Valores cosméticos
La vivencia de las virtudes y valores es esencial para el progreso, desarrollo, permanencia y bienestar de la sociedad. Sin embargo, en el decurso de la historia existen empañamientos, olvidos, ocultamientos y transposiciones que velan o deforman el rostro de las virtudes y valores.
Hanna Arendt, en su libro Eichmann en Jerusalén, introdujo un famoso subtítulo: “la banalidad del mal”, refiriéndose a las declaraciones de Adolf Eichmann de que él no obró mal porque solamente “cumplió órdenes... cumplió con su deber”. Cabe destacar que, también, Hanna recibió muchas críticas porque denunció anomalías en el proceso del juicio que se siguió en contra del criminal de guerra austro-alemán.
Recientemente, el escritor español Jorge Freire publicó un libro titulado “La banalidad del bien”, para afirmar que actualmente: “La buena acción se trivializa en exhibicionismo, la compasión en empatía, el coraje en molicie y la concordia en asepticismo. Por mor de su canalización, los bienes se vuelven males”.
Freire subrayó que la banalidad del bien se constata porque es un vicio en esta sociedad, que se cree buena solamente porque se publica algo positivo en las redes sociales. Incluso, resaltó que cuando no se comprueba que se lleva una vida buena, ese exhibiocinismo moral se convierte en un simple “buenismo” insustancial.
Habrá que conceder que hoy se habla mucho de virtudes y valores, pero se trata de valores cosméticos, de pantalla y caricaturescos. Freire fue más allá y puntualizó que se viven valores disfrazados que no se sustancian en la vida buena y que no valen nada: “Por eso hablo de valores especulativos en un doble sentido: por abstractos y, sobre todo, por su relación con la inversión y el beneficio. No hay más valores que los valores bursátiles”.
¿Vivo los valores morales? ¿Rayo en el cosmetismo y exhibicionismo?