Un diagnóstico para la mala salud pública
La enfermedad ya se conoce; falta curarla
Hace una semana el Secretario de Salud, Cuitláhuac González Galindo, supervisó de manera sorpresiva el funcionamiento del Hospital Integral de Angostura y, de acuerdo a la información de la oficina de prensa, encontró ausentismo de personal y falta de suministros médicos. Le tocó ver, debido a la visita sin aviso, la punta del gran iceberg con el cual puede chocar el gobierno de Rubén Rocha Moya si, a diferencia de sus antecesores, en verdad quiere sanear y hacer eficaz el modelo de salud pública de Sinaloa.
Si acaso el Secretario no tuviera la voluntad y fuerza necesarias para enfrentar al monstruo, es mejor que ni lo perturbe. Los intereses en juego son tan enormes que superan y ponen en riesgo el derecho de los sinaloenses a cobertura, calidad y calidez en los servicios estatales de salud, ese carrete de componendas y simulaciones donde los políticos lucraron con ésta que es el área más sensible de cualquier sociedad.
Tratando de prever lo que viene con base a la experiencia acopiada durante décadas, lo más seguro es que se trate de un disimulo más que es útil para la grandilocuencia y poco factible en la concreción de las enmiendas. De inicio el régimen local de la Cuarta Transformación debe cortar aquellas cadenas de compromisos que convierten a los Servicios de Salud de Sinaloa como agencia de colocaciones donde los puestos de trabajo los ocupan los que hicieron campaña a favor del partido o mandatario en turno, y no los médicos y enfermeras más capacitados y con vocación de servicio.
Nunca funcionará el sistema de salud pública si no se les exige a los trabajadores, así sean un dispensario médico rural, centro de salud u hospital integral, general o de especialidades, que el paciente esté en el centro de los esfuerzos y tenga a su servicio todos los medios disponibles. Si González Galindo llegara de incógnito y fuera de agenda a las unidades de los SSS conocería la terrible realidad y quizá se asustaría y desertara de la encomienda de poner orden, misma que asume hoy en forma incipiente.
La mayoría del personal clínico está en permanente asueto alegando una u otra canonjía del contrato de trabajo, se resiste a atender a los enfermos o lo hace a regañadientes en detrimento del esmero al que tienen derecho los ciudadanos, aparte del ausentismo realizan turnos de dos o tres horas al día por la ausencia de instrumentos de verificación laboral, los medicamentos desaparecen en cuanto llegan porque aparte de ser deficitarios los trabajadores se los reparten, y los mandos y subordinados poseen un esquema de franquicias en la cual el cumplimiento del deber se castiga y la abulia se premia.
Desde el Sindicato de Trabajadores de la Salud se protege a los afiliados así existan pruebas de las fallas en el cumplimiento del deber, los funcionarios de la Secretaría del ramo les otorgan a sus protegidos impunidades y prerrogativas y los mecanismos de supervisión se traban bajo el entendido de que las irregularidades que reportan son archivadas en los escritorios de quienes deben operar los correctivos.
Más que el juego del jefe que llega de súbito y halla infraganti a los trabajadores holgazanes, lo que se necesita es un diagnóstico completo de los Servicios de Salud de Sinaloa, realizado a fondo por despachos externos y que, hablando en el argot médico, se proceda a extirpar todas las zonas cancerígenas que hacen metástasis en el tejido más expuesto y afectado que es la población en mayor situación de marginación.
O bien dejar de hacer aspavientos y copiar el esquema de los anteriores gobiernos que le hacían al tío Lolo, aunque las omisiones le den en la torre al sistema universal de salud que en el ámbito federal promueve el Presidente Andrés Manuel López Obrador y que confrontado con los hechos no existe, nadie lo conoce, ninguno lo aplica al menos en el nivel de centros de atención donde humillan a los enfermos, se burlan de servidores públicos cuya oratoria naufraga en la cruda autenticidad y los aludidos blanden el impenetrable escudo de los derechos sindicales, tráfico de influencias y plazas de trabajo fincadas en la lógica de que padrinazgo mata capacidad.
Quien sea que tenga un poquito de aptitud exploradora puede encontrar, así sea en inspección agendada o imprevista, lo que Cuitláhuac González halló en el Hospital Integral de Angostura que es lo mismo que percibirá en cualesquiera de las instituciones adheridas a la Secretaría de Salud. Hace décadas que esto funciona así: gobiernos llegan o se van y las anomalías continúan iguales por la maligna costumbre de hacer creer que las cosas cambian sólo para que sigan igual.
El jueves 14 de julio el Secretario González apenas le pudo ver las orejas al lobo de la desidia en el sector que él tiene a cargo. El director del hospital no estaba en su lugar de trabajo, parte del personal médico no asistió a cumplir con su función de atender a los pacientes de la comunidad, sigue la carencia de medicamentos y faltan especialistas, acumulándose así tantos problemas que resulta que la que está enferma de gravedad es la salud pública de Sinaloa.
Por la visita repentina,
Sabe de qué la salud padece,
Y a la próxima que regrese,
¡Pues llévele la medicina!
Al mismo tiempo que el Congreso del Estado realizaba ayer las comparecencias para designar al primer director del Instituto de Protección a Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas de Sinaloa, con excelentes exposiciones de los aspirantes Jesús Antonio Bustamante Rivera, José Manuel Salas Fernández y Jhenny Judith Bernal Arellano, en la Ciudad de México un reportero que asistía a la conferencia de prensa mañanera de López Obrador soltó el llanto al decirse amenazado por la delincuencia organizada en colusión con servidores públicos. Cuando ya no hay palabras y las esperanzas también se esfuman lo último que queda son las lágrimas.