Una misa en la montaña

Arturo Lizárraga Hernández
19 febrero 2018

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arturo.lizarraga@hotmail.com

 

En meses anteriores estuvimos yendo a los pueblos de la sierra concordense viajando por la llamada Súpercarretera Mazatlán-Durango. En esta ocasión, el 14 de febrero, decidimos irnos por la libre, esa carretera por la que prácticamente ya no circulan automóviles. Debido al cambio de ruta, pudimos visitar pueblos -no sin temor- de los que desconocíamos su situación particular con respecto al desplazamiento. Sólo teníamos conocimiento de ellos por estadísticas, noticias en periódicos y charlas con desplazados en las colonias de Mazatlán. También porque alguna vez, hace años, aplicamos una encuesta sobre migración sinaloense al extranjero. Cualquiera que fuese la fuente, siempre encontramos lo mismo: abandono por las instituciones oficiales, falta de oportunidades para trabajar, violencia, despoblamiento. Hoy, las condiciones no han mejorado; así en Chupaderos, Copalita y Copala, Mesa del Carrizal, Capilla del Taxte, La Guayanera, Coco 1.

 

Nos dirigíamos a Santa Lucía, pero al llegar a La Guayanera, bajo una techumbre de madera y láminas, se celebraba una misa. Misa en la montaña, misa por el inicio de la Cuaresma. Aunque no lo teníamos contemplado, decidimos detenernos ahí. Santa Lucía podía esperar. Teníamos que platicar con la gente de ese pueblo que se encuentra en las partes altas y que se vio en medio de las balas sin sentido.

Decidimos aprovechar el momento, pues estaban concentradas por el llamado de un sacerdote. Era un evento realizado sin que mediaran despensas, colchonetas u otras promesas para ellos. Lo que ahí dijeran no tendría sesgo alguno. Dieciocho adultos en la ceremonia religiosa, más otros tantos que llegaron casi al final de ella. También llegaron niños, pues las clases del día ya habían terminado. Una de las mujeres nos contó que, en total, ya hay ahí más de 42 niños, entre los de edad escolar y menores a 5 años.

 

Todos regresados al pueblo después de haber vivido, durante meses, en algunas colonias marginales de Mazatlán. Decidieron volver a sus casas, pues la vida en el puerto se les hizo muy difícil. Además extrañaban el clima, las vistas panorámicas, sus casas. 

Algunos ya regularizaron de nuevo su permanencia, pero hay otros que van y vienen: teniendo sus pertenencias en el puerto, visitan las casas donde las tienen. Pero quieren volver a establecerse donde nacieron y crecieron.

Otros, que aún permanecen en Mazatlán, también quieren regresarse allá, arriba. Y lo van a hacer. Sólo están esperando que haya garantías de seguridad, misma que, perciben, es todavía endeble. Lo mismo que ya nos han dicho en las localidades que hemos visitado, entre las que se encuentran Santa Lucía, Santa Rita, Potrerillos, Chirimoyos, La Petaca y otras.

 

Quizá sea temprano hacer una afirmación, pero tal parece que un ciclo en la sierra se está volviendo a consolidar: pobreza, siembra prohibida, violencia, desplazamiento de población, reubicación temporal de las personas en los valles, regreso a la sierra, pobreza... Algo que ya habíamos observado en todo Sinaloa.

 

Pero ese ciclo de ida y vuelta, como una fuerza centrífuga, deja fuera a otros que ya no podrán regresar a sus localidades. Son quienes vivían en los caseríos desperdigados en la serranía, como Las Guacamayas, Platanar de los Ontiveros y muchas otras de apenas dos o tres familias.

Grandes extensiones de tierra  seguramente pronto cambiarán de propietarios. Así ha sucedido. Habrá qué ver cuáles son las riquezas que nunca podrán disfrutar. Las del subsuelo y las de la superficie que allá están. Esas personas se refugiarán en Mazatlán o en las localidades mayores de la sierra, como Chirimoyos, La Petaca o Potrerillos, de la zona las mejor repobladas hoy en día.

Conocer, para comprender y explicar esa realidad, “bien vale una misa”.  Dicho con todo respeto.