Un verdadero maestro

Rodolfo Díaz Fonseca
14 mayo 2020

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Creo que todos hemos tenido la experiencia de contar con, al menos, un verdadero maestro. Una persona que no se ciñe a repasar y cubrir el programa requerido, sino que marca nuestra vida con profunda e indeleble huella porque no enseña una asignatura, sino que prepara para la vida.

Mitch Albom, quien narró la rica enseñanza que aprendió con Morrie, finalizó su libro titulado Martes con mi viejo profesor, con estas vibrantes preguntas: “¿Has tenido alguna vez un verdadero maestro? ¿Un maestro que te viera como un diamante en bruto, como una joya que, con sabiduría, podía pulirse para darle un brillo imponente?”

El profesor irlandés-estadounidense, Frank McCourt, con profunda humildad expresó su “Mea culpa” al comenzar a enseñar en una secundaria, como dijo en su obra El profesor:

“En vez de enseñar, les conté historias. Lo que fuera, con tal de tenerlos callados y quietos en sus asientos. Ellos creían que yo estaba enseñando. Yo creía que estaba enseñando. Estaba aprendiendo”.

Y enumeró varios de los oficios que debe cubrir un docente: “En el aula del instituto eres sargento instructor, rabino, paño de lágrimas, ordenancista, cantante, erudito de poca monta, administrativo, árbitro, payaso, consejero, controlador de vestuario, director de orquesta, apologista, filósofo, colaborador, bailarín de claqué, político, psicoterapeuta, bufón, guardia de tráfico, sacerdote, madre-padre-hermano-hermana-tío-tía, contable, crítico, psicólogo, el último asidero”.

McCourt subrayó su gran amor por la enseñanza: “Yo soñaba con una escuela donde los profesores fueran guías y mentores, en vez de capataces. No tenía ninguna filosofía de la educación concreta, salvo el hecho de que me sentía incómodo con los burócratas, con los de arriba, que habían huido de las aulas sólo para volverse contra los ocupantes de esas aulas, profesores y alumnos, y fastidiarlos”.

¿Tuve, o he sido, un verdadero maestro?