual proceso de desconfinamiento y regreso paulatino a las actividades en nuestras ciudades, se observan dos diferentes realidades en la población, por una parte vemos a personas con una evidente desazón por la falta de seguridad pública ante los contagios, por la otra un comportamiento contradictorio y hasta cierto punto caótico por la falta de cuidado y prevención de contagios en lugares públicos y privados.

Así han transcurrido más de 100 días de pandemia y ante el innegable cuello de botella en el que se encuentran los sectores económicos en el país, en Sinaloa se ha permitido la apertura escalonada de la actividad turística y comercial en sus diferentes ámbitos, lo que ha permitido iniciar un proceso de regularización de la actividad económica en diversos sectores para evitar que colapsen. Sin embargo, en el escenario de salud, el nivel de contagios no cede y el número de casos alcanzan alrededor de mil por semana y hasta el momento no hay señales que garanticen su disminución.

Frente a esta realidad nos damos cuenta que el regreso a la nueva normalidad se dificulta y en esta, “temeraria práctica” de regreso a la nueva normalidad, no están saliendo las cosas como se esperaban. En este contexto se culpa a las autoridades en sus diferentes órdenes de gobierno, se acusa de decisiones precipitadas e inconscientes, de abrir más las puertas de la pandemia.

Por otra parte, podemos darnos cuenta que las historias personales de la pandemia son distintas, hay familias que han perdido lamentablemente a uno o más de sus integrante, familias que se han quedado sin empleo y sin alimentos, empresas y comercios que han quebrado dejando sin trabajo a cientos o miles de personas, profesionales de la salud que sin tregua a diario se debaten entre la vida y la muerte por salvar vidas, servidores públicos y empleadores que han buscado la manera de no poner en riesgo la salud de su colaboradores innovando otras maneras de laborar, como también hay historias de quienes únicamente han tenido que modificar sus planes vacacionales o rutinas deportivas y sociales.

Para el sociólogo portugués, Boaventura de Sousa Santos, cuando una crisis es pasajera, debe explicarse por los factores que la provocan. Sin embargo, cuando se vuelve permanente, la crisis se convierte en la causa que explica todo lo demás. La pandemia actual no es una situación de crisis claramente opuesta a una situación normal. Desde la década de los 80, a medida que el neoliberalismo se impuso como la versión dominante del capitalismo y este se sometió cada vez más a la lógica del sector financiero, el mundo ha vivido en un estado de crisis permanente.

La pandemia nos está mostrando una realidad que ya existía pero que ahora la ha dimensionado a una escala todavía insospechada, una realidad que también nos refleja como personas y como sociedad. Una exposición pública en la que es posible ver el compromiso de unos y la indulgencia de otros. Una penosa experiencia de la que debiéramos aprender que debemos cambiar ante esta gran pausa que la vida nos plantea para rectificar nuestras conductas, sin tener que sacrificar vidas humanas, sin la necesidad de culpar porque lo que se necesita es actuar en consecuencia de lo que nuestra realidad nos exige.

Si no aceptamos que debemos concentrarnos en nuestra capacidad de adaptación y dirigir las decisiones en función del cuidado mutuo ante la pandemia, de asumir una conciencia cada vez más clara de los conceptos de bioseguridad, las consecuencias seguirán siendo mayores a la proporción de nuestros actos y omisiones.

Lo cierto es que la evolución de la pandemia no depende únicamente de las decisiones gubernamentales, no habita en los espacios públicos, infraestructura turística, restaurantes o comercios de la ciudad, sino en las personas que se congregan en ellos, somos nosotros los portadores y contagiados, somos irremediablemente el remedio y la enfermedad. Esta es la triste y frustrante realidad de la que no podemos abstraernos, pero sí modificar, con nuestras decisiones y comportamientos.

Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo viernes.