Viaje a Perú en tiempos de coronavirus
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Al llegar al aeropuerto de Lima, el José Chávez, nos recibieron diez personas con trajes anaranjados, cubiertos de pies a cabeza y, sobre sus rostros, mascarillas. La imagen fue impactante, sobre todo porque no la esperábamos.
Revisaron a cada uno de nosotros y, con un aparatito nos apuntaron al rostro para verificar que no tuviéramos fiebre y, por ende, que no padeciéramos el tan temido virus.
Todos los pasajeros pasamos la prueba y continuamos todo el proceso de ingreso al país. Todo normal; o casi, pues un gran número de personas que arribábamos, más los que querían salir de Perú, tenían boca y nariz cubiertas con las mascarillas. Incluyendo mis compañeros de viaje.
Este jueves 19 de marzo, reviso mi experiencia personal previa al viaje. Hice un programa más o menos detallado: vendría a Lima, donde caminaría por Miraflores, buscaría la música afro peruana de Nicomedes Santacruz, en alguna “peña” escucharía la de Chabuca Granda.
Pasearía en bicicleta por Miraflores y Barranco. Diario comería de la cocina del país, tan famosa en el mundo entero. Por supuesto, los ceviches en alguna “picantería”. Unos “piscos” (bebida nacional), roseando cada uno de los platillos. Pasados cuatro días, iría a Cusco y, de ahí, me trasladaría a Machu Pichu, Valle Sagrado, Puno. Un plan de viaje que cualquier turista tiene contemplado para este país.
Sábado por la tarde y noche, maravilloso: el malecón limeño es realmente bonito. Cuenta con espacios para encuentro social, habilitados con césped, bancas, juegos infantiles y aparatos de ejercicio para personas adultas. Eso a todo lo largo. También hay restaurantes para personas de altos ingresos y algunos centros comerciales. También, al otro lado de la calle de doble vía, muchísimos hoteles y edificios de departamentos. Me parece que es un modelo presente en otras partes del mundo (Cartagena, por poner solo un ejemplo) y me parece, también, que es
lo que quieren promover en Mazatlán los señores del capital.
Al día siguiente, por la mañana, cumplo gustosamente el segundo propósito de mi viaje: pasear en bicicleta por Miraflores y Barranco, en Lima. Es una actividad que fue encantadora: pague una cantidad de soles, moneda del Perú, e inicié el recorrido: dos ingleses (marido y esposa), yo y la guía del pequeño grupo: una hermosísima ecuatoriana que llegó a Lima hace dos años, según nos platicó en inglés y en español.
Nos detuvimos en muchos lugares y la guía, solicita, nos ilustraba y respondía nuestras preguntas. Yo una sola pregunta hice: “cuanto cuesta un departamento por aquí?” -Mas de doscientos mil dólares, respondió. Yo volví a acordarme de Mazatlán. “Eso lo explica todo”, pensé.
Al término del paseo me regresé caminando por el malecón. Caminé por caminar y por admirar sin prisa. Comí por ahí, seguí caminando y, al regresar a mi hotel, la noticia: el gobierno peruano había decretado Estado de alerta contra el coronavirus a partir del lunes 16 de marzo y durante quince días: recomendación para confirmarnos todos, suspensión de todo tipo de vuelos en aeronaves y cierre de fronteras. Esa noche no pude dormir.